Este es el llamado del obispo a los dos nuevos sacerdotes ordenados para la Diócesis de Ciudad Juárez, en medio de la alegría del pueblo…
Ana María Ibarra
En el marco del 65 aniversario de la Diócesis de Ciudad Juárez, Dios ha regalado, a través de las manos del obispo diocesano, don J. Guadalupe Torres Campos, dos nuevos sacerdotes para la diócesis.
David Hernández Martínez y José Farías fueron consagrados en el orden del presbiterado el pasado 10 de septiembre en la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe, hecho que llenó de gozo a la comunidad diocesana.
Como una fiesta, invitó el obispo a vivir la celebración de la ordenación, sin embargo, en ese momento, como pastor, pidió a la comunidad unirse en oración por el eterno descanso de los fallecidos en el accidente en Ciudad Ahumada y por quienes se encuentran heridos.
Imitar a Cristo
Después del evangelio, quienes serían ordenados presbíteros fueron llamados por un diácono permanente.
Los hasta entonces diáconos, David y José, recibieron la bendición de sus padres y
subieron ante el obispo. El rector pidió el orden del presbiterado y dio testimonio de que ambos diáconos eran considerados dignos para tal ministerio.
Tomando un lugar en el presbiterio, los diáconos escucharon la homilía del obispo, guiada por la cita: “Permanezcan en mi amor”.
“Un signo de su amor es el regalo del presbiterado. El llamado es signo de amor y confianza y hoy les pide que permanezcan en su amor. Permanecer cumpliendo los mandamientos”, expresó el obispo.
Monseñor Torres señaló que el presbítero debe imitar a Cristo Jesús y vivir plenamente.
“Que su alegría sea plena solamente en el cumplimiento del mandamiento. Vivir con dignidad, con una entrega generosa, permanecer fieles a Cristo, fieles a la Iglesia”, añadió monseñor Torres.
Asimismo, los invitó a tratar bien al pueblo de Dios, con amor y respeto, en la corrección fraterna.
“José, David, no dejen de orar, sean ministros de misericordia. Mi cariño y mi gratitud a las familias por regalar dos sacerdotes”.
Convertidos en sacerdotes
El obispo los interrogó sobre su deseo y decisión de recibir el ministerio. Enseguida, cada uno realizó su promesa de obediencia y respeto al obispo.
La Iglesia terrenal, alegre por esos hermanos que decidieron aceptar el llamado de Dios al sacerdocio, los encomendó a la Iglesia Celestial entonando las letanías mientras que, David y José, se postraban rostro en tierra.
Después de ese momento tan significativo y emotivo, el obispo impuso sus manos en cada uno de ellos y realizó la oración consagratoria. La comunidad, en un sagrado silencio, también oró por ellos y los sacerdotes presentes impusieron sus manos también para orar por los nuevos sacerdotes.
Convertidos por gracia de Dios en sacerdotes, David y José fueron revestidos por sus padrinos, los sacerdotes Miguel Cisneros y Aurelio Saldívar, respectivamente.
Una medalla muy especial
Acompañados de sus padrinos, los jóvenes sacerdotes recibieron la unción de sus manos con el Santo Crisma y les fueron atadas por el obispo. Sus padres les lavaron las manos y acercaron el pan y el vino, ofrenda del pueblo de Dios para el sacrificio del altar.
El obispo entregó la ofrenda a los nuevos sacerdotes con la encomiendo de configurar su vida al ministerio de Cristo, finalizando el rito de ordenación con el abrazo de paz de parte del obispo y el presbiterio.
El pueblo, de pie, dedicó aplausos para felicitar a los nuevos sacerdotes quienes sonreían alegres y agradecidos por el don recibido.
El obispo entregó medallas a las mamás de los sacerdotes e invitó a las madres de familia a que, si querían una medalla, ofrendaran un hijo como sacerdote, esto recordando a monseñor Renato Ascencio León, quien así lo expresaba después de cada ordenación sacerdotal.
La comunidad diocesana salió del recinto después de haber recibido la bendición de parte de los sacerdotes David Hernández y José Farías.