P. Eduardo Hayen Cuarón
Las marchas feministas de este domingo 8 de marzo y el paro nacional «Un día sin nosotras» del lunes 9 no es más que una jugada política, muy bien orquestada, para empujar la legalización del aborto y dividir a la sociedad mexicana. El disparo lo hicieron las feministas que, con mucha astucia, y auspiciadas por intereses extranjeros, supieron canalizar la justa indignación nacional del caso de Fátima, la niña secuestrada y asesinada en Xochimilco. En torno al tema, hoy el país está más dividido que nunca: segmentadas las izquierdas, fraccionadas las derechas y hasta divisiones hay dentro de la Iglesia Católica. Alguien muy astuto ha sembrado cizaña en el trigal.
Con maliciosa inteligencia se está engañando a las mujeres que no se identifican con el feminismo para llevarlas a su movimiento. A muchos católicos que apoyan «Un día sin nosotras» les ha faltado información sobre cuál es la mano que mece la cuna; otros quizá no tuvieron el valor de verse políticamente incorrectos y decidieron respaldar. Lo cierto es que la violencia ha llegado a ser indignante para todos y queremos hacer algo para reducirla, pero ello no justifica que nos sumemos a un movimiento de izquierda política cuyo objetivo es que las madres puedan matar a sus hijos y las mujeres agudicen su odio hacia los varones.
Muchas mujeres argumentarán diciendo que ellas apoyan la iniciativa del 9M pero nunca el aborto ni el odio a los hombres. Su ingenuidad terminará inflando las cifras de un colectivo que a todas luces reclama el aborto como el primero de los derechos femeninos.
El movimiento «Un día sin nosotras» no es algo original de México; comenzó en Islandia en 1975 liderado por un grupo feminista radical. Continuó en 2016 en Polonia donde las mujeres exigieron derecho a decidir sobre sus cuerpos y libertad sexual. En Argentina nació el movimiento «Ni una menos» como protesta por los asesinatos de mujeres, así como la exigencia del aborto legal. Lo mismo ocurrió en Estados Unidos y Reino Unido donde «Un día sin nosotras» exigió la equidad de género, el alto a la impunidad, seguridad para las mujeres y control sobre sus cuerpos. Hoy el movimiento se extiende rápidamente por Latinoamérica. Conociendo su trasfondo, los católicos no debemos auxiliar a un movimiento pervertido desde su origen.
Oremos intensamente por México. Este 8 y 9 de marzo ofrezcamos la Eucaristía y pongámonos de rodillas ante el Santísimo Sacramento para que Dios nos ayude a crear una sociedad libre de violencia, donde se respete la dignidad de todos: hombres y mujeres, nacidos y no nacidos, jóvenes y ancianos. Las marchas feministas y «Un día sin nosotras» podrían fácilmente culminar en el aborto libre, legal y gratuito en todo el país. Entonces sí la violencia se volvería institucional y nosotros lloraríamos de pena.