Jaime Septién/Periodista católico
Hace unos días tuvo lugar un suceso que pone los pelos de punta. Fue en una localidad rural del municipio de Elche (España) que se llama Algoda.
Un niño de quince años mató a su madre, a su hermano y a su padre con una escopeta de caza. ¿La razón? Que la mamá le había amenazado con cortarle el wifi y dejarlo sin conexión a internet para que volviera a la escuela.
No es el primer caso que escuchamos o leemos de esta adicción. El “estar en línea” se ha convertido en sinónimo de vivir. Y los adolescentes, los niños, reaccionan de una manera violenta si se les castiga internet.
El adolescente de Elche cogió la escopeta de cacería y le disparó a su madre. Al ver lo que se le venía encima, su hermanito de diez años salió corriendo y fue a cazarlo. Luego, esperó hasta la llegada de su padre del trabajo y apenas al bajarse del auto, lo acribilló.
Escondió los tres cadáveres en un cobertizo y dijo a sus compañeros que no iba a ir a la escuela… porque tenía Covid. Pero ¿qué mundo es éste?
Seamos conscientes del monstruo que se está creando con la adicción a las pantallas, a los smartphone. Usemos el “tanto cuanto” de los jesuitas:
¿Cuánto usar la tecnología? Cuanto lleve a mejorar nuestras relaciones humanas, y cuanto no usarla, tanto como nos aleje de lo esencial. Eso sí se puede enseñar a nuestros niños. Y comenzar por los adultos.