La virtud de la religión se sitúa en relación a dos extremos: la irreligiosidad, que niega a Dios el culto debido (ateísmo, gnosticismo, indiferentismo religioso, la blasfemia, el sacrilegio) y los excesos de una religiosidad que falsifica y trivializa el ser mismo de Dios (la superstición y la idolatría). Hoy reflexionamos sobre el primer extremo.
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El pecado es siempre el reverso de la virtud, como el mal es la negación del bien. Pero, en este caso, el contraste es mayor, dado que a la altura de la virtud de la religión, que refleja la omnipotencia y amor de Dios, le corresponde la sima abismal de la maldad del hombre que ofende directamente a Dios.
En efecto, la gravedad de los pecados contra la virtud de la religión es mayor por cuanto, si la religión es «la virtud que da a Dios el culto debido», los pecados que van contra esta virtud le ofenden especialmente, puesto que quienes los cometen no le reconocen y aun le desprecian. Además, algunos pecados, como la blasfemia, se dirigen in recto a Dios, pues le constituyen en blanco directo de la ofensa del hombre.
Vivir sin Dios
Es evidente que, si la religión tiene como objeto a Dios en cuanto es origen y fin de la existencia humana, la no aceptación de esta vocación del hombre a vivir cara a Dios provoca los pecados más graves que el hombre puede cometer.
Además, estos pecados tienen a modo de un «efecto secundario», puesto que el hombre que ofende a Dios directamente debe sentir una especie de repulsa hacia el mismo Dios y a las cosas religiosas en cuanto tales. No es lo mismo el pecado que deriva de una pasión humana, cometido con una buena carga de debilidad y que comporta, al menos de inmediato, una apariencia de bien, que un pecado que nace del desprecio a Dios o de una ofensa directa contra El.
Aquí explicaremos los distintos pecados que pueden someterse contra Dios.
- El ateísmo
El problema del ateísmo es confuso y muy diversificado. En ocasiones brota de concepciones filosóficas previamente asumidas en las que no cabe el tema de Dios, tales han sido las corrientes marxistas. Otros tienen origen en sistemas filosóficos y en teorías del conocimiento insuficientes, por lo que, sin razón decisiva, o niegan a Dios (ateos) o profesan que es imposible el acceso a Él (agnósticos). La nueva situación intelectual, denominada «posmodernismo», ni siquiera encuentra sentido a la pregunta. De aquí que algunos autores de nuestro tiempo afirmen que la cuestión sobre Dios es una pregunta inútil.
Otros sistemas provienen de corrientes de filosofía de la ciencia que o bien niegan que exista más realidad que la que se experimenta sensorialmente, o que aspiran a explicar la compleja naturaleza del cosmos sin recurso a una fuerza superior: el mundo, dicen, tiene explicación en sí mismo, por lo que Dios es una hipótesis vana. Tampoco faltan los que dicen profesar el ateísmo ante la aporía, siempre difícil de satisfacer, que plantea el problema del mal en el mundo. No es posible que exista Dios, que, por supuesto, debe ser bueno —argumentan—, y sin embargo exista el mal en tan grandes proporciones, que en la mayoría de los casos se presenta como injusto e inútil.
En la etiología del ateísmo tampoco cabe olvidar otro factor: el escándalo sufrido por el desamor de los cristianos y la falta de coherencia entre doctrina y vida de algunos creyentes. Esta causa es mencionada por el Vaticano II:
«En la génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión» (GS, 19).
Pero no faltan ocasiones en las que el ateísmo es una consecuencia de un estilo de vida que hace imposible la acogida de la existencia de Dios. Si, según los datos bíblicos, Dios se manifiesta al hombre que le busca con humildad y al que no se deja llevar por la relajación de las pasiones, es evidente que un individuo, una sociedad o una cultura soberbia y sensualizada están seriamente obstaculizadas para creer en Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:
«En cuanto rechaza o niega la existencia de Dios, el ateísmo es un pecado contra la virtud de la religión (cf. Rm 1, 18). La imputabilidad de esta falta puede quedar ampliamente disminuida en virtud de las intenciones y de las circunstancias».
Es evidente que la valoración moral del pecado de ateísmo depende de múltiples factores, los cuales no siempre son fáciles de medir. Pero no cabe eximir de culpa a quienes niegan o ponen en duda la existencia de Dios. Es este un caso típico de la Teología Moral en el que las «circunstancias» juegan un papel decisivo al momento de mensurar la gravedad del pecado. Pero tanto la ignorancia, como la soberbia, así como el estilo de vida y otras «circunstancias» que concurran en la profesión del ateísmo, deben ser tenidas en cuenta, dado que pueden ser factores que hayan contribuido a que el tema de Dios se oscurezca en la conciencia del hombre.
- El agnosticismo
Lo dicho del ateo, en buena medida, cabe aplicarlo al agnóstico. En primer lugar, porque el agnóstico es un ateo al uso de la época: hoy se prefiere declararse «agnóstico» antes que confesarse «ateo». Las razones son diversas; pero, además del imperativo de la moda, quizá se deba, entre otras, a estas razones:
*Primera, el ateo representó en los ámbitos de cultura cristiana una militancia activa contra la religión, mientras que el agnóstico, en una sociedad pluralista, ofrece la imagen de cierta tolerancia frente a la religión. En consecuencia, declararse «ateo» en la cultura moderna sería situarse fuera de la democracia cultural que tiene en la actualidad tal alta cota de convocatoria.
*Segunda, el ateo se sentía en la necesidad de probar que Dios no existía, mientras que el agnóstico adopta una postura más cómoda, por cuanto se limita a afirmar que no encuentra pruebas que le demuestren que Dios existe. Pero tampoco tiene necesidad de empeñarse en buscar razones que nieguen su existencia.
*Tercera, el agnosticismo responde a una aparente comodidad intelectual. Por una parte, evita las exigencias de la religión y por añadidura no demanda esfuerzo alguno para justificar su postura. En último extremo, es más cómodo decir, «no lo sé», que esforzarse por encontrar la verdad.
*Cuarta, en ocasiones, el agnosticismo prende en personas científicas, pero que se limitan al estudio exclusivo de las ciencias experimentales, sin pretender buscar una razón última que explique toda la realidad. A ello se refiere el Concilio Vaticano II al afirmar:
«El progreso moderno de las ciencias y de la técnica, que, debido a su método, no pueden penetrar en las íntimas causas de las cosas, puede fomentar cierto fenomenismo y agnosticismo cuando al método de investigación usado por estas disciplinas se tiene sin razón como suprema regla para hallar toda la verdad. Es más, hay peligro de que el hombre, confiado con exceso en los inventos actuales, crea que se basta a sí mismo y deje ya cosas más altas» (GS, 57).
*Quinta. Un elemento común que subyace en el agnosticismo es la filosofía del lenguaje, que, a partir de las doctrinas de Wittgenstein, trata de afirmar que los análisis lingüísticos no nos permiten hablar de Dios.
Desde la moral
Respecto a la moral, el agnosticismo no sólo niega la moral religiosa, sino que invalida cualquier tipo de vida moral en la convivencia humana:
«Una forma extrema de agnosticismo no sólo afirma arrogantemente que nada puede decir sobre Dios, sino que niega en la práctica toda significación más profunda de la vida. Tal posición conduce, inevitablemente, al nihilismo o lo supone ya. Esta posición hace imposible cualquier tipo de vida en común, porque impide toda comunicación sobre la significación de la vida».
El agnosticismo representa además un peligro para la moral, dado que, como sus compañeros de viaje los ateos, exalta la libertad humana y propugna que la existencia de Dios equivale a una heteronomía del hombre; éste no sería plenamente libre, si tiene que aceptar los dictámenes de un Ser Superior.
En conclusión, el agnosticismo supone una falta moral porque se muestra indiferente ante el problema de Dios y desatiende la obligación que tiene el hombre de buscar la verdad, tal como enseña el Concilio Vaticano II:
«La verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social. Es decir, mediante una libre investigación, sirviéndose del magisterio o de la educación, de la comunicación y del diálogo, mediante los cuales unos exponen a otros la verdad que han encontrado o creen haber encontrado para ayudarse mutuamente en la investigación de la verdad, y una vez conocida ésta, hay que adherirse a ella firmemente con asentimiento personal» (DH, 3).
- La blasfemia contra Dios, los Santos y el Espíritu Santo
Después de la negación de Dios, el pecado más grave es el insulto directo a Dios, lo que se denomina «blasfemia».
La blasfemia es la injuria directa, de pensamiento, palabra u obra, contra Dios. El sustantivo que la define, «injuria», no es suficiente para expresar todo lo que se expresa con la blasfemia. A ese término habría que añadir otro cúmulo de sinónimos, tales como «ofensa», «agravio», «insulto», «afrenta», «improperio», etc.
La etimología griega y los sustantivos castellanos que la definen dan a la blasfemia una gravedad muy cualificada: se trata, nada más y nada menos, de que el hombre, criatura de Dios, se atreve a ofender a quien debe todo, incluida su propia existencia. En este sentido, «blasfemar» significa una ruindad máxima e injustificada por parte del hombre, a la que se adjunta una malicia incalificable.
Hay diferentes tipos de blasfemia, que puede ser interna, de palabra, de gestos,
También se blasfema contra Dios cuando se hace directamente a los Santos y en especial a la Santísima Virgen. Tomás de Aquino argumenta del siguiente modo:
«Como Dios es alabado en sus santos, en cuanto son alabadas las obras que hace en ellos, así la blasfemia contra los santos redunda, por lo mismo, sobre Dios».
El Catecismo de la Iglesia Católica especifica aún más el caso de blasfemia en los siguientes términos
«La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso del nombre de Dios para cometer un crimen provoca el rechazo de la religión» 14.
También se peca contra el Espíritu Santo, según las palabras de Jesús, que recogen los Sinópticos:
«Cualquier pecado o blasfemia les será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. Quien hablare contra el Hijo del hombre será perdonado; pero quien hablare contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero» (Mt 12,31—32; Mc 3,28—30; Lc 12,10)».
Tomás de Aquino señaló que el “pecado contra el Espíritu Santo” es todo pecado que pone un obstáculo particularmente grave a la obra de la redención en el alma, es decir, que hace sumamente difícil la conversión al bien o la salida del pecado; así: Lo que nos hace desconfiar de la misericordia de Dios. Lo que nos hace enemigos de los dones divinos que nos llevan a la conversión. Y finalmente, lo que nos impide salir del pecado.
El uso vano del nombre de Dios
En todas las lenguas existen expresiones que son poco reverentes, porque se emplea el nombre de Dios o de los Santos sin el debido respeto. Tales expresiones son consideradas, al menos, como irreverentes; además, suelen ser motivo de escándalo para los oyentes.
Pero se constata que tales expresiones de ordinario se pronuncian en momentos de especial enfado y con ira, lo que añade otro mal al que contiene tal injuria.
Aun fuera de toda imprecación, el cristiano debe acostumbrar al uso «religioso» del nombre de Dios. La virtud de la religión conlleva usar con respeto y cariño todo lo relativo a la Divinidad, así como lo relacionado con la vida religiosa, el culto, etc.
El Catecismo de la Iglesia Católica precisa:
«Las palabras mal sonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de blasfemar son una falta de respeto hacia el Señor».
- El sacrilegio
La virtud de la religión se refiere especialmente a rendir a Dios el culto debido, y en el ámbito cultual se origina lo «sacro». De aquí que deba ser respetado y se condene su profanación.
«Sacrilegio» deriva de «sacra legere», o sea, substraer o robar lo sacro. Esta etimología evoca el «robo de cosas sagradas», y por extensión se aplica a la irreverencia o mal trato de las cosas sagradas.
Tomás de Aquino define el sacrilegio como «violación de una cosa sagrada» y lo relaciona inmediatamente con la profanación del culto:
«Sagrado es todo lo que se relaciona con el culto divino. Y así como tiene razón de bien todo lo que se ordena a un fin bueno, de igual manera, cuando una cosa es destinada al culto de Dios, se hace de algún modo divino. De ahí que se le deba cierto respeto, que recae, en última instancia, sobre Dios. Por consiguiente, todo lo que implica irreverencia para las cosas santas es al mismo tiempo injurioso para Dios, y de ahí recibe la deformidad propia que le constituye en sacrilegio».
En consecuencia, el sacrilegio es considerado un pecado de irreligiosidad. Esta es la argumentación del Aquinate acerca de la especificidad del pecado de sacrilegio:
«Donde hay una razón especial de deformidad, allí se encuentra necesariamente un pecado especial. Ahora bien, en el sacrilegio hallamos un defecto moral determinado, que consiste en violar las cosas sagradas, por irreverencia de las mismas. Por lo tanto constituye un pecado especial».
La gravedad del pecado de sacrilegio deriva de la falta que entraña la irreverencia a Dios por la profanación de lo que se refiere a su culto. Tiene, pues, una gravedad especial, si bien menor que la blasfemia, porque el sacrilegio no se refiere a la Persona de Dios, sino a algo directamente referido a Él.
El sacrilegio más grave es la falta de reverencia debida a la presencia eucarística de Jesús:
«El sacrilegio es un pecado grave sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente substancialmente».
Clases de sacrilegio
Dado que en el culto a Dios intervienen personas, cosas, y lugares, consiguientemente, existen personas, cosas y espacios sagrados. De aquí que cabe hablar de sacrilegio cuando se profanan uno de esos tres ámbitos.
De aquí que se den tres modos distintos de sacrilegio: Personal(Por ejemplo quebrantar el voto de castidad de un consagrado); Real (Cuando se tratan de modo irreverente las cosas dedicadas al culto, por ejemplo inadecuada recepción o administración de los sacramentos). Y Local, cuando se profanan los lugares sagrados.
Evidentemente, no todos los pecados de sacrilegio tienen la misma gravedad. El Aquinate (Tomás de Aquino) afirma que «se peca más gravemente cometiendo sacrilegio contra una persona sagrada que contra un lugar sagrado». Igualmente, la gravedad depende del modo y de la intención del que lo realiza.