Con la guía del padre Juan Carlos López, teólogo moral, continuamos con la serie de reflexiones sobre las virtudes teologales, para comprenderlas mejor y tomar conciencia de su función en la vida moral de los cristianos.
Pbro. Juan Carlos López Morales
I.Introducción
Pedro Laín Entralgo, escritor español, en su obra “Creer, esperar, amar”, dice que: “…psicológicamente, la creencia es un componente esencial, fundamental y latente del psiquismo humano, en cuya estructura entran simultáneamente la afectividad, la voluntad y la inteligencia, y por obra del cual discernimos lo que para nosotros es real de lo que no lo es”.
Creer no es, por tanto, un modo de evadirse de la realidad, sino precisamente el modo más personal de afirmar la misma realidad, ya que la fe nos ofrece no sólo una escala de valores sino una autocomprensión en el mundo de la propia realidad. La fe es una experiencia que concierne a nuestros afectos, a nuestra voluntad y a nuestra inteligencia. Incluso el mismo Concilio Vaticano II en la Dei Verbum así lo atestigua cuando afirma que por la obediencia de la fe, “…el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando «a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad», y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por El”. (DV 5).
Típicamente entendemos la fe como la aceptación a una serie de afirmaciones sobre Alguien. Sin embargo, lo fundamental del acto de creer no se limita a considerar algo o Alguien como verdadero, sino que lo primario de la fe es entregarse a ese Alguien que se nos manifiesta como atrayente. De lo que resulta, que creer es sobre todo, la decisión de hacer de nuestra vida una entrega a la verdad, la bondad y la belleza de ese Alguien al que reconocemos en su divinidad, significativo para nosotros.
II.Mensaje Bíblico sobre la fe
En el Antiguo Testamento la vida de los grandes personajes que marcan la historia del pueblo de Israel está marcada por el dinamismo de la fe. La fe orienta sus decisiones, e incluso marca el tono de su oración.
Inmediatamente vienen a nuestra mente Abraham, Moisés y los profetas. En el primero, podemos entender que creer es fiarse de Dios, de su palabra, vivir la vida como una peregrinación constante, siempre pendientes de su promesa. Con Moisés aprendemos que la fe es creer en un Dios que llama y ofrece un proyecto de liberación. Por su parte los profetas nos enseñan que creer es mantenerse fiel a la voluntad de Dios.
En las páginas del Nuevo Testamento, por la predicación de Jesús, descubrimos que la fe lleva unida la conversión, y que el creyente no debe pensar que la fe se adquiere de una vez por todas, sino que es algo que se cuida, se cultiva, se madura y se hace crecer.
Respecto al cuidado de la fe, que para los creyentes es nuestro mayor tesoro, es lógico que la defendamos también de todo aquello que le pueda hacer daño. La fe se protege especialmente con la piedad (la oración y los sacramentos), con una seria formación doctrinal y haciendo con frecuencia actos de fe. En el evangelio encontramos muchos actos de fe que Jesús pedía a quienes iba a dispensar un favor. Porque el hombre, compuesto de alma y cuerpo, necesita manifestaciones externas-sensibles para afirmar sus actos interiores. En este sentido, santo Tomás afirmó que “la expresión exterior tiende a manifestar lo que se cree en el corazón”.
Ahora, por lo que toca al hacer crecer la fe, santo Tomás de Aquino decía que la fe es esencialmente dos cosas: comprender las verdades reveladas por Dios y confiar en Dios. De tal manera que la fe si puede crecer en ambos sentidos. Cada vez se pueden comprender mejor lo que Dios nos ha revelado de sí mismo y cada vez se puede confiar mas en Dios y abandonarnos mas y mejor a su providencia divina.
III. Magisterio de la Iglesia
El Vaticano II en la Dei Verbum, que ya citamos anteriormente, afirma que “el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela (n. 5). De esta declaración podemos deducir al menos cuatro conclusiones o afirmaciones típicas de la teología cristiana: 1. La fe es la respuesta del hombre a la revelación que Dios ha hecho de sí mismo; 2. La fe es, por tanto, un don gratuito de la gracia iluminante de Dios; 3. La fe es también un acto libre y responsable del hombre; 4. La fe es encuentro, comunicación y amistad con Dios, plenitud de sentido y salvación del hombre entero.
El Catecismo de la Iglesia Católica, en su tercera parte, que está dedicada a la vida del hombre en Cristo, explica la virtud de la fe, junto con la esperanza y la caridad, como fundamento de la vida moral. Para el CEC la fe es la “razón” de la vida moral y el primero de los “deberes” del comportamiento moral cristiano. Afirma claramente la obligación moral de aceptar responder a la gracia de la fe: “Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. San Pablo habla de la “obediencia de la fe” como de la primera obligación. Hace ver en el “desconocimiento de Dios” el principio y la explicación de todas las desviaciones morales. Nuestro deber para con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él” (CEC 2087).
- Fe y responsabilidad moral
Si observamos la estructura misma del creer y del acto de fe, entenderemos la vinculación entre la fe y el compromiso concreto de los creyentes. La relación fe-obras o la implicación verdad-amor constituye una cuestión inevitable en la historia del cristianismo. El mismo apóstol Santiago en su carta nos dice que “una fe sin obras es una fe muerta” (2, 14-17). El apóstol san Juna explica esta misma relación al decir que quien “dice que ama a Dios que no ve y no ama a su hermano que si ve, es un mentiroso” (1 Jn 4, 20).
En su obra Es Cristo que pasa, san José María Escrivá dice que “…seguir a Cristo no significa refugiarse en el templo, encogiéndose de hombros ante el desarrollo de la sociedad, ante los aciertos o las aberraciones de los hombres y de los pueblos. La fe cristiana, al contrario, nos lleva a ver el mundo como creación del Señor, a apreciar, por tanto, todo lo noble y todo lo bello, a reconocer la dignidad de cada persona, hecha a imagen de Dios, y a admirar ese don especialísimo de la libertad, por la que somos dueños de nuestros propios actos y podemos – con la gracia del Cielo – construir nuestro destino eterno.
IMAGEN : Virtud de la Fe, pintor de Umbria, año 1500 aprox.