Segunda parte del discurso del Papa Francisco en la 50° Semana Social de los Católicos en Italia sobre el tema “En el corazón de la democracia…”, durante su visita apostólica a Trieste.
Distinguidas Autoridades/ Hermanos y hermanas
(La segunda reflexión es un estímulo a la participación, para que la democracia se parezca a un corazón curado…)
La fraternidad hace florecer las relaciones sociales; y, por otra parte, cuidarse unos a otros exige el valor de pensarse como pueblo. Hace falta valor para pensar en uno mismo como pueblo y no como yo o mi clan, mi familia, mis amigos. Desgraciadamente, esta categoría – «pueblo»- a menudo se malinterpreta y, «podría llevar a la eliminación de la propia palabra «democracia» («gobierno del pueblo»). Sin embargo, para afirmar que la sociedad es algo más que la mera suma de individuos, el término ‘pueblo’ es necesario»., que no es populismo. No, es otra cosa: el pueblo. En efecto, «es muy difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se consigue que se convierta en un sueño colectivo».
Una democracia con el corazón curado sigue alimentando sueños de futuro, los pone en juego, llama a la implicación personal y comunitaria. Soñemos el futuro. No tengamos miedo.
No nos dejemos engañar por soluciones fáciles. Comprometámonos, en cambio, con el bien común. No manipulemos la palabra democracia ni la deformemos con títulos vacíos que puedan justificar cualquier acción. La democracia no es una caja vacía, sino que está unida a los valores de la persona, la fraternidad e incluso la ecología integral. Como católicos, en este horizonte, no podemos contentarnos con una fe marginal, o privada. Esto significa no tanto ser escuchados, sino sobre todo tener el coraje de hacer propuestas de justicia y de paz en el debate público. Tenemos algo que decir, pero no para defender privilegios. No. Tenemos que ser una voz, una voz que denuncia y propone en una sociedad a menudo sin voz y donde demasiados no tienen voz. Muchos, muchos no tienen voz. Demasiados. Esto es el amor político [9], que no se contenta con tratar los efectos, sino que busca las causas. Esto es el amor político. Es una forma de caridad que permite a la política estar a la altura de sus responsabilidades y salir de las polarizaciones, esas polarizaciones que inmisericordian y no ayudan a comprender y afrontar los desafíos.
Toda la comunidad cristiana está llamada a esta caridad política, en la distinción de ministerios y carismas. Formémonos a este amor, para ponerlo en circulación en un mundo escaso de pasión civil. Debemos recuperar la pasión civil, ésta, de los grandes políticos que hemos conocido. Aprendamos más y mejor a caminar juntos como pueblo de Dios, a ser fermento de participación en medio del pueblo del que formamos parte. Y esto es algo importante en nuestra acción política, incluso de nuestros pastores: conocer al pueblo, acercarse al pueblo. Un político puede ser como un pastor que va delante del pueblo, entre el pueblo y detrás del pueblo. Delante del pueblo para marcar un poco el camino; en medio del pueblo, para tener el olfato del pueblo; detrás del pueblo para ayudar a los rezagados. Un político que no tiene el olfato del pueblo es un teórico. Le falta lo principal.
Esta es vuestra tarea, organizar. Organizar también la paz y los proyectos de buena política que pueden surgir desde abajo. ¿Por qué no relanzar, apoyar y multiplicar los esfuerzos para una formación social y política que parta de los jóvenes? ¿Por qué no compartir la riqueza de la doctrina social de la Iglesia? Podemos ofrecer lugares de debate y diálogo y fomentar sinergias para el bien común. Si el proceso sinodal nos ha formado en el discernimiento comunitario, que el horizonte del Jubileo nos vea activos, peregrinos de la esperanza, por el mañana. Como discípulos del Resucitado, no dejemos nunca de alimentar la confianza, seguros de que el tiempo es superior al espacio. No lo olvidemos. Tantas veces pensamos que el trabajo político consiste en ocupar espacio: ¡no! Es apostar por el tiempo, iniciar procesos, no ocupar lugares. El tiempo es superior al espacio y no olvidemos que iniciar procesos es más sabio que ocupar espacios. Les recomiendo que, en su vida social, tengan el coraje de iniciar procesos, siempre. Es creatividad y también es ley de vida. Una mujer, cuando da a luz a un niño, inicia un proceso y lo acompaña. Nosotros, en política, también debemos hacer lo mismo.
Este es el papel de la Iglesia: comprometerse en la esperanza, porque sin ella administramos el presente, pero no construimos el futuro. Sin esperanza, seríamos administradores, equilibradores del presente y no profetas y constructores del futuro.
Hermanos y hermanas, os agradezco vuestro compromiso. Os bendigo y os deseo que seáis artesanos de la democracia y testigos contagiosos de la participación. Y, por favor, os pido que recéis por mí, porque este trabajo no es fácil. Gracias.