Recientemente fui testigo de un sentido homenaje a una de esas personas que dejan huella con su vida de congruencia trascendiendo generaciones. Los testimonios de quienes vivieron junto con él algunos momentos estelares, daban pinceladas del retrato vivo de esta persona que con su actitud humilde, su alegría, su sabiduría y sus palabras de agradecimiento sigue motivando hoy a nuevas generaciones.
En esta época donde la velocidad de los sucesos hacen difícil detenerse a aquilatar experiencias, recuerdos y testimonios, hay quienes creen que los valores intergeneracionales ya no se pueden transmitir, de tal manera que las nuevas generaciones estarían condenadas a la soledad de su propia generación. Sin embargo, como en cada época, la libertad de construirse a partir de raíces existe, mediada por el ejercicio de la libertad y la voluntad de cada quien, así como por el trabajo de las instituciones que naturalmente transmiten memoria, empezando por la familia.
A pesar del bombardeo de imágenes, información y experiencias virtuales que conlleva ser parte de esta época, los avances en neurociencias también nos permiten entender como la mayor parte del tiempo, nuestro cerebro funciona inconscientemente utilizando los “filtros” que las experiencias vividas principalmente durante la niñez han construido, y que a su vez condicionan el funcionamiento consciente de nuestro cerebro a lo largo de la vida, por lo que la “memoria” de la primera etapa de nuestra vida se convierte en el sustrato básico de nuestra manera de vivir.
Otra cualidad que domina esta época es la innovación, que implica la modificación y adaptación de cosas, materiales e ideas que ya existen, con otros insumos para generar nuevos productos, satisfactores y herramientas para transformar nuestro entorno, una combinación de conocimiento y sabiduría existente precede cualquier proceso de innovación, que se da si existe también una dosis importante de libertad y creatividad.
La niñez y la ancianidad se convierten así en dos posibilidades de memoria e insumos fundamentales para la humanidad en la posmodernidad. Por una parte el encuentro, la escucha y el aprovechamiento de la memoria de vida de los mayores es una raíz que fortalece a los más jóvenes, y al mismo tiempo evita el descarte de muchos seres humanos que hoy tienden a ser desechados por la sociedad, en lugar de constituirlos en los puentes que nos conectan y enriquecen a través del contacto con toda la historia del conocimiento.
Por otra parte, los niños que terminan construyendo al hombre a partir de las experiencias de su temprana edad, requieren también la atención especial de los padres para que se conviertan en los sarmientos que renovarán el jardín de la humanidad, ya que si sus experiencias son abundantes de amor, cariño, libertad y responsabilidad, cada generación será mejor, más creativa e innovadora.
Los tiempos que vivimos además de constituir un cambio de época, se caracterizan por ser una época de cambios constantes y acelerados, que requieren capacidades especiales de los seres humanos para adaptarse, una educación para la libertad y la responsabilidad desde pequeños es la mejor herramienta para poder ser flexibles y al mismo tiempo congruentes con los valores que nos convierten en mejores personas.
Recordar, agradecer y convivir con quienes recuperan la memoria de otras épocas nos brinda uno de los insumos para la creatividad y la innovación, el otro se aporta en el ejercicio de los padres al educar en la libertad y la responsabilidad. Vivamos a plenitud en la posmodernidad, desde la memoria.