Seguimos aprendiendo sobre la más importante oración que Cristo nos enseñó para dirigirnos a Dios …esta es la quinta entrega de la serie sobre el Padre Nuestro…
Pbro. Pablo Domínguez Prieto +
Decía un director de cine francés que “no hay nada más triste que el amanecer de un día en el que uno piensa que nada va a suceder”, es decir, no hay nada peor que levantarse e imaginarse que se sabe ya lo que en este día va a ocurrir. ¿Y saben cuándo pasa eso? Cuando uno cree que uno es el dueño de la vida, afirmando que va a suceder lo que yo quiera que suceda. Sin embargo, cuando uno es consciente de que Dios es quien dirige la vida, cuando uno es consciente de que Él -y no yo- es quien está tomando la iniciativa, pueden suceder muchas cosas que ni imaginamos. Una vez más, por tanto, tenemos la conciencia clara de que el Espíritu Santo está actuante en nosotros y además, por la Comunión de los santos, hay muchos hermanos nuestros que pueden influir en nuestra vida con su oración.
Es fundamental que nos apoyemos en la oración de la Iglesia que reza por nosotros. Cuando tengamos momentos de tentación o de dificultad, debemos ponernos en ese momento a recordar que hay personas rezando por mí y que me están sosteniendo en la oración. Y eso es una realidad muy grande, vista desde la fe (si no tenemos fe, pues todo esto no vale, pero visto desde la fe somos conscientes de que es así).
Dios es lo más admirable
‘Santificado sea tu nombre’ enlaza con lo que queremos hoy comentar, porque nuestra única meta es que el nombre de Dios sea santificado, es decir, que Dios sea reconocido y amado, que todos los hombres le conozcan y lleguen al conocimiento de la verdad. Esto es fundamental, que todos los hombres conozcan a Dios y sepan quién es.
Hay muchos hombres que no conocen a Dios y muchos que viven como si Dios no existiera, hay muchos que no tienen luz porque no conocen la santidad de Dios. Por eso, nuestro deseo es que el nombre de Dios sea venerado, amado, admirado, buscado. Esa es nuestra meta.
Dice santo Tomás, comentando esta frase, que el nombre de Dios es “lo más admirable, amable y venerable’. Lo más admirable, dice él; porque ¿Qué consideramos admirable en la vida? Por ejemplo un paisaje, el universo, admiramos la estructura subatómica…pero estas cosas son una minucia en comparación con lo que es Dios mismo en su eternidad y en su majestad. Y eso debe ser admirado por nosotros y por todos los hombres.
Y lo más amable
Imagínese que tuviéramos ante nosotros el mejor paisaje de la tierra -ciertamente, este es uno de los más bellos- e imaginen que llego aquí y me lo taparan con cortinas para que no pudiera verlo. ¡Sería terrible! No nos podemos guardar a Dios, tenemos que darlo y mostrarlo para que todos los hombres lo admiren, porque no lo conocen, muchos no lo conocen. ¡No conocen a Jesucristo, que es el Verbo eterno del Padre encarnado, que ha muerto por nosotros! Por eso, nosotros estamos deseando que el nombre de Dios sea admirado, santificado, que sea, como decía santo Tomás, “lo más amable”.
Todos nosotros tenemos una necesidad extraordinaria de amar. ¿Pero saben lo que ocurre? Pues que amamos a Dios o nos amamos a nosotros mismos, o incluso amamos pequeñeces; por tanto, si no buscamos el amor de Dios, acabamos amando nuestra casa, nuestro coche, nuestro dinero, nuestra fama, nuestra imagen…Puede parecer terrible, pero esto es porque no han conocido el amor de Dios ¿Por qué hay tantos hombres en medio del mundo- Y en ocasiones, también nosotros – perdidos, cansados y agobiados? ¿por qué? Porque no hemos conocido el amor de Dios ¡Ay Dios mío!, si conociéramos que Dios es lo más amable, que es el amor en sí mismo, y si los otros lo conocieran, si vieran que es Dios mismo que se ha encarnado y que ha dado su vida por nosotros!
Nuestra misión
Dice santo Tomás que el nombre de Dios es “lo más admirable, amable y venerable”, es decir, ante quien uno se postra. Solo ante Dios, porque solo ante Él cabe postrarse.
Yo nací el día de santo Tomás. No sé si Dios me quiso decir algo con eso. Él dudaba y afirmaba que hasta que no lo viera…Pero cuando santo Tomás apóstol se dio cuenta de que quien tenía delante era Cristo, cuando se dio cuenta de que era Dios, se postró: sin querer; la postura de la postración, de venerar a Dios, es la más natural de quien se ha encontrado con Dios, de ahí la veneración de las cosas santas, de Dios mismo y de todo lo que tiene que ver con Dios. Por eso debemos tener mucho cuidado con todo aquello que se refiere a Dios, la veneración, el cuidado con las cosas de Dios y con la Liturgia.
Así, cuando decimos en el Padre Nuestro ‘santificado sea tu nombre’ estamos diciéndole, con esta parte de la oración, la primera de las peticiones, que son siete, y hasta el numero siete significa plenitud. Todo lo que se pueda pedir lo vamos a pedir en el Padre Nuestro. Pero, además, dice santo Tomás, que el orden es muy importante (pues indica cual es el orden real y correcto de lo que hemos de pedir); y lo primero es: Señor, que tú seas amado, admirado, venerado.
Hermanos, esa es nuestra misión: que todos los hombres amen, veneren, admiren a Dios; esa es nuestra vocación y nuestra misión, no otra; no somos personas para que nos veneren, nos amen y nos admiren.
Si uno hace examen de conciencia, se da cuenta de por qué ha atesorado tantas cosas, tanto dinero, ¿Por qué? porque siempre se ha dicho que el todo poderoso es aquel que posee toda riqueza; entonces, si tengo dinero, es para que toda la gente me venere y me admire. Por eso, solo debemos tener este deseo: que todos los hombres admiren, veneren y amen a Dios.
Debemos preguntarnos si tenemos fe, pasión porque todos los hombres conozcan a Cristo, ya que esa es nuestra misión.
No podemos dormirnos
Por eso, dice el Señor; “tengo que ir a otros lugares”. Tengo que buscar a todos los hombres para que conozcan a Dios y lo amen, para que sea santificado el nombre de Dios. ¿Por qué? ¿Cuándo he santificado el nombre de Dios? Cuando los hombres le reconocen, claro. En ese momento es cuando uno es feliz. Cuando uno reconoce a Dios se da el momento de la felicidad plena.
Por tanto, la primera cuestión que yo quisiera remarcar es la pasión por evangelizar, para que el nombre de Dios sea santificado. Y hay que tener cuidado, porque, cuando uno reza el Padre Nuestro ¡Dios habla!, e inmediatamente podemos decir: “Sí, sí, santificado sea tu nombre”.
Pero ¿Y tú que haces? Es como un bombero, que tiene el cubo de agua o una manguera y se pone delante del fuego y pide: “Dios mío, que se apague este fuego. Está todo ardiendo ¡Qué tremendo!” Y si mientras la gente se está quemando, dijéramos a Dios: ¡Señor, tú no haces nada! Dios respondería: “Te he hecho a ti. ¿Por qué no lo apagas? Te he dado el agua”. ¿Qué le diríamos a un estudiante que saca un cero y nos dice: “Pues no lo entiendo, porque he estado toda la semana anterior rezando para aprobar el examen” Pero ¿Y estudiar? Por tanto, debemos hacer algo para que su nombre sea santificado.
Así, con ‘santificado sea tu nombre’; nos debemos preguntar: ¿Pero yo qué hago, a qué dedico mi tiempo?¿Predico la Palabra de Dios?¿Rezo por los que Él me ha confiado? ¿Tengo fe?
Hay que hacer buen uso de los bienes materiales. Cuando llegue el juicio final nos preguntarán también por los bienes materiales, por si tomamos algo que no era nuestro. Aunque parezca que nadie se entera de las cosas que haces, en el cielo todo se ve. No es que nos vayan a castigar, pero lo que es injusto, es injusto.
Que el Cuerpo Místico de Cristo sea santificado: la gracia
Volvemos a la expresión ‘Santificado sea tu nombre’ (amable, venerable y admirable). Del segundo aspecto de esta expresión es el que hace referencia a la función de santificar; y es que Dios es santificado también en su cuerpo místico. El cuerpo místico de Cristo es santificado, de tal modo que santificar el nombre de Dios es, también, que el cuerpo místico sea santo. Y ¿Quién tiene la capacidad de que el cuerpo místico de Cristo se santifique? Los sacerdotes, pues Dios les ha concedido el ministerio de la santificación.
El evangelio de san Juan dice: “El repitió: ‘¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a vosotros”. Después sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos’” (Jn 20, 21-23). Este es verdaderamente un texto para meditar. Así, tienen los sacerdotes la posibilidad de santificar. Es decir, Dios les ha hecho ministros de la santificación, por tanto, de los sacramentos.
Los sacerdotes tienen la posibilidad de dar lo que el hombre necesita, la gracia de Dios; o sea, “su Palabra y la gracia…¡Pero eficazmente!, porque es la de Cristo.
Ahora vamos a leer como nos explica el Catecismo qué es lo que hacen los sacramentos. Hacen partícipe al pueblo de Dios, a los fieles, de la gracias de Cristo en el misterio pascual, en su muerte y su resurrección, toda su vida: encarnación, vida, Pasión, Muerte y Resurrección. Es decir, siguiendo el Catecismo, la forma o el modo, en el momento actual, en que Dios santifica a cada uno de los hombres, es a través de los sacramentos. Si los sacerdotes son los ministros de dichos sacramentos. Eso es lo que el hombre necesita. Hay muchos que no saben dónde buscar luz, fuerza.
La Fuerza de los sacramentos
La parroquia donde yo estaba antes era un lugar de personas sencillas; y de vez en cuando venía alguien para pedirme que le diera agua bendita y yo pensaba: ¡Qué gente tan piadosa! Le preguntaba para qué la querían y me decían que el curandero les indicaba dónde debían echarse gotas de agua bendita. Había que explicarle a esa persona que lo que ella necesita no es ir a un curandero, sino que es la gracia de los sacramentos. Los sacerdotes no son curanderos: Son ministros del Señor.
Esto es maravilloso, saber que tenemos la medicina, que no tenemos más fuerza que los sacramentos. La gente que no conoce eso, ¿Qué hace? Busca donde puede, busca las falsedades en curanderos, adivinadores, en las cartas, en la ouija. Esto es una farsa, ¡no hay más fuerza que los sacramentos! El Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia, la Unción de los enfermos. Porque ¿Qué necesita un enfermo? ¿Que le echen la bola de cristal en la cabeza? ¿Qué le adivinen que se va a morir? ¡Eso ya lo sabe! No, lo que necesita es la Palabra de Dios y la fuerza del sacramento, la Unción de los enfermos, ¡Eso es lo que necesita!
¿Qué necesita un hombre que está agobiado por el peso de su vida? No necesita que le adivinen su futuro, sino que se convierta con la gracia del sacramento de la Reconciliación y el alimento de la Eucaristía; y lo demás, no
Los sacerdotes tienen esa capacidad y esa fuerza, que es la de Cristo, que son los sacramentos para santificar en nombre de Dios a su cuerpo místico, para santificar. Y, a veces, se va la gente porque tal vez otros hacen mejor propaganda y empeñan todo tipo de medios para embaucarlos.
Pero los sacerdotes son los ministros de la santificación. Por eso no deben dejar que aquellos que venden aire, invadan el único terreno posible que es el de Cristo, que santifica, el único que da salud, que da la gracia.
La santificación mediante los sacramentos
Hay una referencia a la misión de los sacerdotes de santificar y lo que son sacramentos, cuando comienza el Catecismo en el punto 1076, que dice: “El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la ‘dispensación del ministerio: el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación”. En este tiempo el modo que tiene el Espíritu de hacerse presente es a través de la economía sacramental, a través de los sacramentos. Por tanto, ¡Qué importante es que vivamos los sacramentos de un modo generoso!; es decir, generoso en el tiempo y, por su puesto, generoso en el dinero ¡Cuidado! Porque el Señor dice: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.
Después, se nos dice que los sacramentos realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo, y el poder del Espíritu Santo. Se dice “realmente” (el curandero no lo hace realmente). Pero con los sacerdotes realmente se produce lo que significa el sacramento; por ejemplo, el Bautismo regenera y hace templo del Espíritu Santo, a aquel que lo recibe. El sacramento de la Reconciliación perdona los pecados, devuelve la gracia y, por tanto, devuelve la santidad a la persona que lo recibe. La Eucaristía hace presente el misterio de Cristo, muerto y resucitado, realmente Cristo presente. El orden sacerdotal, cuyo ministro es el obispo, realmente configura a un hombre bautizado con Cristo, Sumo y Eterno sacerdote. Lo configura y hace uno con el sacerdote. La Confirmación es la verdadera efusión del Espíritu Santo.
Otra cosa preciosa es que los sacramentos -dice el Catecismo- anticipan la liturgia celestial, es decir, la celebración del cielo, donde solo se vive el amor de Dios, por tanto, los sacramentos son lo que realmente hace presente el amor de Dios.
Así, tras decir “Santificado sea tu nombre” escuchamos al Espíritu Santo preguntando qué hacemos nosotros. Y ese es un buen momento para empezar a hacer una meditación sobre el significado que tiene nuestra santificación.
Ánimo, que solo reconociendo la capacidad que Dios nos ha dado y lo que significa para nosotros, podemos danzar y cantar súplicas al Señor porque ha hecho en nosotros y a través de nosotros, obras grandes.