En el curso del día… llama a Jesús, incluso en medio de todas tus ocupaciones. El vendrá y permanecerá unido siempre a tu alma a través de Su gracia y Su amor sagrado. (San Padre Pío)
Parte 2
Vinny Flynn/Autor católico
Como decíamos en la entrega pasada, dos grandes santos modernos de la Eucaristía, san Padre Pío y Santa Faustina, cada uno parece haber alcanzado un estado de Comunión espiritual continua, fluyendo de su recepción sacramental diaria de la Eucaristía como un extensión de sus frutos.
San Padre Pío no sólo vivió de esa manera, sino que también la prescribió para otros:
“En el curso del día…llama a Jesús, incluso en medio de todas tus ocupaciones. El vendrá y permanecerá unido siempre a tu alma a través de Su gracia y Su amor sagrado.
Vuela con tu espíritu ante el Tabernáculo, cuando no puedes ir allá en persona, y una vez allí, derrama el anhelo ardiente de tu alma y abraza al Amado de las almas, aun mas que si te hubiese sido permitido recibirlo sacramentalmente.
“Aún más que si te hubiese sido permitido recibirlo sacramentalmente”. Esta frase resuena dentro de mí, porque me recuerda varias situaciones personales que he presenciado, situaciones que me han inspirado, pero también me han avergonzado por las veces que he tomado la Eucaristía sin saber valorarla.
Lágrimas al recibirlo
Especialmente recuerdo a una mujer joven en medio de una profunda experiencia de conversión, luchando contra la adicción y deseando la gracia de poder dar un ‘sí’ total a Dios. Los momentos de victoria espiritual alternaron con los de debilidad y duda de que Dios realmente podía amarla. Ella estaba dispuesta a comenzar una nueva vida, pero se sentía atrapada en su vida pasada, en sus hábitos de pecado y en el sentido de su propia ineptitud. Venciendo su miedo de ir a confesar, había hecho una cita con un sacerdote con el cual sentía que podía hablar, pero sus horarios eran tal que la cita era varias semanas más tarde.
Ella estaba en Misa cada mañana, pero evitaba ir a recibir la Comunión. Cuando yo regresaba a mi banco, la encontraba de rodillas y silenciosa, con sus ojos llenos de lágrimas.
Un día, cuando noté que ella estaba llorando aun después de que la misa había terminado, puse mi mano suavemente sobre la suya para confortarla. Ella me miro y susurro a través de sus lágrimas: “Estoy tan triste que no puedo recibirlo”. Yo le dije que sí podía recibirlo. Su arrepentimiento, su decisión de ir a Confesión, su decisión de evitar el pecado, y el anhelo de su corazón ya Lo habían traído a ella, Si bien ella no podía recibir sacramentalmente todavía, ya estaba ella recibiendo las gracias del sacramento a través de su deseo de recibirlo, comenzando de una vez la nueva vida de gracia que sería suya en su totalidad cuando lo pudiera recibir sacramentalmente.
Las lágrimas todavía veníancada día al momento de la Comunión, pero ahora había gozo mezclado con la tristeza. Cuando por fin pudo recibir el sacramento mismo, brillaba con ese gozo y yo me encontré llorando, inspirado por su ejemplo y arrepintiéndome por las veces que he comulgado distraídamente sin apreciar esta gracia tan grande.
El mismo gozo cada día
Una situación similar involucró a un hombre de mediana edad, quien había estado alejado de la Iglesia por muchos años. Estuvo casado pero sin una verdadera conciencia del matrimonio como sacramento, y había terminado en divorcio y contrajo matrimonio de nuevo fuera de la Iglesia Años más tarde, durante una visita casual a un lugar de apariciones marianas, experimentó una conversión poderosa que lo condujo de regreso a su fe católica con un verdadero deseo de conocerla, vivirla y recibir de nuevo los sacramentos. (María siempre nos conduce a la Eucaristía).
Cuando lo conocí, él asistía a Misa diariamente, Deseaba recibir la Comunión, pero obedientemente la evitaba porque la anulación a la cual había aplicado, aún no había sido concedida.
Tomó cuatro años. Cada mañana, por cuatro años,él trataba de hacer una buena Comunión Espiritual, mientras miraba a otros en la Iglesia tomarla sacramentalmente. Cada vez que estaba en misa con él, me sentía humilde por su fe y obediencia e inspirado por su devoción a la Eucaristía.
Me encontré de nuevo arrepintiéndome por las veces que he tomado la Eucaristía sin valorarla, y estaba bien consciente de que él estaba probablemente ganando más gracias por el sacramento, que muchos de nosotros quienes podíamos comulgar sacramentalmente.
El día que recibió la noticia de que su anulación había sido aceptada, era como un niño anticipando un helado. “ahora -dijo él, radiante de alegría- ¡finalmente podré recibirlo otra vez!”.
Yo casi lo envidiaba, pero luego me di cuenta de que todos podemos tener este mismo gozo cada día, no solo en el momento cuando recibimos la Comunión, sino en cualquier momento que elegimos para unirnos a la presencia Eucarística de Cristo.
¿Cómo comenzamos? A continuación lo explicamos:
Cómo unirnos a la presencia Eucarística de Cristo
Primero, todos podemos decidir hacer una buena Comunión espiritual en cualquier momento que no podamos comulgar sacramentalmente en misa. Mucha gente a lo largo de los años ha utilizado la gran oración de san Alfonso:
Mi Jesús, creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento. Te amo por sobre todas las cosas, y deseo poseerte dentro de mi alma. Como no puedo recibirte ahora sacramentalmente, ven por lo menos espiritualmente a mi corazón. Te abrazo como si ya estuvieras allí y me uno completamente a Ti. Nunca permitas que me separe de Ti.
O las oraciones tradicionales aprobadas por la Congregación Sagrada de Indulgencias:
Oh Jesús, miro hacia el Santo Tabernáculo donde vives escondido por amor a mí. Te amo, oh mi Dios. No puedo recibirte en la Santa Comunión. En este momento, sin embargo ven, y visítame con Tu gracia. Ven espiritualmente a mi corazón, Purifícalo, santifícalo, ríndelo como tuyo propio.
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Impulso del corazón
Otras oraciones apropiadas también pueden utilizarse, o usted puede inventar su propia oración.
Podemos unirnos a Cristo en la Eucaristía en cualquier momento y de cualquier manera – a través de palabras, imágenes mentales o simplemente lo que Santa Teresa llamaba “Un impulso del corazón”. Yo personalmente encuentro que lo que más me ayuda es imaginarme a mí mismo recluyéndome en mi propio corazón, aunque sea por un momento y encontrándome allí con Dios.
Algunas veces no hay palabras, Yo solo imagino los rayos de misericordia derramándose en mi corazón desde el Corazón de Jesús en la Eucaristía o en la cruz. Algunas veces trato de imaginar los rayos de manera invertida, elevándome a través del corazón eucarístico de Jesus hacia el cielo. O imaginando a María visitándome como visitó a Isabel, trayendo a su hijo a mi corazón.
Si me vienen a la mente algunas palabras, trato de expresarlas simple y naturalmente:
“Señor Jesús, ven a mi corazón…Sáname, Jesús, Jesús, misericordia, Jesús, haz mi corazón como el Tuyo, Jesús en ti confío…María, une mi corazón al tuyo y al corazón de Jesús.
Una práctica sugerida
Lo que frecuentemente viene a mí es una imagen de la escena que mencionamos en el primer secreto cuando el Ángel de la Paz le trajo la Eucaristía a los tres niños de Fátima y les enseñó cómo adorar a Dios. Trato de ver el cáliz y la Hostia suspendida en el aire y, con el Ángel, me postro en tierra y oro:
Oh mi Dios, Yo creo, adoro, espero y te amo. Y te pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no te aman.
Los animo a comenzar esta práctica de la manera que se sienta natural para ustedes. Algunas veces puede ser 15 o 20 minutos frente al Santísimo Sacramento, Otras veces puede ser un instante en medio de su trabajo diario.
La frecuencia es mucho más importante que la duración, porque mientras practican más la Comunión Espiritual, más rápido se transforma en hábito. Un instinto natural de unirse a Dios.
Y no hay mejor manera de crecerespiritualmente. Como lo explica San Leonardo de Port Maurice:
“Si usted practica el ejercicio religioso de la Comunión espiritual varias veces cada día, dentro de un mes verá su corazón completamente cambiado”.
Se dará cuenta de que cada momento puede ser una ocasión para hacer una comunión espritual.
Las distracciones, las tentaciones, las ansiedades, las tardanzas, el comienzo y el fin de una tarea, todo puede ser un recordatorio de la necesidad de renovar su relación con Dios, retirándose por un momento para encontrarse con Él en las profundidades de su corazón.
Y en tiempos de sequía espiritual, podemos seguir las indicaciones de san Juan María Vianney, Cura de Ars:
“La comunión espiritual actúa en el alma como el soplar hace en un fuego cubierto de ceniza que está a punto de extinguirse. Cada vez que sienta que su amor a Dios se está enfriando, rápidamente haga una Comunión espiritual”.
“¡Rápidamente!” hay un sentido de urgencia aquí.
El gran deseo de Dios
Los santos están tratando de decirnos que no debemos limitar nuestra unión con Cristo en la Eucaristía a la Comunión sacramental una vez a la semana, o incluso una vez al día. Necesitamos la presencia viviente de Cristo en nuestras vidas momento a momento para nutrirnos y protegernos del pecado, por eso necesitamos renovar nuestra unión con Él regularmente, especialmente cada momento que sentimos que estamos a la deriva.
¡Cristo no está solamente presente en este sacramento durante la Misa! La Eucaristía es el cumplimiento de la promesa que Cristo hizo en el evangelio de permanecer con nosotros:
“Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hastael fin del mundo. (Mt 28:20)
Cada uno de nosotros está llamado a entrar en una relación ininterrumpida con Dios, y Cristo permanece con nosotros en la Eucaristía para hacerlo posible. El propósito de la Eucaristía es transformarnos, divinizarnos para que seamos como Cristo y estemos continuamente unidos a Él.
Con cada recepción sacramental de la Comunión, podemos transformarnos más y más por la gracia en un verdadero compartir en la manera en la cual Cristo vive. Y también al entrar frecuentemente en Comunión Espiritual, continuamos este proceso hasta la próxima vez que podemos recibir sacramentalmente.
Orar con santa Faustina
Esta unión con sus hijos es el gran deseo de Dios, pero Él no nos obliga a esa unión. Él espera que nosotros se lo pidamos. La Comunión espiritual es cuando nosotros invitamos a Dios a hacer lo que Él quiere hacer: venir a nuestros corazones con todo el cielo y elevarnos más allá del velo dentro de la eternidad de Su amor.
Qué cosa tan maravillosa sería si todos pudiéramos desarrollar con constancia esta práctica diaria de la Comunión espiritual para que podamos orar con santa Faustina:
Oh Jesús, escondido en la Hostia, mi dulce Maestro y fiel Amigo, Oh qué feliz es mi alma por tener al amigo que siempre me hace compañía…Oh cuánto me alegro de ser tu morada, oh Señor; mi corazón es un templo en que permaneces continuamente. (Diario 877, 1392)