Presentamos las reflexiones del padre Felipe de Jesús Juárez, párroco de Santa María de la Montaña, que nos aclaran cómo acercarnos correctamente al sacramento de la Confesión…
Ana Maria Ibarra
Ha terminado la Cuaresma, tiempo de conversión y espacio propicio para la Reconciliación, que permite prepararse para llegar en gracia a Pascua de Resurrección. Y hoy que inicia la Semana Santa todavía hay oportunidad de acercarse al sacramento de la Penitencia. Por ello presentamos las reflexiones del padre Felipe de Jesús Juárez, párroco de Santa María de la Montaña sobre la manera correcta de asumir esta gracia que se nos ofrece en el confesionario.
Planteamos algunas premisas que suelen tener los penitentes, con la respectiva aclaración del sacerdote.
“¿Quién es el cura para perdonar los pecados…? Sólo Dios puede perdonarlos”.
No nos olvidemos que el sacerdote no se hizo a sí mismo, sino que fue llamado por Dios. En el momento que Dios le llama le confiere una misión, que es una misión de salvación. En esta, el Señor mandó a sus apóstoles y un regalo muy grande que hizo en la resurrección es su misericordia al haberles dado la capacidad de perdonar los pecados, movidos por el Espíritu Santo. Cuando Jesús resucitado sopló sobre los apóstoles les dijo: ‘reciban el Espíritu Santo, a los que les perdonen los pecados, se les perdonarán, a los que se los retengáis se les quedaran sin perdonar’. No es que el sacerdote perdone los pecados, sino que el Señor lo manda y es parte de su consagración y de su ministerio de salvación que Dios le confiere. Es acción del Espíritu Santo, un don y regalo de su divina misericordia que no debe ser despreciado.
“Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios”.
Con esto estamos rompiendo lo que la Iglesia nos enseña y lo que Cristo dejó instituído. La Palabra de Dios nos invita a confesar los pecados unos a otros, el camino de la fe, de la comunidad, de la Iglesia, en el plano bíblico, ya aparece este consejo para recibir el perdón de nuestros pecados y la absolución. Sabemos que un ciego no guía a otro ciego, necesitamos a alguien que tenga luz, que nos guíe. Sería un acto de soberbia espiritual decir que pedimos perdón a Dios directamente, eso le valdrá a uno que no sea católico y que esté en una isla abandonado, pero los católicos sabemos lo que Dios pidió y cómo lo hizo. Tenemos una responsabilidad en lo que tenemos que hacer y la forma de cómo hacerlo. Si sabemos que Dios instituyó un sacramento para mi salvación y que lo deja encomendado a sus sacerdotes a quienes les da la gracia para perdonar los pecados. ¿Acaso le quiero mejorar o cambiar las cosas a Dios? Dejarse acompañar es un acto de humildad para recibir un consejo que tú mismo no te puedes dar. La persona que recibe el consejo, recibe la gracia de Dios porque el sacerdote tiene una gracia de estado, Dios lo hace instrumento suyo para aconsejar y guiar a un alma.
“¿Por qué le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo?”
Esta pregunta nos la hacen muchas veces los hermanos separados, y lo hacen prejuzgando la calidad moral del sacerdote. La Palabra de Dios nos dice: no juzguéis y no seréis juzgados, perdonar y seréis perdonados. Primero, no hay que caer en el juego de prejuzgar a nadie, porque no nos consta si cometió pecado, si se arrepintió y si ha vivido un proceso de santidad y de gracia, eso sólo Dios lo sabe. Segundo, aunque fuera una persona pecadora, Dios es quien perdona los pecados, no el sacerdote, que a través de su instrumento es Jesús quien lo está perdonando. Dios no se contradice a sí mismo, Dios usa ese instrumento para que reciba salvación un alma que la requiere, la pide o la suplica, claro que Dios le va a salvar, no le va a abandonar. Esto lo escuchamos a veces de los hermanos separados para contradecir el sacramento porque ellos no lo tienen. En mi caso, ha habido protestantes que han pedido el sacramento y la unción estando en un estado límite de enfermedad, porque entienden que no hay contradicción en Dios y que están las citas bíblicas que hablan de este sacramento.
“Me da vergüenza”
La vergüenza es un sentimiento muy natural en el hombre cuando ha cometido faltas, fallas y pecado. Hay una vergüenza que podríamos llamar sana, esta me va a ayudar a no volver a cometer los mismos pecados, hay otra vergüenza que puede venir movida espiritualmente de forma negativa, por el enemigo, en el sentido de la culpa y que no me permite llegar al sacramento para recibir la misericordia, el perdón de Dios. Esa vergüenza podría ser usada de manera negativa en mi propia contra. Cuando sabemos que la vergüenza es una arma buena y me humillo para pedir perdón porque lo que hice no fue bueno, que esa vergüenza me lleve a crecer en la fidelidad, a ofrecérsela a Dios como un acto de humildad y pedir perdón. La vergüenza se vence cuando preferimos a Dios y no a mí mismo. La vergüenza se quita cuando se ve un bien mayor y sabemos que eso es lo que necesitamos.
“Siempre confieso los mismos pecados”.
El aspecto de la reincidencia en los pecados se presenta por varias causas. Puede ser por fragilidad del hombre en sus decisiones, en su voluntad por el apego que tenga a cierto pecado, por el aspecto de la historia de su propio pecado, de lo arraigado que esté en esas caídas. Lo importante es que lo platique a través de una dirección espiritual para ayudarse a liberarse de una situación de pecado. Otra cuestión puede ser que sea algo que no se decida a dejar en la práctica. En este caso tiene que entender, en su discernimiento, que su voluntad a dejar ese pecado se ha afectado porque está decidiendo por el pecado. Pero sólo Dios sabe, en su infinita misericordia, si vas a volver a caer en lo mismo, pero que tu arrepentimiento siempre sea sincero con el deseo de no volverle a ofender nunca más, eso es lo que importa para que el sacramento ejerza su gracia, su efecto en ti. Decir: ‘para qué le pido perdón si voy a volver a caer’, es dejarse vencer en el combate espiritual. Pedir perdón lleva un efecto de gracia en mi alma, donde Dios me va fortaleciendo y en esa lucha estoy aprendiendo, y en ese sentido mi arrepentimiento va produciendo un fruto bueno en mí. La pereza espiritual agrava mi falta. El corazón combatiente agrada a Dios.
“Sé que voy a volver a pecar… lo que muestra que no estoy arrepentido”.
Se tiene que entender el acto de la voluntad y la conciencia. Mi voluntad no apegada al pecado es una condición para recibir el perdón y para caminar en la misericordia de Dios y su salvación. Decir que se va a volver a pecar es caer en un pecado de desesperanza. Es importante no apegar la voluntad al pecado para recibir de Dios su perdón y salvación. Decía anteriormente que sólo Dios sabe si lo voy a volver a ofender y de todas maneras me ama, me va a salvar y a perdonar, él quiere que yo quiera su salvación, que yo quiera su perdón y por eso me lo da. La condición para recibir su perdón y su salvación es mi deseo de no ofenderle. No sabemos si por nuestra fragilidad volvamos a ofenderle, pero eso no debe ser excusa para volver a caer, ni excusa para no pedir perdón. Debo estar resuelto a querer la vida eterna, a querer la santidad, a luchar por alcanzarla, Dios tiene su juicio hacia mí, y sabe de mi disposición, de mi lucha, pero no puedo dejarme vencer. Sería diferente si se decide por el pecado y no dejarse ayudar, rechazando el sacramento de la misericordia. Dios dejó su misericordia para el perdón de los pecados, derramó su sangre preciosa por el perdón de mis pecados y esa sangre se derrama a través de la misericordia en el alma del penitente.
“¿Y si el cura piensa mal de mí?”
Hay que comprender que el sacerdote escucha los pecados, escucha a tanta gente que no se acuerda de cada una de las personas que se confiesan; se volvería loco si estuviera guardando los pecados que cada persona dice. El sentido de la Confesión no es estar juzgando a los hermanos, es encontrarlos con la misericordia de Dios. Claro que el sacerdote puede llamar la atención, puede dar un consejo y señalar en lo que el penitente está fallando y de qué manera. Eso es algo que se debe agradecer a Dios porque tal vez por un regaño se llega a tomar el camino a seguir. Con escuchar cosas melosas y dulces no hay conversión en la vida. El sacerdote ejerce un sacramento, no está ahí para pensar mal de la gente.