Roberto y Guadalupe son servidores en la Iglesia dese hace muchos años. Han aprendido a dejarse en manos de Dios y nunca les ha faltado nada, pero también han podido ayudar a muchas personas en necesidad…
Ana María Ibarra
Una entrega total a Dios y al servicio de los hermanos es la manera en que Guadalupe Castillo y Roberto Arenas tienen para agradecer la providencia de Dios en sus vidas.
Con 26 años de casados, los mismos en el servicio parroquial, y tres hijos, Guadalupe y Roberto han experimentado la misericordia de Dios y ha sido él quien los ha preparado para cada uno de los ministerios a los que han pertenecido a lo largo de 26 años.
Sus hijos, bendición de Dios
Guadalupe Castillo y Roberto Arenas se casaron en noviembre de 1997 después de un corto noviazgo. A la semana de casados la secretaria de la parroquia Dios Padre, a donde pertenecen, les comunicó que el párroco -en aquel entonces el padre Francisco Maldonado (qepd)- quería hablar con ellos.
“A las dos semanas de casados nos invitó a servir en Dios Padre”, recordó Lupita, aclarando que nunca antes había servido en la Iglesia.
La pareja inició dando catequesis de perseverancia a los monaguillos.
En sus primeros años de matrimonio y de servicio, Lupita y Roberto se dieron cuenta que ambos tenían problemas para procrear y se sometieron a un tratamiento médico, el cual funcionó en dos ocasiones, dando como fruto a dos hijos.
“El tercer tratamiento ya no funcionó. Me dijeron que necesitaba algo más agresivo, pero no quise aceptar. Después de unos años quedé embarazada por gracia de Dios”, recordó Lupita como una de las tantas bendiciones de Dios en su vida.
Años después, en la transición de párroco, dejaron el ministerio de monaguillos, pero al llegar el padre Francisco Herrera acudieron al Catecismo para llevar a sus hijos y cuando terminó el curso, la catequista los invitó a servir.
Dios los preparó
Lupita y Roberto han servido en Asamblea de matrimonios, pláticas para acivilados, como coordinadores de la capilla Santo Niño, y en el ministerio de caridad a partir de la pandemia.
Roberto está convencido de que ha sido Dios quien los ha preparado para cada ministerio, y aunque no siempre ha sido de la mejor manera, ellos aceptan su voluntad con amor, y responden al llamado, tal y como lo hizo Lupita, cuando su mamá enfermó.
“Ella la cuidaba, la bañaba, la cambiaba, le daba de comer. Al estar en el ministerio de caridad nos tocó atender a un hombre solo con distrofia muscular. Era atenderlo completamente”, recordó Roberto.
Y fue justo en el momento en que su mamá estaba enferma, cuando Guadalupe tuvo que dejar el servicio algunos años.
“Roberto siguió como catequista. Yo solo iba a misa y me tenía que venir a cuidarla. En el 2013 Roberto vivió su retiro de evangelización y yo hasta el 2016, ya que mi mamá falleció el 3 de diciembre del 2015”, contó Guadalupe, quien a partir de ese momento se volcó a un servicio y una entrega total a la Iglesia.
Providencia para muchos
Durante todos estos años el matrimonio Arenas no ha dejado de servir en la parroquia como agradecimiento a Dios por todo lo recibido, sin embargo, fue en el tiempo de pandemia cuando llegó con más fuerza el llamado a desprenderse y ayudar al prójimo de una manera radical.
“Dios me concedió un puesto en el trabajo que era bien remunerado y estoy convencida de que Él no se equivoca. Nos dimos cuenta de que varias personas se encontraban enfermas o que se habían quedado sin trabajo y empezamos a hacer despensas para repartir. Llenábamos la sala y nuestros hijos nos ayudaban”, recordó Guadalupe, quien tiene una maestría en derecho familiar.
Como signo de la Divina Providencia, ella estaba convencida de que el salario que en aquellos momentos recibía no era para beneficio propio ni para su familia, sino para ayudar al hermano necesitado.
“Veíamos la necesidad de la gente. Era el amor a nuestros hermanos lo que nos movía. Dios no se equivoca cuando nos pone en un lugar y ese lugar no lo vi como un beneficio para mí, sino para ayudar a nuestros hermanos”, resaltó la entrevistada.
Coordinadores
A raíz de esa experiencia, Lupita y Roberto fueron nombrados coordinadores del ministerio de caridad en el cual Lupita ha adquirido el don de acercarse con las personas correctas para solicitar donaciones, o simplemente recibe el apoyo de personas que conocen su servicio, al igual que Roberto.
“En mi trabajo, cuando cambian mobiliario, nos regalan los muebles para la parroquia, o cuando hacemos actividades nos dan despensa o juguetes. Es una bendición que la gente se acerque a apoyar. Dios siempre nos pone en el camino a las personas correctas”, señaló Roberto, ingeniero en electrónica.
Para el matrimonio, servir es una manera de dar gracias a Dios a través de los hermanos y aunque ha habido desánimo y han luchado contra las críticas, saben que están haciendo lo correcto.
“No somos nosotros, sino es Dios que nos da esa fuerza y nos dice lo que hay que hacer”, expresó Lupita.
Dar de corazón
Hoy, Roberto y Lupita son testigos de que quien da con un corazón sincero recibe de Dios lo que merece.
“Aunque a veces los privamos de otras cosas, sabemos que a nuestros hijos nos les falta un plato de comida, pero el hermano que está afuera no sabemos en qué condiciones vive”, expresó Lupita reconociendo también las luchas que existen en la familia para cumplir con el llamado de Dios.
Lupita y Roberto invitaron a la comunidad a siempre confiar en la misericordia y la providencia de Dios y acercarse a Él.
«Enamorarse de Dios es necesario. Cuando uno empieza a responder al llamado, Él cubre nuestras necesidades, porque él sabe lo que necesitamos”, afirmó Roberto.
«También es importante pedirle, aunque Él sabe, nos dice: pidan y se les dará, pero lo hará cuando lo considere necesario. Siempre debemos aceptar la voluntad del Señor y ser agradecidos ”, concluyó Lupita.
En frase…
Siempre debemos confiar en el Señor, Él cumple sus promesas cuando confiamos y la entregamos nuestra vida.
Roberto y Lupita Arenas