Mireya Salgueiro Portillo/Caridad y Verdad
En la actualidad, nos encontramos en un problema realmente preocupante en México, durante años se ha tenido una forma precaria de ejercer la política, tristemente se ha buscado más el beneficio de los mismos políticos, sin tomar en cuenta a las personas más vulnerables, se arrastran cadenas históricas de corrupción e impunidad y existe una falta de diálogo y construcción de soluciones por parte de los diferentes partidos políticos que deberían trabajar por el bien común de la nación.
En Fratelli Tutti el Papa menciona una problemática a resolver: “la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad”. Es importante dejar de lado este tipo de liderazgo donde los actores políticos se muestran como un intento de Mesías que viene a “salvar al pueblo de la pobreza” sin ningún esfuerzo ni sacrificio y terminan convirtiéndose en líderes paternalistas que sólo buscan ayudar por interés y mantenerse en el poder creando lazos de dependencia con la población vulnerable a la que dirigen sus ayudas; no buscan el desarrollo subsidiario de las comunidades.
Como líderes políticos necesitamos incentivar y pedir a nuestros gobernantes la creación de empleos, “esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que “ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo”. Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque “no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo”. En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”. El trabajo es la clave para acabar con la pobreza y es una forma noble en la que reconocemos los talentos que cada persona puede poner al servicio de la comunidad. Como líderes católicos debemos buscar formas de hacer política en las poblaciones con necesidades de atención más urgente, buscando tener una opción preferencial por los pobres, los niños, los jóvenes y las mujeres, que son los grupos vulnerables más propensos a sufrir violencia, injusticia y falta de oportunidades para su crecimiento en nuestra sociedad.
“La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une”. En este momento de la historia tenemos el compromiso como líderes católicos de asumir nuestra responsabilidad en la construcción del bien común de nuestra nación, no basta con atrincherarnos en nuestras propias ideas de lo que debería ser la sociedad, sino buscar conocer y dialogar con los demás líderes que trabajan por el mismo objetivo, no buscando homogenizar nuestros discursos, sino cada quien a su manera y con sus posibilidades construir un pequeño escalón conjuntamente, respetando las diferentes opiniones, sin negar nuestras convicciones de fe.
La nueva manera de hacer política nos exige ser observadores de la realidad en la que vivimos, abrirnos a la escucha de los demás, debatir con respeto buscando llegar a un acuerdo y superar nuestras diferencias para lograr el bien común de nuestra patria.