Mons. Felipe Arizmendi/ Obispo emérito de San Cristóbal de las Casa
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Por cuarto año consecutivo, el Papa Francisco nos invitó a realizar, el domingo pasado, la Jornada Mundial de los Pobres, con el objetivo de abrir más nuestro corazón hacia ellos, inspirados en Jesús, que pasó su vida haciendo el bien. ¿Qué tanto le hemos hecho caso?
La pandemia ha agudizado la pobreza y, por ello, más que dedicar una Jornada a los pobres, han sido días y días, jornadas y jornadas, de atención amorosa de la comunidad eclesial a tantas necesidades que se han agravado. La solidaridad hacia los pobres, y de ellos mismos hacia otros que sufren peores carencias, ha brillado esplendorosamente, aunque poco se refleja en los medios informativos. Estos resaltan más lo que hacen el gobierno y el ejército, y poco comparten la fraternidad de los mismos pobres.
Algunos hablamos mucho de los pobres, pero no abrimos la cartera para hacerlos partícipes de nuestros propios bienes. Promovemos colectas en su favor, pero de nuestro bolsillo no sale ni un peso. Invitamos a otros que sean generosos, pero nada sale de nuestras cuentas bancarias personales. Hacemos oración por los necesitados, pero no les tendemos la mano.
No faltan quienes atacan al Papa Francisco por su insistencia en que seamos una Iglesia pobre para y con los pobres, pues dicen que eso es comunismo, que es socialismo, que con ello se aleja del cristianismo. Dicen que lo que falta al mundo es espiritualidad, entendiendo por ésta sólo las oraciones y las prácticas sacramentales. Por su última encíclica Fratelli tutti, lo califican como más cercano al marxismo que al Evangelio. Nada de eso es verdad, pues Jesús en lo que más insiste, incluso más que en el amor a Dios, es en el amor a los demás, sobre todo a los necesitados. Esta es la clave de la autenticidad cristiana.
Pensar
En su Mensaje para la IV Jornada Mundial de los Pobres, que tiene como título “Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32), el Papa nos invita a “poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia”. Y nos advierte con toda claridad: “La constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto; al contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas… La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios… El tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado, sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres… La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición para una vida plenamente humana… La finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este amor es compartir, es dedicación y servicio”.
“La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad divina. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad”. Y nos dice: “No se trata de una exhortación opcional, sino que condiciona la autenticidad de la fe que profesamos”.
Por ello, el Papa lamenta “la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La indiferencia y el cinismo son su alimento diario… No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la muerte se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero”.
Sin embargo, no todo es pesimismo. Dice el Papa: “¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad”. Ante ello, nos pide ser “capaces de vislumbrar la bondad de los santos ´de la puerta de al lado´, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, pero de los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza. ¡Cuántas manos tendidas hemos podido ver!”
Actuar
¿Qué podemos hacer no sólo para los pobres, sino sobre todo con ellos, para que no sólo reciban una ayuda, sino que tengan la oportunidad de salir adelante por sí mis