Ana María Ibarra
A punto de dar inicio a la Cuaresma, y como cada año, Presencia busca ayudar a sus lectores para vivir las máximas de este tiempo litúrgico de conversión, como son oración, ayuno y caridad.
Pero este año compartiremos reflexiones sobre los pecados capitales, que son causa de muchos otros pecados que Cristo nos llama a erradicar, y perdona con su misericordia, como nos enseña su Muerte y Resurrección.
En esta edición reflexionaremos sobre el primer pecado capital, la soberbia, con la ayuda del padre Jaime Melchor, formador del Seminario, quien además nos ofrece una guía para poder realizar un examen de conciencia, hacer la confesión sacramental y trabajar para poder superarlo.
Qué es la soberbia
El padre Jaime Melchor explicó que la soberbia, como todos los pecados, es un acto de desobediencia al amor de Dios y la negación del amor de Dios en la persona. Como pecado capital, señaló, engendra otros pecados.
Dijo que la soberbia se manifiesta cuando la persona se valora a sí misma por encima de los demás.
“La persona soberbia se siente superior, se siente más importante, más inteligente, más capaz y minimiza a su prójimo. No reconoce sus errores, no reconoce las críticas en el sentido de una corrección y tiene una demasiada buena imagen de sí misma”.
Estas personas, explicó el padre Jaime, siempre justifican sus errores echándole la culpa a los demás.
“Siente que todo lo hace bien, no acepta consejo y es autoritaria con los demás, y lo que cuenta para esta persona es solo lo que ella piensa o lo que dice”.
Atrae otros pecados
Puesto que la soberbia es raíz de otros pecados, la persona puede desarrollar, por ejemplo, el egoísmo. Es decir, la persona soberbia siempre quiere halagos y busca ser el centro.
“Nace también la vanidad, querer ser superior en lo económico, en lo intelectual. El soberbio siempre cree que merece más. La gula también surge de la soberbia, no solamente hablando en cuestión alimenticia, sino en lo espiritual, la persona soberbia siempre quiere ser el centro y siente que está muy llena de Dios y se puede generar la soberbia espiritual”.
La ira, es otro pecado que tiene su raíz en la soberbia y surge al no obtener todo lo que quiere puesto que siempre se está comparando con el otro.
“Esto engendra la envidia al sentir que tiene que estar por encima de los demás o si alguien suele tener más, sea material o intelectual, el soberbio se siente menos y surge la envidia”.
Añadió que puede aparecer una falsa humildad como un arma para manifestar su soberbia lo cual, dijo, es muy peligroso para la vida espiritual.
“El soberbio maneja mucho la hipocresía. Por otro lado, le cuesta pedir perdón y si lo hace, lo hace sin arrepentimiento, esto engendra resentimientos”.
El soberbio se vuelve desobediente porque no se deja someter por nadie, señaló.
“Esto pone en un riesgo muy grave al alma, porque puede pensar que no necesita de Dios y lo puede llegar a cuestionarlo. Esto nos pone al nivel del maligno enemigo que no se quiso someter a la autoridad divina”.
Por lo tanto, resaltó, el soberbio puede terminar en una situación espiritual muy grave cuando cree que no necesita ni siquiera de Dios. Esto es un caso extremo de soberbia”, advirtió.
Cómo superarlo
Ante lo grave del pecado de soberbia, el padre Melchor explicó que se puede ir superando con actos espirituales, especialmente en esta Cuaresma que es un tiempo y una oportunidad para hacerlo.
“En primer lugar, hay que reconocer que se tiene este pecado, ese es el primer golpe contra la soberbia. También, reconocer con humildad que sin Dios no podemos hacer nada. Reconocer de rodillas delante de Él, que solo él puede darnos la capacidad de la conversión”.
Ver a María, es el gran ejemplo de humilde, e ir con ella de la mano para poderlo superar, dijo.
“Reconocerse nada y necesitado del hermano es un camino para la superación del pecado. La soberbia se elimina cuando se manifiesta la propia debilidad delante de Dios, reconociendo la necesidad de Él, recurrir a su auxilio y entender que con su gracia nada somos, nada valemos. De esa manera el Señor nos va purificando”.
El padre Jaime recomendó buscar una guía de un consejero espiritual para que ayude a ver con claridad los signos de la soberbia.
Por otro lado, dijo, hay que pedir el temor de Dios, que es el don del Espíritu Santo que ayuda a reconocer a Dios por sobre todas las cosas y el respeto que se le debe por ser superior al ser humano.
“Es importante reconocer las cualidades en las otras personas para superar la soberbia, reconocer que, así como soy importante para Dios, también la persona a la que estoy envidiando es muy amada por Dios. Reconocer que en nuestra Iglesia nos necesitamos, nos complementamos”.
Así, dijo, es importante reconocer “que todos somos hermanos”.
En frase…
“El amor es la mayor virtud para vencer el pecado. Nos ayuda a recibir el amor de Dios y de esa manera alimentarlo en nosotros para darlo a los demás”.
Penitencia para vencer la soberbia
Una penitencia concreta para vencer el pecado es alimentar la vida con la oración, reconociendo que todo viene de Dios, siendo agradecidos con Él, además de contemplar a Cristo, que se dio con humildad.
“Contemplemos a Cristo que se humilló por nosotros, se quedó en la eucaristía, pequeño, humilde en ese pan. Que su muerte humilde nos enseñé la verdadera humildad haciendo actos de servicio a nuestros hermanos, pidiendo por ello, pero también procurarles el bien, tener un corazón dispuesto a perdonar”.
Otro acto penitencial puede ser ofrecer algún sacrificio por aquellas personas hacia las cuales se ha tenido un juicio o una crítica, o alguna actitud de soberbia.
“Hay que saber pedir perdón, acercarnos, reconocer mi falla, mi actitud de soberbia hacia esa persona o esas personas. No estarse comparando con el otro, pues todos somos iguales”.
Y como ejercicios de penitencia concreta, el sacerdote recomendó una buena confesión para reconocer este pecado y arrepentirse.
Un llamado en esta Cuaresma
El padre Jaime invitó a la comunidad a reconocer el amor y la misericordia de Dios, saber que Dios va al encuentro de su pueblo.
“Dejarse amar significa dejarse encontrar. Si el pecado es un daño que nos hacemos, dañamos el amor de Dios en nosotros, y es necesario dejarse amar, dejarse sanar, acercarse a la comunidad, a la Iglesia, fortalecer la oración con la palabra de Dios, dejarse transformar y procurar que el amor en nosotros hacia los demás crezca”, dijo.