Seguimos aprendiendo sobre la más importante oración que Cristo nos enseñó para dirigirnos a Dios…
Pbro. Pablo Domínguez Prieto +
Comencemos a explicar esta parte por la palabra “epiousios”, cuya traducción ‘de cada día’ es un poco engañosa, porque en realidad significa ‘lo que no se puede vivir sin ello’, es decir, lo esencial que es necesario cada día. Lo que le pedimos al Señor no es exactamente lo que entendemos a veces. Cuando decimos “Danos hoy nuestro pan”, estamos diciendo al Señor: “quiero vivir solo con lo necesario, quiero que me concedas solo lo que necesito y me concedas conformarme con lo que me das y lo que soy, que me concedas que todo lo que me das me dé fuerza para ser santo y para servirte”.
Pero la segunda dimensión, dicen todos los comentaristas del Padre Nuestro, de este “epiousios” es el pan de la Eucaristía. Hermanos ¡Hemos llegado a un punto absolutamente central en nuestra vida!: La Eucaristía. de ahí arranca nuestra vida cristiana. Nos recuerda el Concilio que la Eucaristía es la fuente, la raíz y la cima fe toda la vida cristiana, es decir, que de la Eucaristía se derivan todos los bienes y gracias, y que a ella debemos llevar por toda nuestra vida para que sea agradable a Dios Padre. Todo está en función de la Eucaristía
Eucaristía y sacerdocio
Si esto es así para todo cristiano, ¡Cuánto más para un sacerdote! La vida de un sacerdote podría entenderse sin una parroquia, se podría entender dedicada al estudio o de muchas otras manera. Pero de la única manera que no cabe entenderse la vida de un sacerdote, es que no viva por y para la Eucaristía.
Por eso, los sacerdotes deben tener un auténtico empeño en vivir la Eucaristía, porque es lo esencial. Así, cuando un sacerdote dice en el Padre Nuestro “danos hoy… decimos “nos” “¿Por qué?
Porque el que dé al sacerdote la Eucaristía, es también que se la dé a la Iglesia. La forma de rezar el Padre Nuestro del sacerdote es: “Dios mío, que yo pueda ser ministro de la Eucaristía, para vivir yo de ella y que los demás vivan de ella”.
Fundamentalmente para eso se ordenan, para ser ministros de la Eucaristía. Todo lo demás, la predicación, la visita a los enfermos, la catequesis, la oración litúrgica…todo ello no se entiende sin la Eucaristía. No estoy diciendo que todo lo demás sea secundario, sino que hay que entenderlo en función de la Eucaristía.
En un examen de bachillerato de teología, en la Universidad de san Dámaso, se acercó un diácono para hacer el examen. Por sorteo le tocó la tesis del Orden sacerdotal. Cuando terminó su exposición, el profesor le miro y dijo: ‘Perdóneme pero no me he enterado de nada. Por favor, dígame en una palabra para qué se va usted a ordenar sacerdote. Porque lo sabrá usted ¿No? Empezó el alumno a balbucear: ‘es el para el servicio de la comunidad’, Y él le dijo: ‘¿Es que yo, como laico, no sirvo también a la comunidad?’ Sí, sí, por supuesto…En realidad me hago sacerdote para hacer presente a Cristo -añadió-.
Pero el profesor le dijo: ‘¿Es que yo, como laico, no hago también presente a Cristo?’. Sí, sí, por supuesto. Bien, me ordeno…para ayudar a los demás… -volvió a añadir-.
Y al final le dijo el profesor: ¡Para la Eucaristía! Esto es lo único que yo como laico no puedo hacer y usted como sacerdote sí!.
La máxima oración
Miren, el grado que hay en la vida del sacerdote de cuidado, atención, vivencia de la Eucaristía, es el mismo grado de su vida sacerdotal. ¡Ese es el termómetro más certero: saber cómo cuida el sacerdote la Eucaristía, como la prepara, como la celebra, si la celebra en oración!
¡No se debe olvidar nunca que la Eucaristía es oración, es la oración máxima de Cristo al Padre! La Eucaristía es la oración de la entrega existencial del sacerdote y pone su propia persona para Cristo, es decir, hace las veces de Cristo que ofrece la ofrenda a Dios Padre.
Por eso, en el misal -que usa el sacerdote- las oraciones son oraciones a Dios Padre. Excepto algunos pequeños diálogos con el pueblo, es oración al Padre. Hay una oración a Jesucristo, que es la oración que se hace antes de la Comunión, “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: la paz os dejo, la paz os doy…”. Las demás y la oración colecta, son a Dios Padre. Por eso, los sacerdotes oran al Padre por Jesucristo en la unidad del Espíritu Santo. Solo hay algunos días, como en el Corpus Christi, en que la Oración colecta es a Jesucristo
¡El sacerdote hace las veces de Cristo!, porque está haciendo la ofrenda de Cristo al Padre. Por tanto, la Eucaristía no es una mera reunión social o un mero banquete. Sí es un banquete de la comunidad, pero porque recuerda la Última cena, y esta es justo la anticipación del Misterio Pascual de Cristo, Muerte y Resurrección. Todo esto es la Eucaristía. Entonces, sacedotes y pueblo han de vivir la Eucaristía intensamente como lo que es, no como la imaginamos que es, sino como lo que es.
Cuando uno compra un aparato tecnológico, de esos complicados, debe leer su manual de instrucciones porque si lo utiliza mal, después no funciona. La Eucaristía no es para que el sacerdote la haga a ‘su imagen y semejanza’, es decir, para que cambie lo del pan y el vino o las palabras.
La Eucaristía no es cosa del sacerdote: ¡Dios les pide que en su nombre y en el de Cristo ofrezcan el santo sacrificio de la Misa! Entonces, cuando los mismos sacerdotes le piden a Dios “danos hoy nuestro pan de cada día”, están diciéndole: “permíteme también vivir la Eucaristía, celebrarla y, con ello, santificar al Pueblo de Dios”.
Acción de gracias, memorial y presencia
Destacaremos tres aspectos fundamentales de la Eucaristía que nos recuerda el Catecismo. Es otra parte del Catecismo que yo les animo a que repasen, que recen, sobre todo el capítulo sobre la celebración del ministerio cristiano de la Eucaristía. Revitalizar la vida eucarística es revitalizar el sacerdocio, que cambia radicalmente.
Los tres aspectos son:
*La acción de gracias. Sabemos que la palabra Eucaristía significa etimológicamente “acción de gracias” ¿En qué sentido? Es que nuestra vida debe ser acción de gracias. Lo vimos cuando hablamos de la virtud de la justicia, de la virtud de la religión y de la dimensión de la adoración.
Pues bien, en la virtud de la religión hay un aspecto fundamental, que es la continua gratitud a Dios por existir, por tener fe y por todos los dones recibidos. Lo primero que nace del corazón del hombre es la adoración, la alabanza y la gratitud; pero yo, ¿quién soy para dar gracias a Dios; yo, pobre criatura, miserable criatura? Pues el modo que tenemos de dar gracias a Dios es en Jesucristo. Por eso, unidos a Él, damos gracias a Dios Padre: “Te doy gracias, Padre”.
Nosotros nos unimos a la gratitud de Cristo.
Algo que no se debe olvidar nunca es que la Eucaristía no es cosa del sacerdote, no la hace él y no la celebra, sino que la celebra Cristo ¡Cristo es el único!.
Por eso, los sacerdotes lo simbolizan de un modo especial, por ejemplo, el día de la Misa Crismal. Es una misa fundamental dentro del Año Litúrgico donde todo el presbiterio se une en una sola voz, presidido por quien hace las veces de Cristo, que es el obispo. Esta celebración tiene un significado muy profundo, porque expresa lo que realmente es: la acción de Cristo, no la del sacerdote. No es el sacerdote: ¡Es Cristo!
“Así como el Padre me envió, también yo los envío”. ¡Los sacerdotes son enviados! Por eso es tan importante su configuración a Cristo y que sean conscientes de lo que significa; es decir, la acción de gracias significa que cualquier acción tiene valor si se une a Cristo, que en gratitud se ofrece al Padre.
*En segundo lugar, es memorial del sacrificio de Cristo ¿Qué significa memorial? Significa “recuerdo”, pero no solo en el sentido de algo que ocurrió, sino en el sentido de rememoración (volver a hacer presente), de tal modo que en el momento del sacrificio eucarístico los sacerdotes están ante el mismísimo misterio de la muerte y resurrección de Cristo, en el momento en que Cristo se ofrece a Dios Padre. Es como si desaparecieran los relojes, los tiempos, los lugares y el sacerdote se une al único sacrificio, al único misterio pascual del que todos vivimos. Por eso es memorial. Por eso es sacrificio. Además de ser banquete es sacrificio porque alimenta con su Cuerpo, porque Cristo se ofrece a Dios Padre: Esta es la Eucaristía.
¡Lo más santo que puede hacer alguien sobre la faz de la tierra es celebrar el santo sacrificio del altar!! Lo más santo, lo más, lo más. No hay nada que sea capaz de superarlo: el santo sacrificio del altar.
*En tercer lugar está la presencia. ¿En qué sentido es presencia? En el sentido de que Cristo mismo está presente en la acción eucarística. Insisto: no es una especie de idea o de valor. ¡Es Cristo mismo el que está sentado a la derecha del Padre! Encontrarse con Cristo en persona, esa debiera ser nuestra pasión.
Por tanto, al Señor en el Padre Nuestro le pedimos: acción de gracias, memorial y presencia, y que vivamos la Eucaristía hoy.
La presencia de Cristo es una dimensión absolutamente fundamental, es el encuentro personal con Cristo. De ahí se deriva la adoración y, por eso, la adoración eucarística es la prolongación del sacrificio de la Misa, y no se entiende la adoración sin el sacrificio de la misa, es una extensión en el tiempo del santo sacrificio de la misa.
Beneficios de la santa misa
Los beneficios que vienen de la celebración de la misa son los más grandes, y todos los días deberíamos participar del sacrificio de la Misa ¿por qué? porque es el alimento de cada día: “danos hoy nuestro pan de cada día”. Se debe participar en los días libres o en vacaciones,
Siempre.
El Catecismo nos describe de forma gratificante los frutos de la Eucaristía. Voy a subrayar algunos de ellos para que sirvan como estímulo:
En primer lugar, la comunión eucarística. Acrecienta nuestra unión a Cristo. Esa es la meta de nuestra vida.
En segundo lugar, nos separa del pecado. El pecado es la mayor tragedia que le puede ocurrir al hombre. Pues bien, cuando nosotros comulgamos, con la debida preparación y disposición, nos separamos de la ofensa a Dios.
También dice que nos une más al cuerpo místico de Cristo. Esto significa que crece en nosotros la caridad, que es lo que nace justo del amor a Cristo. La caridad no es un don que nace de nosotros. Nace como fruto de nuestra unión a Cristo. La Eucaristía lleva consigo un compromiso en favor de los pobres. Esto es muy interesante, porque no puede haber dicotomía en nuestra vida: no podemos celebrar la Eucaristía, y a la vez, estar distanciados de nuestros hermanos por el odio, por el rencor, o sencillamente por el desprecio. No podemos comulgar el cuerpo de Cristo y, a la vez, no comulgar con su cuerpo místico. Por tanto, la Eucaristía vivida bien, nos lleva a un compromiso mayor con los que sufren, con aquellos que nos están pidiendo nuestra caridad.
Y, por último, hay una expresión bellísima que dice: La Eucaristía pignus futurae gloriae, es decir, es la prenda de la gloria futura. El cielo en la tierra es la Eucaristía. La anticipación de la gloria del cielo es la Eucaristía.
Creo que cada vez que recemos el Padre Nuestro y digamos “Danos hoy nuestro pan de cada día”, nos tiene que llevar esto a celebrar ese día la Eucaristía con una autentica fruición, con auténtica devoción, siendo conscientes de lo que tenemos entre manos. Son muchísimos los textos de la Escritura donde Dios nos habla de la importancia de esto: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6,54). La vida eterna tiene que ver con la Eucaristía.