Ing. Oscar Ibáñez/Profesor universitario
Es fácil escuchar historias de lugares maravillosos, parajes increíbles con cascadas, arroyos de agua fresca corriendo en las campiñas; hoy la profusión de imágenes en internet y tantas redes sociales nos permiten ver esos mismo paisajes, y experimentar de manera distinta y quizá más cercana esas realidades; sin embargo, nada se compara con la vivencia del espacio, el sentir la brisa, el fresco o los rayos del sol, el escuchar el ruido de los árboles, el agua, y los pájaros mientras todos nuestros sentidos se llenan del entorno.
De manera análoga, respecto a la salvación de Cristo, el papa Francisco decía que: «una cosa es que a uno le cuenten; otra es que uno mismo lo vea; y otra totalmente distinta es que uno lo experimente en primera persona». Así, al tratar de evangelizar, no es lo mismo predicar con la palabra, predicar con el ejemplo, o acompañar en el camino a una persona.
En esta época parece que el oír (más que el escuchar) es una característica dominante, yo mismo acostumbro trabajar frente a la computadora escuchando música de fondo, de preferencia con audífonos que me aíslen del entorno. Y es muy frecuente ver sobre todo a los jóvenes caminando, haciendo ejercicio, leyendo, conversando, trabajando o jugando con sus audífonos conectados.
Los videos de cualquier tipo y extensión, que incluyen películas, documentales, vimeos, snapshots, e incluso transmisiones en vivo de cualquier tipo, representan otra característica de esta generación por la facilidad de acceso, y permite la relación entre personas en distintos continentes con una variedad de entornos y contenidos que además pueden ser alterados de muchas maneras, con efectos especiales, memes, distorsiones, y mezclas que acentúan el carácter virtual de las interacciones.
Y a pesar de estas características de la época que parecen dominar las interrelaciones sociales y que prohíjan el individualismo, el aislamiento, y el miedo a las relaciones permanentes y profundas; las experiencias reales que se derivan del contacto con la naturaleza o el entorno urbano, así como las relaciones que nos implican y comprometen, ya sea de servicio, amistad o amor, siguen siendo los referentes y constructores de nuestra humanidad.
Las características que facilitan el oír y el ver, paradójicamente no siempre facilitan la oportunidad de vivir y experimentar a plenitud la realidad. Sin embargo, el camino de la relación personal con los demás, de la escucha que sustituye al oír, de la mirada que acaricia y escudriña, que busca posarse en la mirada del otro y que sustituye al ver sin ver, acostumbrado a un bombardeo de imágenes e información procesadas muchas veces por el inconsciente de nuestro cerebro, se pueden convertir en el acceso a las experiencias de vida plena.
Cada época trae características nuevas que las definen, son los entornos y las circunstancias que completan y condicionan la vida de cada persona según diría Ortega y Gasset. Y al igual que en anteriores periodos de la historia, las personas elegimos las maneras de vivir nuestro espacio de tiempo.
Nada nos impide sustituir los audífonos por una atenta escucha, o los videos por mirar a los ojos, y finalmente, el compromiso de vivir con otros los momentos, y cada espacio que constituye la vida.
El encuentro con Jesucristo es una experiencia, algunos han escuchado de ella, hay quienes observan esa experiencia en otros, pero finalmente la aspiración seria vivir el encuentro con Cristo. Ese que pasa por las obras de misericordia, dar de comer, consolar, enseñar, corregir, apoyar, servir, visitar, no de manera virtual, sino personal.
Transformar la realidad es posible para quienes caminan en la alegría y la comparten, para quienes ven injusticias y las denuncian y trabajan para evitarlas, para quienes donde ven conflicto se empeñan en construir la paz, para quienes no se desalientan por la corrupción e impunidad y trabajan sin descanso en el servicio a los demás que construye el bien común. Para quienes son capaces de escuchar, observar y vivir dando la vida.