Este es un breve recorrido para ver de qué tratan las virtudes, cómo podemos enseñarlas a los hijos para que hagan frente a corrientes ideológicas, como la de género, que actualmente derrumba a familias enteras, y por lo tanto, a la sociedad.
Alicia Beatriz Montes Ferrer/ Autora
Aunque hablar de moralidad hoy en día está bastante mal visto por considerarse algo tan solo propio de la Iglesia, es algo bastante fundamental en la vida de toda persona para poder desarrollarse íntegramente, para poder madurar de un modo lo más cercano posible a la idea de equilibro y armonía en todas sus facetas o ámbitos y para poder vivir en paz consigo mismo y en sociedad, en convivencia con los demás.
Hay una gran carencia en esta educación moral y se conserva cada vez más la premura de comenzar a fomentarla desde la infancia para que la adquieran los niños con mayor facilidad y les ayude en su crecimiento, a la par que ahorra muchas dificultades futuras a sus padres en caso de no haberla obtenido.
Bien y mal: rivalidad constante
Sabemos que la vida está determinada por continuas decisiones que se enmarcan dentro de dos caminos posibles, de dos realidades: el bien y el mal que están en constante rivalidad en este mundo. Para poder entonces tomar la elección más adecuada objetivamente, no podemos dejarnos llevar sin más por los impulsos momentáneos, sin que haya habido una reflexión seria previamente.
Para ello, la educación moral favorecerá que el niño sepa, con madurez, aceptar la realidad tal cual es, empleando para ello las armas morales de las virtudes que logre alcanzar.
El ser humano necesita saber, sin trivialidades, lo que es bueno y lo que es malo. Cuando reflexiona con profundidad, comprende que la vida fácil tan sólo proporciona satisfacciones fugaces en medio de una satisfacción generalizada, descubre que su acierto en el vivir está necesariamente ligado a su desarrollo moral.
Los principios y valores que se le transmitan, como veremos a continuación, a través de multitud de hábitos, le ayudarán a ir introduciendo todo un mundo interior, por medio de los valores, que serán para él como un tesoro y le llevarán a adquirir el máximo bien alcanzable para el desarrollo, lo cual hará cuando finalmente interiorice las virtudes.
Moralidad, hábitos, valores y virtudes
La moralidad que indica que existe el bien y el mal, que unos actos son buenos para sí mismo y/o para los demás y otros son malos, no puede ser separada de la persona humana, forma parte de su realidad ontológica, la lleva dentro de su ser, es la llamada ley natural de nuestra naturaleza humana, que, o bien podemos ahogar y reprimir o detenernos a escuchar lo que nos indica mediante el discernimiento que nos otorga la conciencia.
Para alcanzar un desarrollo moral adecuado, tal y como veremos a continuación, se hace necesaria una educación dirigida hacia unas metas fundamentadas en unas virtudes.
Esta educación se logrará por medio de una repetición de actos que se irán introduciendo en la vida diaria de la persona: los hábitos.
Tipos de hábitos
Podemos encontrar diferentes tipos de hábitos según el objetivo a alcanzar en el desarrollo del niño: físicos, afectivos, sociales, intelectuales, religiosos, morales, mentales, alimentarios, de higiene…Dichos hábitos no se adquieren de forma innata al nacer, sino que precisan, como hemos visto, de una ejercitación continua y repetitiva en el tiempo a modo de rutina, lo cual llevará a la interiorización de esas acciones y su ejecución de modo automatizado,
Para desarrollar hábitos hacen falta:
- Unos conocimientos previos hacia los que dirigir dicha acción a modo de teoría,
- Unas habilidades que se deben de poner en práctica y
- Un deseo o motivación que nos llevará a realizar esos hábitos.
Como bien podemos suponer, nos podemos encontrar con hábitos positivos y hábitos negativos. En relaciona los primeros, Enrique Rojas nos dirá que son los que van adiestrando la conducta a base de ejercicios pequeños y continuos.
Mediante un correcto ejercicio de hábitos positivos, la persona construirá progresivamente una fuerte armadura de valores interiores que le servirán durante el resto de su vida.
Aristóteles decía que, al principio, las acciones se hacen con torpeza, pero, si se ejercitan, pronto se aprende a obrar con eficacia, palpablemente, cuando se pone interés en hacer una cosa bien, se observa que se mejora poco a poco, esos son los hábitos. Que cuando se tornan en buenos, se llaman virtudes.
Se podría decir entonces que hábitos son las diversas acciones que se van repitiendo operativamente hasta alcanzar en la persona la virtud deseada.
Valores
Platón consideraba los valores como “las cosas mas bellas y valiosas”, es decir, “los ideales de bondad, belleza y justicia”.
Estos ideales son los que nos van a servir para guiar nuestro comportamiento con la ayuda de una adecuada educación para motivar, fomentar y enriquecer dichos valores y alcanzar así la plenitud en el desarrollo de la persona.
En general, los valores son unos bienes, principios o ideales que nos sirven de ayuda para dirigir nuestro obrar con la finalidad de adquirir cada vez mayor perfección y enriquecimiento en el desarrollo personal, alejado dicho fin de una perspectiva relativista y que nos permitirán adquirir como fin las virtudes.
¿Cómo sabemos entonces que no nos estamos desviando en favor de lo que nos conviene egoístamente?: si a la hora de afrontar algo que debemos hacer o decidir tenemos en cuenta los ideales de la bondad, la belleza, la verdad y la justicia que están inscritos en la propia realidad tal cual se representa objetivamente, tendremos asegurada una adecuada elección en la escala de valores de nuestra vida.
Virtudes
No nos podemos detener en los valores únicamente, Se arriesga uno a quedarse en aquellos que más nos convienen, desvalorizando e incluso olvidando los que antes nos parecían imprescindibles. Para que esto no suceda, mediante las experiencias vividas a diario, las enseñanzas de estos valores que reciben los niños, han de quedar marcadas en su interior como a fuego para siempre. Es aquí donde entrarían en la escena educativa las virtudes que distinguiremos en el siguiente recuadro:
Virtudes vs ideologías
Vamos a hacer un breve recorrido para ver de qué tratan las virtudes, si tienen o no relación con nuestro quehacer diario para, en caso afirmativo, explorar cómo podemos adquirirlas y enseñarlas y de este modo hacer fuertes a los hijos frente a tantas corrientes ideológicas, pero sobre todo la llamada ideología de género, que es la que en gran medida y a pasos agigantados está arrasando y derrumbando a familias enteras, y por lo tanto, a la sociedad.
Qué es la virtud
Santo Tomás define la virtud como un “hábito operativo bueno”.
San Agustín por su parte, nos expone que la virtud es el orden del amor.
Siempre perfecciona a la persona, la convierte en mejor y de esta manera le ayudará a obrar el bien hacia los demás de una forma más eficaz. Pues efectivamente, tal y como nos recuerdan, la virtud real y genunina, la auténtica, es social por naturaleza, su reflejo será un bien y amoroso trato con los demás.
El amor es movimiento, apertura a la voluntad.
Por lo tanto, la educación en el amor (que es clave en el matrimonio), es una educación en las virtudes, educación de la voluntad, que es todo lo mismo.
La virtud vendría a ser , como nos recuerda el filosofo Armando Segura, algo que tiene la persona aprendida.
Un ejemplo
El Catecismo de la Iglesia católica nos define la virtud como una disposición habitual y firme para hacer el bien: el fin de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejantes a Dios.
Las virtudes se consiguen alcanzar mediante el ejercicio repetitivo de actos del mismo tipo que vayan encaminados hacia la consecución de determinado bien.
Veamos con un sencillo ejemplo las virtudes que podemos inculcar a un hijo. En principio, los padres se han marcado como objetivo enseñar al niño a ser humilde, y para ello este ha de aprender a pedir perdón cada vez que se equivoca en algo y haya hecho daño a su hermano. Si este hábito lo hace una, dos, tres, indefinidas veces, con el tiempo, con la paciencia, la fortaleza y con la perseverancia, logrará pedir perdón sin tanto esfuerzo, como quizás ocurriese al principio cuando aún no tenía interiorizado ese hábito, hasta alcanzarlo.
En este ejemplo podría tener también cabida la virtud de la justicia, pues se le da al hermano lo que le es debido: una muestra de humildad, un reconocer que se ha equivocado y que siente las consecuencias de sus erróneos actos. También la virtud de la prudencia, pues se ha podido discernir en ese momento que se había cometido un error por el que se pide perdón, así como la virtud de la fortaleza, pues para humillarse una y otra vez hay que ser constante y firme, aceptando el sacrificio que pueda suponer.
Las virtudes cardinales
En la filosofía clásica, Platón enunció cuatro virtudes morales de conducta, que a su vez ejercieron gran influencia sobre el pensamiento cristiano. Sobre ellas gira y descansa toda la moral humana y son principios de otras virtudes humanas.
Son las siguientes:
* Prudencia. La virtud propia para conducir bien el carro del alma. Es la virtud propia de la inteligencia cuando tiene que decidir lo que hay que hacer: Es el hábito de decidir bien.
* Justicia. La virtud que perfecciona la voluntad. Es la virtud propia de la voluntad; Es el hábito de decidir por lo que es justo prefiriéndolo a lo que me apetece o le conviene a mi egoísmo.
* Templanza. La virtud que gobierna el caballo de los deseos. Es la virtud que modera el área de los deseos: el habito de poner medida en los deseos.
* Fortaleza. La virtud que gobierna el animo para afrontar u resistir las dificultades en la lucha por lo bueno. Es la virtud que modera el ánimo: el hábito de poner valor al enfrentarse con las cosas y perseverar en ellas.
De esta manera, podemos encontrar una cadena de elementos que no podemos pasar desapercibidos por ser imprescindibles para hacer del niño una persona adulta madura, fuerte, equilibrada y por consiguiente, más feliz.