La maternidad de María se lleva a cabo con Cristo y en la colaboración con Cristo para la salvación del hombre… está presente como madre cuando cada uno de nosotros es bautizado, mientras crecemos en la vida espiritual y cuando llegamos al cielo.
Hna. Georgina Onofre, MMD/ Doctora en Mariología
En el curso de la historia, la maternidad ha sido considerada con diversas acentuaciones. También la Biblia considera la maternidad, y desde un punto de vista positivo, exaltando la figura materna, especialmente de las grandes mujeres madres del Antiguo Testamento. De hecho, en los pueblos fuera de Israel existía la Diosa Madre, la Tierra como progenitora, y las capitales son llamadas “metrópolis”, es decir, ciudad-madre. En Israel se hacen elogios a la madre, que Dios quiere que sea honrada: “Honrarás a tu padre y a tu madre” (Ex 20, 12).
Madre de Dios
La Virgen María es llamada “Madre de Dios”. No es que la divinidad o Dios tenga origen en María. De hecho, Dios no tiene origen, es eterno. Pero Jesucristo, que es el Hijo Único de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, se encarnó en su vientre, uniendo en su única Persona dos naturalezas: la humana y la divina.
La unión entre esas dos naturalezas se da en el momento de la concepción en el vientre de la Virgen. Por tanto, es válido llamar a María Madre de Dios, porque es la Madre del Hijo de Dios que se ha hecho carne en Ella por obra del Espíritu Santo para nuestra salvación.
Por eso, la maternidad de María tiene su origen en el proyecto divino de salvación del hombre a través de Cristo, de acuerdo al amor eterno del Padre, que después de crear al hombre, quiere hacerlo también su hijo.
Madre nuestra
El proyecto comienza con el “sí” de María en la Anunciación. Su maternidad se lleva a cabo con Cristo y en colaboración con Cristo a la salvación del hombre, por ello es madre de Dios y madre nuestra, porque colabora con su amor, con su fe y con su profunda unión a Dios para la salvación de todos los hombres.
También María está presente como madre cuando cada uno de nosotros es bautizado, mientras crecemos en la vida espiritual y cuando llegamos al cielo.
La maternidad conlleva también la relación entre madre e hijo. Esta relación nace de la libre voluntad materna que acepta dar la vida, y de ahí depende la totalidad de la vida del hijo en su desarrollo físico, mental, ético, espiritual, etc.
Amor-regalo
Con la maternidad, la madre acoge y da. Esta relación crea un lazo de amor-regalo, porque la vida es un regalo para el hijo, la mamá es un regalo para el hijo y el hijo es un regalo para su mamá, cuya vida le ha sido confiada cuando ella la acogió libremente. Todas las funciones maternas: concebir, gestar, dar a luz, nutrir, educar, etc., son expresión de esta relación de amor-regalo. Todas las vive María.
Es una mamá previsora, que atiende con amor cuidadoso a su hijo. Por ejemplo, cuando Jesús nace en un pobre establo, Ella improvisa un pesebre como una “cuna” para el bebé, lo protege con unos pañales para darle calor. Esta actividad intensa es el resultado de su disponibilidad a cooperar al designio de Dios, usando lo que tiene a mano, transformando con sus manos los elementos que tiene al alcance para ponerlos a disposición del plan de Dios.
Características de una verdadera madre
Luego, en el Evangelio, Jesús nos dice cuáles han de ser las características de una verdadera madre en los planes de Dios.
No sólo se debe ser madre en lo físico, sino también en la fe. «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 35).
De hecho, María realiza en plenitud estas dos condiciones del ser miembro de la nueva familia del Señor: la escucha de la Palabra y su realización práctica en la vida. Por eso, Ella es la primera y más fiel discípula de Cristo.
Sobre el Calvario, Jesús revela a su Madre que todos los que creen en Él, representados en “el discípulo que Él amaba” (Jn 19, 26), son también sus hijos. Y al discípulo, le manifiesta que María es también su madre. En esa misma Hora, María ve un Hijo morir, y otro hijo nacer. De esta forma, Jesús revela que su madre es también madre de todos sus discípulos.
Amar e imitar a María
La maternidad empieza, pero no acaba. No se es mamá sólo al dar a luz, sino siempre. Se es madre no sólo con la inteligencia, con las palabras, con las acciones, sino que es madre con todo su ser. También María es nuestra madre con todo lo que Ella es y tiene, por eso nos participa de su gracia, su dignidad y grandeza de madre de Dios.
Todos somos sus hijos, pero hay varios grados: primero los bautizados, sobre todo aquellos que viven según los mandatos de Dios, y también es madre de toda la humanidad.
Por su parte, para ser verdaderos hijos, los fieles deben aceptar la filiación, acoger a María como Juan en el Calvario. Deben obedecerla, saber seguir su voz cuando nos dice “hagan lo que Él les diga”. Deben darle un culto debido, de veneración suprema (pues sólo a Dios se le adora, lo que es más que venerarlo).
Y deben amarla, reconociendo a los demás como hermanos. Así se agrada a María nuestra Madre, a quien debemos imitar y pedir constantemente su intercesión.