En una de mis investigaciones encontré que por lo menos nueve millones de personas no tienen agua potable, y muchas más tampoco tienen alcantarillado. Estudiando el fenómeno con un poco más de detalle se puede observar que quienes no tienen agua, además son las personas más marginadas del país.
Y mientras el resto de la población pensamos que ese no es un problema grave porque la mayoría si contamos con acceso al agua potable y al alcantarillado, los gobernantes y técnicos podemos decidir que no se puede hacer mucho para resolver el problema, porque resulta muy caro llevar agua a comunidades dispersas, aisladas y pequeñas.
Las lecturas del pasado domingo nos invitan a reconsiderar esta y muchas otras injusticias, y enfocar recursos y voluntad de personas, sociedad y gobierno para servir a quién más lo necesita. La lectura del profeta Amos (6,1.4-7) muestra que cuando los “notables de la primera de las naciones” refiriéndose a los dirigentes, tanto políticos como empresariales, “acostados en lechos de marfil y apoltronados en sus divanes, comen los corderos del rebaño y los terneros sacados del establo” por su vida de excesos se desentienden del pueblo (José): “beben el vino en grandes copas y se ungen con los mejores aceites, pero no se afligen por la ruina de José.”
El Papa Francisco en su comentario al evangelio del rico y el pobre Lázaro nos muestra como fácilmente podemos volvernos como quien “sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera. No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma.”
Ciertamente no es necesario que hagamos daño a nadie, pero si somos víctimas de la ceguera del corazón: “Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo. Quien sufre esta grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira con deferencia a las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de los pobres y los que sufren, que son los predilectos del Señor.”
Esta diferencia es más grave aun cuando se da en los políticos, que se contentan en las fiestas, en el oropel, en los números y estadísticas y se olvidan de las personas y sus problemas reales, cuando buscan reconocimiento de “estadistas” otorgado por multimillonarios de países extranjeros mientras que sus gobernados sufren hambre e injusticia, cuando por quedar bien con grupos internacionales se promueven leyes contrarias a los valores de la sociedad. Es la ceguera que ve sólo a los poderosos y se niega a atender las necesidades del pobre.
El derecho humano al agua que es una necesidad vital para toda la población, y que no se cumple especialmente para los más pobres, no es una prioridad legislativa del gobierno, hace 4 años debió legislarse para su cumplimiento y no se ha hecho, sin embargo el presidente toma como prioridad legislativa modificar el concepto de matrimonio que más fortalece a las familias y a la sociedad.
Cientos de miles se manifiestan en todo el país contra esa iniciativa y el presidente no escucha, como tampoco escucha a los más pobres que son encarcelados sin juicio, ni a los familiares de los miles de desaparecidos que nadie encuentra y que los ciudadanos buscan entre los cientos de fosas clandestinas que a nadie parece importar, porque como dijo el Papa “un cristiano debe construir la historia. Debe salir de sí mismo para construir la historia. Quien vive para sí no construye la historia.”
El cristiano es “portador de alegría y sabe ver más lejos, tiene horizontes, no tiene un muro que lo encierra; ve más lejos porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas. Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades.”