Dr. Oscar Ibáñez/ Catedrático universitario
Algunas de las huellas que aún persisten en muchos lugares de Ciudad Juárez después de los años de violencia salvaje que vivió son las calles enrejadas, con acceso limitado por vallas, también las colonias con viviendas abandonadas donde los pocos que viven ahí literalmente se atrincheran, y eso son solo signos exteriores de la falta de confianza que aún persiste en algunos de sus habitantes.
Cuando el Papa Francisco visitó la ciudad, la gente se volcó a las calles a hacer vallas, a ayudar a otra gente, a ser amables, incluso fue evidente que durante la estancia del pontífice no hubo crímenes, y la concentración de la gente en la celebración de la misa papal a un lado de la frontera fue un gesto liberador; la multitud estaba afuera, al aire libre, retomando la calle en paz y alegría.
A “una gran ciudad que se estaba autodestruyendo, fruto de la opresión y la degradación, de la violencia y de la injusticia” llegó un mensajero a ayudarles a “comprender que con esa manera de tratarse, regularse, organizarse, lo único que están generando es muerte y destrucción, sufrimiento y opresión.”
Entonces “los habitantes de la ciudad reaccionaron y se decretó el arrepentimiento. La misericordia de Dios entró en el corazón revelando y manifestando lo que es nuestra certeza y nuestra esperanza: siempre hay posibilidad de cambio, estamos a tiempo de reaccionar y transformar, modificar y cambiar, convertir lo que nos está destruyendo como pueblo, lo que nos está degradando como humanidad. La misericordia nos alienta a mirar el presente y confiar en lo sano y bueno que late en cada corazón. La misericordia de Dios es nuestro escudo y nuestra fortaleza.”
Existen muchas ciudades que pueden estar viviendo este proceso de autodestrucción y adormecimiento de las conciencias, permitiendo la legalización de prácticas que promueven el escándalo y la perversión de los menores en lugar de protegerlos; tolerando la injusticia, la violencia y la impunidad.
Se necesita en muchas ciudades que esa llamada encuentre “hombres y mujeres capaces de arrepentirse, capaces de llorar. Llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por la opresión. Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, son las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el círculo de pecado en que muchas veces se está sumergido. Son las lágrimas las que logran sensibilizar la mirada y la actitud endurecida y especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno. Son las lágrimas las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión.”
El Papa llegó a acompañar, a ayudar a ver que la realidad por dura que parezca se puede cambiar, que se pueden iniciar procesos de transformación a través de las lágrimas, del arrepentimiento, de la voluntad de abrirse a los demás. Francisco vino a solidarizarse con un pueblo sufriente que necesita consuelo, pero que también necesita llorar y convertirse.
El pueblo se ha empezado a manifestar en las calles, en las urnas y en las redes sociales, existe una percepción de hartazgo frente a la corrupción e impunidad, frente a los escándalos y atentados contra la dignidad de las personas, de las familias y sobre todo de los menores, pero no basta, se necesita llorar amargamente para que venga la purificación, el arrepentimiento y la conversión para que la transformación de la comunidad suceda en este año santo de la misericordia.