Por su entrega a una diócesis lejana a su tierra, su sencillez y su cercanía, sacerdotes de la diócesis recuerdan al padre Juan Manuel García con gran cariño y agradecimiento por el testimonio que dejó en esta frontera.
Ana María Ibarra
Monseñor Isidro Payán fue el primer sacerdote en conocer al padre Juan Manuel García en Madrid, España, años antes de que llegara a la Diócesis de Ciudad Juárez.
“Me tocó conocerlo en la estación del tren de Madrid, le llamé para decirle que iría a Madrid y él bondadosamente fue a recogerme. Era el año 63, por el mes de octubre o noviembre. Ahí me platicó que había nacido en la Ciudad de México, pero de padres españoles. Era mexicano de nacimiento”.
Recordó monseñor que el padre Juan Manuel le platicó que pertenecía a una organización de sacerdotes de la Diócesis de Zaragoza llamada OCSA, que nació para proveer de sacerdotes a algunos países de América Latina.
“Estos sacerdotes vendrían por alguna temporada a servir en América Latina y luego se regresarían si lo deseaban. Poco después del padre García llegó el padre Luis Martínez Calahorra, que estuvo un par de años en servicio en Ciudad Juárez”.
Gran espíritu de servicio
“La imagen que tengo del padre Juan Manuel era la de un sacerdote con un gran espíritu, de amor al sacerdocio y dedicación a su servicio en Ciudad Juárez. También recuerdo de él su sencillez y su deseo de que, todo lo que se le encomendaba le ponía mucha decisión para realizarlo”.
Su entrega era tal, que parecía un sacerdote nacido y ordenado en Ciudad Juárez para trabajar y servir en esta dimensión eclesial de Ciudad Juárez, agregó.
“El mismo Juan Manuel se fue enrolando en el trabajo diocesano, inclusive, después de ser profesor del Seminario continuó sirviendo en algunos espacios de la diócesis. Traía un gran espíritu de servicio y de trabajar en esta diócesis”.
A monseñor Payán le entristeció saber del fallecimiento de padre García.
“Personalmente hablé por teléfono con él algunas veces y también por medio de correo electrónico me comuniqué con él bastantes veces. Siempre agradeciéndole el servicio y el ejemplo que nos dio”.
Como su hermano
El padre Francisco Galo, formador del Seminario Conciliar, compartió que en sus años de seminarista, el padre García fue de gran apoyo en un momento en el que él se sentía solo, pues toda su familia había tomado la decisión de irse a vivir a Chihuahua.
“En mi tiempo de Seminario Menor yo pasaba por un momento difícil por la ausencia de mi familia. Todos los fines de semana, los seminaristas del menor se iban a sus casas con sus familias, pero yo tenía que quedarme en el Seminario”, recordó el padre Galo.
“Fue ahí donde el padre García, siempre de buen corazón, estaba al pendiente de lo que hacía y me invitaba a pasar el rato con él. Nos íbamos rumbo a Samalayuca y descubrimos pueblos escondidos. En ese sentido, yo puedo decir que fueron años en los que el padre García me dio mucha fuerza y confianza”, añadió el sacerdote.
Con mucho cariño dijo “En esos años, el padre vino a responder un problema que era la ausencia del apoyo familiar. No voy a decir que el padre García la hizo de mi papá, no, pero sí estaba pendiente de que no me quedara solo. Estuvo siempre dispuesto a escucharnos. Llegamos a hacerle muchas bromas y siempre aguantaba, sin duda era un sacerdote con una gran paciencia”, dijo.
Un rector cercano a sus alumnos
Como un sacerdote sencillo, un rector cercano a los seminaristas, y alguien que cultivó gran cariño por la diócesis, recuerda el padre Alberto Castillo al padre Juan Manuel García, quien fuera el rector del Seminario Conciliar -1992-2001- cuando el entrevistado ingresó para su formación sacerdotal.
Compartió que el padre Juan Manuel conocía muy bien a cada uno de los estudiantes incluso, dijo, los intuía.
“Siempre había un trato muy dedicado, muy respetuoso, pero también muy asertivo. Era de los padres que te decía: algo traes. Te lo intuía en la mirada, en la voz y preguntaba siempre ¿cómo estás? Y le atinaba”.
Recordó la vida del padre Juan Manuel como muy sencilla.
“Era notable su desapego material. Su carrito era el más viejo del Seminario y lo quería mucho; la limosina le decíamos, porque era todo lo contrario. Su vestimenta era siempre aseada, no era descuidado en su apariencia, pero su ropa era notablemente sencilla”.
El padre Alberto dijo recordar ver al padre Juan Manuel caminar por el Seminario rezando el rosario encomendando a sus seminaristas a María.
“Nos quería mucho, realmente le interesaba nuestra vocación y nuestra vida”.
Su padrino
Recordó cuando lo envió a estudiar a Roma: “vi en su rostro un gusto por verme crecer en algo que sería de beneficio para la diócesis”.
“Se mantuvo en comunicación frecuente con los que estábamos en Roma y los iba a visitar para saber cómo estaban”.
Por esta cercanía, y después de ponerlo en oración, el padre Alberto eligió al padre Juan Manuel como su padrino de ordenación presbiteral.
Con los enfermos
Algo que el padre Castillo admiró del padre Juan Manuel fue su amor por los enfermos.
“Siempre que le hablaron para un enfermo, salía corriendo como la mayor de las emergencias. En su conciencia sacerdotal no podía dejar a alguien en sus últimos momentos sin recibir un auxilio. Incluso, al volver a España a la casa sacerdotal, sirvió en un hospital pequeñito como capellán. Era un hombre muy compasivo y misericordioso”.
Tristeza por su partida
Después de su partida a España, el padre Alberto Castillo pudo verlo nuevamente en dos ocasiones. Una de ellas en el 2011, en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid,
“El padre Juan Manuel le dice a Conchita, su hermana, que íbamos a ir el padre Hayen y yo con unos muchachos, esos muchachos eran 120. Conchita nos consiguió en su parroquia hospedaje para 90 jóvenes con alimentos incluidos. Una finísima persona. Simplemente porque éramos de Juárez, una diócesis que quería por su hermano, nos atendió”.
“Nos mandó mensajes para agradecer al presbiterio por haber querido y apoyado a su hermano”.
Al haberse enterado del fallecimiento del padre García, el padre Castillo experimentó la tristeza humana, sin embargo, con la confianza de que su padrino es recompensado con la Vida Eterna.