Presentamos la crónica y fotos de lo que se vivió en la pasada Vigilia Pascual de Resurrección en Catedral, en torno al obispo don J. Guadalupe Torres Campos.
Ana María Ibarra
Con la administración de los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía a siete catecúmenos, se llevó a cabo la Vigilia Pascual Diocesana 2018 el pasado 31 de marzo, sábado santo.
La celebración se llevó a cabo en Catedral, presidida por el señor obispo don José Guadalupe Torres Campos y concelebrada por los sacerdotes Eduardo Hayen, párroco de Catedral; Jesús Ramírez y Víctor Ortega, vicarios, y el padre Gregorio Ciria, sacerdote jubilado de la diócesis.
Fuego Nuevo
Acompañado de los sacerdotes y los catecúmenos, el obispo se dispuso a iniciar la celebración en el atrio de la Catedral, donde bendijo el fuego nuevo.
“En esta Noche Santa, Jesucristo pasó de la muerte a la vida, la Iglesia invita a todos sus hijos a que se reúnan en oración, escuchando su Palabra y participando de los sacramentos, esperando a participar con Él en su triunfo”, expresó.
El obispo señaló el Cirio Pascual expresando: “Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega”, colocando enseguida los clavos que representan las llagas de Cristo y pidiendo su protección.
Después de bendecir el Fuego Nuevo, el obispo lo tomó y encendió el Cirio, para luego encaminarse a la puerta principal del templo e ingresar por el pasillo central mientras proclamaba a Cristo, luz del mundo.
Los catecúmenos entraron detrás del obispo acompañados de sus padrinos, mientras que los fieles tomaron fuego del cirio para encender sus velas.
Testigos del Resucitado
Ya instalado en la sede, el obispo, junto con los sacerdotes y fieles escuchó atento el Pregón Pascual y las lecturas del Antiguo Testamento, y todos cantaron los salmos.
Enseguida, el obispo inició el canto del “Gloria”, canto jubiloso que estuvo acompañado del sonar de las campanas, anunciando la gloria y el triunfo de Cristo.
Antes de la lectura del evangelio, le fue anunciado al obispo el ¡Aleluya!, y fue el padre Víctor Ortega quien proclamó el Evangelio.
“No está aquí, está vivo. Esta es la gran noticia que el ángel da a las mujeres. Por eso se anuncia el aleluya. Alaben al Señor que porque ha resucitado. Es una verdad que no podemos callar, hay que anunciarla, testimoniarla. ¡Cristo Vive!, ¡Cristo ha Resucitado!”, expresó el obispo.
Monseñor Torres mencionó la homilía que dirigió el Papa Francisco durante la vigilia que celebró en Roma, donde resaltó que incluso la misma piedra removida anuncia que Cristo ha resucitado.
“Las mujeres son testigos también. No se quedan con el gozo, van y comparten con sus hermanos la noticia y, a partir de ese momento, todos los que creemos tenemos que ir por el mundo para dar la noticia de la victoria de Cristo”, motivó.
Un nuevo nacimiento
Don José Guadalupe reflexionó las lecturas que se proclamaron.
“En el Génesis nos hablaron de la Creación. Cristo con su muerte y resurrección nos da una nueva creación. En el Éxodo, Dios con su poder libera a su pueblo. Cristo con su muerte y resurrección nos libera de la esclavitud del pecado, de la muerte, y con su perdón nos da vida eterna. Cristo nos purifica con su muerte, con su sangre”, reflexionó.
El obispo definió esa noche santa como la más hermosa, la más importante.
“Hoy cantamos Gloria, Aleluya solemnemente, y nos alegramos, cantamos ese gozo de volver a nacer. Como estos hermanos nuestros que volverán a nacer al ser bautizados”, dijo refiriéndose a los catecúmenos.
Finalmente, don José Guadalupe motivó a los asistentes a comprometerse y reflejar con alegría a Cristo vivo.
Nuevos hijos de Dios
Después de las palabras del obispo, los catecúmenos se acercaron al presbiterio para pedir la gracia del Bautismo.
El obispo bendijo el agua bautismal, e invitó a los asistentes a participar en el rezo las letanías con espíritu de acogida. Enseguida, los futuros catecúmenos hicieron sus renuncias y su profesión de fe.
Uno a uno fueron pasando a la pila bautismal acompañados de sus padrinos para recibir el sacramento de manos del obispo.
Al concluir el Bautismo con el agua, el obispo ungió a los bautizados con el Santo Crisma, para después invitar a los padrinos a encender las velas del fuego del cirio pascual y entregar la luz de Cristo a sus ahijados.
Al concluir el rito, el pueblo de Dios ahí reunido, renovó sus promesas bautismales; hizo sus renuncias y profesión de fe, y fue rociado con agua bendita por el obispo y los sacerdotes, en recuerdo de su Bautismo.
La celebración continuó con el Ofertorio y el Sacrificio del Altar. Y al momento de la Eucaristía, los nuevos hijos de Dios, de rodillas, recibieron por primera vez el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Antes de dar la bendición, el obispo pidió a la comunidad un aplauso para los nuevos hijos de Dios.