Pbro. Víctor Fernández
Hoy celebramos la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo y de la Purificación de María. Para la Sagrada Familia, es la fiesta de la Ley y de los ritos que hay que cumplir. Para Simeón y Ana, es la manifestación del salvador, esperada durante toda la vida.
Según la tradición, María fiel observante de la ley de Dios, tenía que purificarse después de su alumbramiento y tenía que ofrecer a Dios a su hijo primogénito, a Jesús, y volverlo a recuperar ofreciendo un sacrificio (un par de tórtolas o dos pichones).
Una vez que iniciaron el camino hacia el templo que era un camino largo, tal vez ya en marcha sintieron ansiedad por llegar, alegría al divisar, en la distancia, la torre del templo. Y allá en el templo seguramente se encontraron con otros muchos padres que vivían la misma tradición.
María y José conocían su religión y la vivían. Eran obedientes a su Dios y encontraban en él la fuerza para vivir felices y en paz con todos. Aquel día pasó algo que no estaba escrito y no formaba parte de la tradición. El Espíritu Santo se manifestó y habló, por boca del viejo Simeón.
¿Y qué pasa cuando el Espíritu habla? Se siente la presencia de Dios, el corazón se regocija, se experimenta la presencia de la salvación, los ojos ven, los oídos se abren y la boca se llena de alabanzas a Dios, la paz de Dios invade toda el alma.
Con esta tradición pues, se recuerda que Dios es el Señor de la vida, que los hijos son un don de Dios y los padres los reciben como una gran bendición.
Nosotros también tenemos una tradición muy hermosa, en nuestra Iglesia. Las madres traen a sus hijos para presentarlos al Señor y a la comunidad. Esta historia se cumple también entre nosotros cada domingo, en el templo cunado nos congregamos como pueblo de Dios a celebrar la Eucaristía en el día del Señor.
Y de manera principal cuando los niños son bautizados, también los signamos con la señal de Cristo y les damos la bienvenida a la comunidad, como hijos adoptivos de Dios pasan a ser miembros de una familia más grande, de la Iglesia la gran familia de Dios.
Los padres de familia deben de esforzarse por querer que sus hijos reciban una herencia más rica que unas propiedades materiales o económicas, la herencia de la fe.
Creo que hoy es una buena oportunidad para que las familias reflexionen sobre el acompañamiento a los hijos, hay que estar atentos a que el ritmo acelerado de la vida no sea algo que impida la convivencia amorosa de los padres con sus hijos.
Que el venir al templo en familia sea una costumbre prioritaria para toda familia, venir al encuentro del Señor, que nuestros ojos puedan ver la Luz, que nuestros oídos puedan escuchar su Palabra, que nuestro corazones puedan experimentar esa presencia divida que nos da la paz y la esperanza de la vida eterna.