Ana María Ibarra
En su niñez, al adentrarse en el conocimiento de la vida de Jesús, el padre José Solís tuvo el deseo de conocer Tierra Santa, el cual cumplió y lo llevó a ser, durante casi 20 años, el guía espiritual de los viajes organizados por la agencia Royal Tours, acompañando a Uriel Rey y Blanca Ríos y a sus peregrinos.
Siempre servicial
Fue en el año 1999 cuando Uriel conoció al padre Solís, a quien invitó para ser el guía espiritual de los viajes a Tierra Santa.
“Él aceptó de muy buena gana, muy contento, aunque ya había hecho otros viajes a Tierra Santa y creo a Turquía con otros sacerdotes. Empezamos los viajes juntos con el Jubileo 2000”, recordó Uriel.
El entrevistado recuerda al padre Solís como una persona amable, inteligente, conocedor de la Biblia y de todos los lugares que visitaron.
“Nos explicaba las Escrituras. Contratábamos un guía experto y el padre Solís intervenía para explicar el aspecto espiritual del lugar”.
Notablemente conmovido por el fallecimiento del padre Solís, Uriel recordó que el sacerdote fue siempre muy servicial, ayudando a las personas con su equipaje y ofrecer los servicios propios de su ministerio.
“Confesaba, celebraba la Eucaristía en cada lugar que visitábamos. Algunas noches celebró Hora Santa en el Santo Sepulcro, en el Monte de los Olivos. Juntaba a la gente para irnos a las 10 de la noche y a las 12 de la medianoche veníamos de regreso al hotel, para al día siguiente levantarnos temprano y continuar el viaje”, recordó con la voz entrecortada.
Por fe, Uriel confía que el padre Solís está en un lugar mejor al lado del Señor, sin embargo, no pudo evitar las lágrimas.
“Nos hará falta aquí en la tierra. Para los viajes era un experto y aguantaba todo. Incluso en algunos viajes fue enfermo y resistió. Yo le hacía sus curaciones porque éramos compañeros de cuarto”, compartió.
Humilde y conciliador
Como una experiencia hermosa definió Uriel haber conocido y viajado acompañado del padre Solís.
“El último viaje fue en julio de 2019. Llevé un grupo muy reducido y me acompañaron mis nietas, fue una experiencia muy bonita porque el padre Solís platicó con ellas. Él platicaba con todos, cuando había problemas entre la gente, intervenía como un pastor y todo se corregía. No tuve ningún problema con él, nunca”, afirmó.
Uriel y el padre Solís no sólo fueron compañeros de viaje, sino que en 19 años cosecharon una bonita y estrecha amistad.
“Era mi consejero. Como dormíamos en la misma habitación, teníamos tiempo para platicar. Era muy humilde. Cargaba su maleta en la espalda donde llevaba todo para celebrar las misas, nunca se le olvidaba nada. Siempre estaba al pendiente del programa de viaje para que todo saliera bien”.
De todos esos años de compañía, Uriel se quedó con grandes enseñanzas del padre Solís, una de ellas el servicio a los demás.
“En los grupos siempre hay problemas, él sabía cómo tratarlos y aprendí mucho de él para saber tratar a la gente. Fueron 19 años de viajes juntos. Dos años antes invité a otros sacerdotes, pero al conocer al padre Solís, me quedé con él y él conmigo, porque nos acoplábamos muy bien”.
Con motivo del 50 aniversario sacerdotal del padre Solís, el sacerdote y Uriel tenían planeado un viaje, pero no pudo llevarse a cabo.
“Él tenía mucha ilusión de ir. Me comentaron que, aún en la agonía en el hospital, algo comentó sobre un viaje al Santo Sepulcro. Me da tristeza que no pudimos ir. Él viajaba siempre muy contento”, finalizó.
Así lo recuerdan
“El padre Solís fue de mis primeros confesores cuando yo era joven, porque en esos tiempos el padre solía confesar bastante noche en la Natividad del Señor, y entonces, cuando yo pedía permiso para salir con los amigos, me decía mi mamá ‘¿ya te confesaste?’, pues yo le decía que no, y me mandaba a la Natividad porque sabía que ahí estaría el padre Solís confesando. No había pretexto para no ir.
Me acuerdo tantísimo del estilo único y del amor que siempre caracterizó al padre Solís en el sacramento de la reconciliación. Confesarme con él fue uno de los primeros hábitos de vida espiritual que tuve en mi adolescencia-juventud”.
Pbro. Alberto Castillo
“El padre Solís fue un hombre que aportó mucho con su carácter, su alegría, su forma muy particular de ser y su disponibilidad. Yo creo que si algo tuviera que decir de él, y que siempre lo he dicho, es que siempre estaba dispuesto, a pesar de ser un señor de edad adulta, nunca se ‘rajaba’ como decía él; había misa, la celebraba, había funeral, lo celebrará, siempre dispuesto a los sacramentos”.
“Un hombre que siempre me llamaba mucho la atención, porque generoso para confesar, aunque renegaba siempre que lo hacía, pero siempre dispuesto, pienso que esto es lo que más aprendí de él, el estar dispuesto siempre a impartir los sacramentos”.
Pbro. Juan Carlos López
“Siempre agradecido con Dios a través de los hermanos en el ministerio sacerdotal. Sin duda, el padre Solís fue un sacerdote muy alegre, solidario y un gran hermano de todo el presbiterio”
Pbro. Luis Escudero
Fuimos compañeros en el ministerio, propiamente en el mismo decanato de La Sagrada Familia y siempre fue para mi un ejemplo a seguir, por su dedicación al servicio de la iglesia y la comunidad. Era un hombre muy entregado y servicial.
Muchas veces tuve que recurrir a él por muchas circunstancias, tuve que pedirle algún favor y siempre me lo dio, siempre tuvo tiempo para ofrecerme su servicio.
Quiero agradecer especialmente por su amistad, porque convivimos en el decanato bastante y de tal manera que lo recuerdo con gratitud por todo lo que enseñó con el testimonio de su vida, de sus palabras y su amor al sacerdocio que lo manifestaba en todo momento. Era muy simpático en su forma de ser y de tratarnos.
Sin duda, un sacerdote digno de imitar. Sé que el Señor ya lo tiene gozando en su reino.
Mons. Mariano Mosqueda