Dominicc Grassi y Joe Paprocki
Cuando se nos llama a «ir en paz», llevamos con nosotros la paz de Cristo. Vamos con el compromiso de vivir en paz unos con otros y de trabajar por la paz. Vamos sabiendo que la comunión con Dios es posible sólo cuando la que paz reina en nuestros corazones. Es por medio del Rito de la Paz que recordamos que, en última instancia, la paz es resultado de nuestra comunión con Jesús. Es una muestra de las cosas que son posibles.
A medida que el conflicto armado de Vietnam causaba cada vez más oposición en los Estados Unidos en la década de los sesenta y principios de los setenta, el movimiento anti bélico se aferró a un símbolo de protesta: la palabra paz, junto con dos dedos alzados en forma de V. A la larga, el sólo hecho de mostrar esos dos dedos se convirtieron en símbolo de estar en contra de la guerra. Es irónico que ese mismo símbolo de victoria lo usara Winston Churchill de manera tan eficaz durante la Segunda Guerra Mundial. Al igual que muchos símbolos, puede llegar a ser increíblemente poderoso. Una famosa fotografía del activista y sacerdote Daniel Berrigan lo muestra esposado y sonriendo mientras lo arrestaban dos policías federales de apariencia poco amistosa. Aunque estaba esposado, hizo la señal de la paz. No obstante, los símbolos suelen perder su significado. En el programa de televisión de la década de los sesenta Laugh-in, un Sammy Davis Jr. enjoyado utilizó el mismo símbolo como una especie de saludo de moda. Para cuando el presidente Richard Nixon hizo el símbolo de la paz con ambas manos y los brazos por sobre la cabeza mientras abordaba el avión presidencial Air Force One, ya había perdido gran parte de su significado y fuerza originales.
Mucho más que un saludo
Durante la liturgia, inmediatamente después del Padrenuestro y justo antes de que la congregación se acerque a recibir la comunión, se nos invita a compartir el Rito de la Paz de Cristo. Es fundamental que este rito se perciba como algo más que un gesto o una declaración política -o incluso teológica-. Asimismo, es mucho más que un mero saludo. Acabamos de rezar una bella y a la vez sentida plegaria a nuestro Dios, una plegaria que nos dejó Jesús, en la que pedimos lo que necesitamos, del mismo modo en que un niño pide algo a sus padres confiando en que ellos le contestarán. Después del Padrenuestro hay una transición natural: una vez que ofrecemos esta plegaria de sumisión y vulnerabilidad, abrimos nuestras manos y abrazamos a nuestros hermanos. El sacerdote nos invita a hacerlo con una de las únicas plegarias de la misa que está dirigida específica mente a Jesús.
Señor Jesucristo,
que dijiste a tus apóstoles:
«La paz les dejo, mi paz les doy», no tengas en cuenta nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra,
concédele la paz y la unidad.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
El sacerdote intercambia un saludo de paz con la asamblea antes de que él o el diácono nos inviten a compartir el Rito de la Paz unos con otros:
Sacerdote: La paz del Señor este siempre con ustedes.
Pueblo: Y con tu espíritu.
Sacerdote: Dense fraternalmente la paz.
A estas alturas de la liturgia recurrimos a Jesús como recordatorio de que en instantes iremos a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es digno de observar que ya desde los primeros días de la Iglesia los cristianos se saludaban entre sí con el «beso santo». Este saludo era una indicación de que se dejaba de lado todo tipo de diferencias. La fe que todos tenemos en Jesús y en su presencia en nuestros corazones nos une y nos mantiene unidos. Este beso santo sana, une y fortalece las relaciones que tenemos unos con otros. A lo largo de los siglos, este beso de paz quedó formalizado como un gesto litúrgico para los ordenados que, mirando al otro, lo tomaban de los brazos e inclinaban la cabeza hacia el hombro izquierdo y el derecho del otro. «Pax tecum«, decían en latín. Que la paz sea contigo.
Preludio bello para la Comunión
Cuando volvió a introducirse en la liturgia el Rito de la Paz, después del Concilio Vaticano II, algunos lo vieron como un trastorno. ¿Cómo se podría pasar de guardar un respetuoso silencio a estirar los brazos para besar, abrazar y estrechar manos con otros, que a menudo eran desconocidos que compartían los mismos bancos? Algunos creyeron que era una falta de respeto. Era una reacción entendible, ya que se trataba de personas que habían aprendido que, en efecto, la misa era una devoción privada. Si se le entiende en el contexto correcto, el Rito de la Paz no interrumpe la misa, sino que es un bello e importante preludio para recibir la Sagrada Comunión, y que vuelve a hacer que dirijamos la atención hacia lo que sucederá inmediatamente después de que nos vayamos de la iglesia, cuando concluya la liturgia.
El Rito de la Paz es necesario para ayudarnos a reconocer que la Comunión que vamos a recibir en instantes no es solo con Dios, sino con nuestros hermanos. La poderosa intimidad de la Eucaristía está vaticinada en la intimidad que establecemos al ofrecer la paz de Cristo unos con otros.
Un difícil desafío: llevar la paz
Dejemos que la paz de Cristo disipe nuestros miedos y ansiedades, así como ocurrió cuando el Cristo resucitado entró en el salón en el piso superior, donde los discípulos se habían encerrado. Y así, gracias al Bautismo, tenemos la misión de compartir esa paz con los demás.
Se nos recuerda lo que nos advirtió Jesús: «Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después vuelve a llevar tu ofrenda» (Mateo 5:23-24). El momento es ahora. Antes de compartir la Eucaristía compartimos la intimidad de la paz de Cristo y dejamos atrás las discusiones y los temores. Pero también nos comprometemos, cuando nos vamos de la iglesia una vez finalizada la misa, a llevar esa paz que es más profunda cuando estamos en la presencia de Cristo.
Este desafío es difícil de aceptar. Con mucha frecuencia vemos gente (incluso nosotros) que apenas han abandonado el estacionamiento de la iglesia y se salen de las casillas al discutir con otro conductor o escuchamos morrear sobre otra mientras comparten un desayuno después de misa. Hay algo que se ha olvidado u omitido: el compromiso de ser hacedores de paz.
Sabemos que la paz supone más que la ausencia de guerra o violencia. Es una realidad palpable que se debe compartir. Se convierte en una manera de mirar el mundo con los ojos de la fe. En última instancia, la paz es resultado de la unión entre la voluntad de Dios y el corazón humano. Es el resultado de hacer la voluntad de Dios en la tierra así como se hace en el cielo. Es el resultado de la unión entre el cielo y la tierra. Por eso los ángeles cantaron «Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres» cuando nació Jesús, pues por fin la tierra y el cielo se habían unido. Esta es la razón porque la colocamos una estrella o un ángel en lo alto del árbol de Navidad y un pesebre al pie del árbol, para indicar que el cielo y la tierra están conectados gracias a la encarnación de Jesús. El resultado es la paz. La paz consta de la capacidad de verlo todo en su justa medida y obrar en la vida de una manera que resalte lo mejor de los demás. Es como un aura que nos rodea y atrae a los demás hacia nosotros, al igual que un puerto seguro atrae las embarcaciones. La paz tiene el propósito de lograr una sociedad más justa, de lograr que haya más amor entre las personas, en primer lugar entre nosotros y Jesús, y en segundo lugar entre nosotros y los demás.
Mucho más que un símbolo
La paz de Cristo es mucho más que un símbolo, el cual puede perder su significado, y de hecho a menudo lo hace. La paz es mucho más profunda que un mero rito, que a menudo le resta importancia a aquello que quiere representar. Esta paz es una realidad que tratamos de lograr sin desfallecer. El Rito de la Paz representa y comienza esa ardua tarea a la que nos comprometemos al final de la liturgia. Compartir el Rito de la Paz con los demás es ofrecer el profundo deseo de que la tierra y el cielo se unan en sus corazones.
En el Sermón de la Montaña, Jesús dice: «Felices los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios» (Mateo 5:9). Es interesante observar que para Jesús fue necesario enseñarles a quienes lo seguían lo que significaba compartir la paz. No fue sino hasta varios capítulos más adelante, en Mateo 14:13-21, que Jesús alimentó a la multitud hambrienta que lo seguía y lo escuchaba. ¿Lograron entender mejor el significado de ser hacedores de paz? ¿Habían comenzado a demostrarlo en sus acciones? Quizás fue así cuando, mientras compartían el pan bendito, cada cual tomaba para sí nada más que lo que necesitaba. Nadie acumulaba nada para sí; y de esta manera sobraron unas cuantas canastas de comida.
En última instancia, la paz es esa generosidad de espíritu que antepone las necesidades de los demás a las propias. Debemos fortalecernos para lograrlo. Por lo tanto, al compartir la paz de Cristo nos encaminamos hacia ese solemne momento en que tomamos a Jesús en nuestros corazones al compartir su cuerpo y sangre.
Los otros seis días de la semana
Con respecto a la vida cotidiana, el Rito de la Paz nos invita y nos desafía a:
* Dejar en el altar nuestro enojo y pensamientos negativos sobre otros;
* Separar un tiempo para tener paz y serenidad en el corazón;
* Esforzarnos por ser hacedores de paz con nuestra familia, en nuestros barrios, lugares de trabajo. comunidades y en el mundo;
* No criticar tanto los demás;
* Apoyar activamente las causas que promuevan la paz;
* Participar en el proceso político de nuestro país;
* Controlar el tono de los mensajes y afirmaciones que hagamos en las redes sociales.
…
Oración de la paz de San Francisco de Asís
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz: donde haya odio, ponga yo amor, donde haya ofensa, ponga yo perdón, donde haya discordia, ponga yo unión, donde haya error, ponga yo verdad, donde haya duda, ponga yo la fe, donde haya desesperación, ponga yo esperanza, donde haya tinieblas, ponga yo luz, donde haya tristeza, ponga yo alegría.
San Francisco de Asís