Giancarlo Castillo Gutiérrez/ Universidad Tecnológica de Perú
Primera Parte
La esperanza cristiana no consiste en una espera químicamente pura de aquellas realidades futuras de la fe, sino por el contrario, dicha espera ya tiene consigo, de algún modo, las realidades esperadas, aquellas que son capaces de educar a quien las posee. En ese sentido, el presente artículo es una lectura pedagógica a la encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI, para identificar en ella, la dimensión educativa de la esperanza y los momentos que la componen.
Introducción
La encíclica Spe Salvi es un documento papal de agudísima teología, exégesis y escatología sobre la esperanza cristiana, pero redactada de un modo pastoral, ya que «se centra en puntos esenciales para la vida cristiana» (Del Cura, 2009: 153), lo que hace posible que sea una obra asequible a diferentes lectores de formación media. En ella, se puede encontrar una lectura atractiva y convincente, que ilustra magistralmente la esencia redentora de la esperanza. Por esta razón, y por la profunda admiración que le tengo a Benedicto XVI es que me he dispuesto a redactar un artículo a partir del estudio de la encíclica en mención.
Teniendo en cuenta lo anterior, se ha optado por realizar una lectura educativa de la Spe Salvi que permita identificar, en este documento, los pasos por los cuales surge y se va dando, en las personas, la esperanza cristiana, aquella que tiene la particularidad de ir educando a quien la posee, lo que permite reconocer, en esta, su dimensión pedagógica.
A partir de este trabajo, se intenta responder a preguntas como ¿En qué consiste la esperanza cristiana? ¿La esperanza cristiana puede educar al hombre? ¿Qué pasos se ha de seguir para ser educados en ella?
Antecedentes
Han pasado dieciocho años desde que se publicó la encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI y sobre ella mucho se ha estudiado y escrito. Se han llevado a cabo foros, ciclos de conferencias, publicaciones de libros y artículos en revistas. Todo esto con el fin de reunir y exponer diferentes lecturas sobre el contenido de dicho documento papal. A pesar del tiempo y de la enorme cantidad de investigaciones ninguna ha realizado un análisis de tipo pedagógico que permita identificar la dimensión educativa de la esperanza cristiana.
Se ha observado que los diferentes estudios a la Spe Salvi coinciden en desarrollar cinco grandes temas de modo recurrente: la esperanza cristiana, el diálogo con la modernidad, la escatología, fundamentos bíblicos y una revisión total de su contenido. Veamos cada uno.
La esperanza cristiana
Como es sabido, la encíclica Spe Salvi no es el primer documento en el que Benedicto XVI expone el tema de la esperanza cristiana, sino que lo ha hecho en muchas de sus otras obras, incluso en aquellas que han sido escritas antes de ser elegido Papa. Por esta razón, quisiera empezar por exponer el sentido que tiene la esperanza cristiana en la encíclica y en el marco de sus otros escritos, de tal manera que esto asegure una mayor comprensión acerca de su pensamiento sobre este tema, pero sin la pretensión de que llegue a ser un tratado sistemático. Por lo tanto, si prestamos atención a la misma encíclica, se puede examinar, en ella, algunos aspectos que definen muy bien la esencia de la esperanza cristiana y la explican en toda su verdadera dimensión.
En primer lugar, al inicio de la Spe Salvi, el Papa cita a Rm 8, 24 para afirmar que “se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza” (Benedicto XVI, 2007: n. 1). Luego cita, entre otras referencias bíblicas, a 1P 3, 15 para sostener que la esperanza y la fe son dos palabras que se intercambian entre sí en el Nuevo Testamento y termina haciendo mención a Ef 2, 12 para resaltar la afirmación de San Pablo de que los efesios “[…] antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo “ni esperanza, ni Dios” (Benedicto XVI, 2007, n. 2). Como podemos apreciar, casi de inmediato, Benedicto XVI nos da un marco referencial acerca de lo que es la esperanza cristiana, de tal modo que la define, en síntesis, como un don o virtud teologal que en ocasiones equivale a la palabra fe, y que surge del encuentro con Cristo y nos salva. Veamos ahora, cómo estas mismas ideas las encontramos en sus otros escritos.
Un encuentro
En la encíclica Deus caritas est, Benedicto XVI (2006) nos revela cómo surge esta vida nueva basada en la esperanza: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona [Cristo], que da un nuevo horizonte a la vida” (n. 1). En ese sentido, para el cristiano el encuentro con Cristo es necesario para comenzar una nueva vida llena de esperanza con Aquel que ha amado primero al hombre y a quién este, libremente, le debe corresponder, ya que “la esperanza existe únicamente donde se da amor” (Ratzinger, 1984: 72).
Ahora bien, de este encuentro con Dios, que ha amado primero y al que ahora se le puede llamar amigo, surge una esperanza que redime. Pero ¿la esperanza que surge de este encuentro realmente salva hombre? La respuesta de Benedicto XVI es contundente, sí. Él afirma que “quien cree [o tiene esperanza], dialoga con Dios que es vida y supera la muerte” (Ratzinger, 2013). Está convencido que la salvación no puede ser obra del mismo hombre, no puede ser, por decirlo de algún modo, un trabajo político que podemos construir con nuestras propias fuerzas y prescindiendo de Dios, por eso sostiene, con una profunda convicción, que:
Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social. […] con el pasar del tiempo, estas posturas han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos [.] que no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían. (Benedicto XVI, 2009 n. 34)
Como podemos observar, en el pensamiento del Papa, el hombre no puede salvarse por sí solo ni en forma colectiva, afirma que la misma historia ha comprobado que no puede ser capaz de crear un futuro próspero sin Dios. Cada vez que el hombre procura construir una salvación con sus manos, termina por convertirse en un adicto a las demagogias y militante de algún proyecto de imitación mesiánica. Sin embargo, tener una esperanza fiable, aquella que surge del encuentro con Cristo, sí redime verdaderamente al hombre porque le exige un cambio de vida conforme a los preceptos de Dios y le otorga una realidad que se convierte en una meta: la vida eterna.
Dos aspectos
En segundo lugar, como se acaba de señalar, de la dimensión redentora de la esperanza se desprenden dos aspectos sustanciales sobre ella: la esperanza es performativa y nos otorga la vida eterna (aunque esto último merecerá que le dediquemos una explicación más detallada).
En efecto, por un lado, quien tiene esperanza cambia de vida y esto se ve claramente en la Spe Salvi, pues en ella Benedicto XVI afirma que la esperanza se basa en el hecho de que:
El cristianismo no era solamente una “buena noticia”, una comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento […] el mensaje cristiano no era solo “informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. (2007: n. 2).
La esperanza cristiana, que surge del encuentro con Cristo, nos configura, nos cambia desde dentro. Es performativa en cuanto que “puede transformar nuestra vida hasta hacernos sentir redimidos por la esperanza que dicho encuentro expresa” (n. 4). ¿Y qué es lo que expresa? La exigencia de una vida de Caridad en la Verdad, una que lleva a ordenar las ideas, sentimientos y acciones conforme al decálogo y a las bienaventuranzas, es decir una vida de imitación a Cristo. Tener esperanza no es solamente tener grabado de memoria todos los enunciados del Credo y sus respectivas explicaciones teológicas y filosóficas, sino sobre todo es vivir la santidad en las cosas ordinarias de la vida, esforzándose cada día por tener una conducta virtuosa, pero sabiéndose sostenidos por los sacramentos y la oración.
Además, cabe mencionar que dicha esperanza es tan grande que incluso también puede configurar el mundo, pero no a través de ideas socio-revolucionarias como las de Espartaco ni a través de proyectos de liberación política como los de Barrabás (n. 4), ni tampoco imponiendo la fe desde el poder estatal a las masas, sino buscando la conversión propia (dimensión personal de la esperanza) y la de los demás, ya que “esta vida verdadera [.] comporta estar unidos existencialmente [.] y solo puede realizarse para cada persona dentro de este ‘nosotros’” (n. 14) (dimensión comunitaria de la esperanza), para que de este modo surja una realidad nueva: una vida del hombre en sociedad a la luz de Cristo.
Una Gozosa espera
Esta idea de una esperanza que nos transforma la vida, Benedicto XVI ya la sostenía desde su etapa de Cardenal, y probablemente desde que se hizo sacerdote. Es así que desde una conferencia que dio en marzo de 1992 en la Academia Cristiana en Praga, sostuvo que:
Si vivimos de esa manera [es decir, vivir lo eterno en el tiempo], la esperanza de la comunión eterna con Dios llegará a ser una gozosa espera que caracterice nuestra existencia, porque entonces también crece en nosotros una representación de su realidad, y su belleza nos transforma interiormente. (Ratzinger, 2003: 157)
Por otro lado, la Spe Salvi también resalta la idea de que al tener esperanza se tiene una meta, una promesa: la vida eterna. Sin embargo, sobre esta cuestión, Benedicto XVI afirma que la vida eterna no es una realidad puramente futurista, ni tampoco una meta ausente que solo la podemos encontrar al final del camino, sino que más bien nos dice que los contenidos esperados ya están con nosotros, de algún modo, en la vida presente y esta sería la prueba que hace posible que nuestra esperanza sea fiable:
La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros “una prueba” de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro “todavía no”. (Benedicto XVI, 2007: n. 7)
La vida eterna como realidad esperada y al mismo tiempo como realidad presente comporta una de las grandes novedades del cristianismo. Por ello, Benedicto XVI insiste en que es racional esperar cuando dicha espera ya me concede algo del contenido esperado.
Ampliemos un poco más esta cuestión. Cristo nos ha dicho que la vida eterna consiste en conocer a Dios (ver Jn 17, 3) y el conocerlo nace del encuentro con él, por ello podemos afirmar que la vida eterna consiste en estar con Dios, y dado que en el presente ya podemos estar con él (a través de los sacramentos, la oración comunitaria, la escucha de su Palabra, en los que sufren, etc.), por lo tanto, la vida eterna ya ha comenzado.
Esta concepción de la vida eterna está presente en la doctrina católica y es conocida como Escatología inminente, Escatología Incoada o Parusía adelantada, la misma que Ratzinger llamará Realismo escatológico (ver Da Costa, 2015), y que podemos reconocer en sus escritos previos, como es el caso de aquellas lecciones que impartía sobre las tres virtudes teologales en unos ejercicios de espiritualidad diri gido a sacerdotes del Movimiento Comunión y Liberación del año 1986: “El hombre nuevo [Cristo] no es una utopía: existe, y en la medida en que estemos unidos a él, la esperanza está presente, no se trata de un puro futuro” (Ratzinger, 2005: 68-69). También podemos encontrar estas ideas sobre la vida eterna, posteriormente a la Spe Salvi, en su discurso sobre La parusía en la predicación de San Pablo, allí nos dice que “nuestro futuro es estar con el Señor, en cuanto creyentes, en nuestra vida ya estamos con el Señor, nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado” (Benedicto XVI, 2009b: 43).
(continuará)