Dominicc Grassi y Joe Paprocki
Nos retiramos de la misa confiando, no en nosotros mismos, sino en Dios, que obra en nosotros. Nos retiramos con una actitud de sumisión, desprendiéndonos de nuestra voluntad y deseo de tener nosotros el control y abriéndonos a la voluntad de Dios. Nos retiramos desprovistos de nuestras propias intenciones y llenos de las del Señor. Nos retiramos con una sensación de valor y nos damos cuenta de que si bien deberemos enfrentar el mal, confiamos que seremos librados. Llegamos a este punto gracias al Padrenuestro, que nos recuerda y nos enseña a vivir según las palabras que Jesús mismo aprendió y nos enseñó: “Hágase tu voluntad”.
Sacerdote: Fieles a la recomendación del Salvador,
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal.
El Hágase tu voluntad
Son nada más tres simples palabras: “Hágase tu voluntad”. Y aun así son las más difíciles de pronunciar. Decir: “Hágase tu voluntad” significa someterse. Y eso es algo que no estamos muy dispuestos a hacer. Este mundo nos enseña a que nos esforcemos por controlarlo todo, a que ganemos a cualquier precio y a que no nos rindamos jamás.
¿Se nos considera débiles si decimos: “Hágase tu voluntad”?
Todo lo contrario: es lo único que en verdad puede fortalecernos, por la sencilla razón de que la voluntad de Dios es la fuerza que hace mover el universo. Estar de acuerdo con la voluntad de Dios es la estrategia suprema para fortalecernos. Interponernos en el camino de la voluntad de Dios es una gran tontería. Todo lo que hicimos en la misa hasta este punto giró en torno a darnos cuenta de que la voluntad de Dios es el camino correcto. Los Ritos Iniciales nos recordaron que no somos entidades individuales que podemos hacer lo que nuestra voluntad nos dicte. El acto penitencial nos recordó que cuando no hacemos la voluntad de Dios caemos en pecado. La Liturgia de la Palabra nos anunció que el plan de Dios es traernos la salvación. La Oración Universal nos alentó a confiar en la voluntad de Dios en aspectos determinados de nuestra vida en donde pasamos necesidad. La preparación de los dones nos animó a confiar en la voluntad de Dios, ya que esto significa confiar en su abundancia. La Plegaria Eucarística que acabamos de rezar nos recordó que Jesús, al seguir la voluntad de Dios, venció la muerte y está hoy presente entre nosotros. Y a medida que nos esforzamos en parecernos cada vez más a Jesús, por lógica el próximo paso es rezar con las palabras que él usó y nos enseñó: “Hágase tu voluntad”.
Someterse, un acto de fe
El sometimiento es una propuesta que asusta. Solemos equiparar el sometimiento con pérdida y debilidad. No obstante, es irónico que someterse sea una de las proezas más formidables y más fortalecedoras que podemos hacer. Someterse significa deshacerse de aquello que deseamos y recibir a cambio aquello que es bueno para nosotros. San Pablo nos enseñó que someterse a la voluntad de Dios -un acto de fe- es la misma acción que nos justifica, es decir, que nos pone en paz con Dios. San Pablo creía que la supuesta debilidad en la sumisión es lo único que nos fortalece en Jesús.
No obstante, solemos luchar con estas palabras: “Hágase tu voluntad”. Si te resulta difícil decirlas, alégrate: no estás solo. A lo largo de la Biblia, tanto hombres como mujeres han tenido dificultad en decir estas tres palabras.
* Adán y Eva sabían que la voluntad de Dios era que no comieran del fruto del árbol del conocimiento sobre el bien y el mal, pero igual lo hicieron.
* Caín sabía que la voluntad de Dios era que no matara a su hermano Abel, pero igual lo hizo.
* Los hebreos sabían que construir y adorar un becerro de oro iba en contra de la voluntad de Dios, pero igual lo hicieron.
* David sabía que matar a Urías para poseer a Betsabé iba en contra de la voluntad de Dios, pero igual lo hizo.
* Jonás sabía que era voluntad de Dios ir y predicar a la gente de Nínive, pero al principio prefirió hacer caso omiso al llamado de Dios.
* Pedro sabía que era la voluntad de Dios que siguiera a Jesús, pero lo negó aun conociéndolo.
En el otro extremo del espectro, las historias bíblicas nos brindan modelos de personas que se sometieron a la voluntad de Dios y disfrutaron de la plenitud de su gracia y amor.
* Abraham y Sara dijeron: “Hágase tu voluntad” y de ellos surgió una gran nación.
* Moisés dijo: “Hágase tu voluntad” y liberó a esa gran nación de la esclavitud.
* Rut dijo: “Hágase tu voluntad” y dio el ejemplo de amor y compromiso familiar.
* Cuando Jonás entró en razón dijo: “Hágase tu voluntad” y no solo vio la luz del día, sino que llevó a toda una ciudad corrupta a arrepentirse.
* José dijo: “Hágase tu voluntad” y tomó a María como esposa.
* María dijo: “Hágase tu voluntad” y fue la madre de Dios y la primera discípula de Jesús, modelo de fe para todo creyente.
El modelo a seguir
Por supuesto, Jesús es el modelo supremo de lo que significa vivir según la voluntad de Dios. Antes de comenzar su ministerio, el Espíritu lo llevó al desierto, donde Jesús debió luchar contra la tentación de seguir su propia voluntad en vez de la del Padre. En vez de convertir en panes las piedras, Jesús eligió seguir la voluntad de Dios. Del mismo modo, en el huerto de Getsemaní Jesús se enfrentó a la tentación y se preguntó si sería posible seguir su propia voluntad en vez de aceptar el sufrimiento que se avecinaba. Es esta misma tentación la que Nikos Kazantzákis abordó en su clásica novela La última tentación de Cristo. La historia cuenta qué hubiese pasado si Jesús hubiese dicho: “Hágase mi voluntad” en vez de “Hágase tu voluntad”. Si Jesús hubiese seguido su propia voluntad, se hubiese casado, hubiese tenido hijos y se hubiese ganado la vida como carpintero. No es que haya algo malo en vivir esta vida; el caso es que Jesús tenía plena conciencia de sus dones y su relación con el Padre. De haber seguido su propia voluntad, hubiese traicionado su verdadero llamado. La voluntad del Padre llamaba a Jesús a seguir un camino distinto, un camino que traería salvación a todas las personas. En vez de concentrarse en sus propios deseos, Jesús eligió ofrecer su vida para bien de otros. Eligió decir “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mateo 26:39).
Llamado de Dios en múltiples contextos
Hasta qué punto seguiremos a Dios es algo que no puede medirse simplemente en términos de cuán espectaculares son, en apariencia, nuestras elecciones. Jesús sabía que seguir la voluntad de Dios y ser fiel a su llamado le traería la muerte de manos de algunos infieles. Para muchos de nosotros la voluntad de Dios es que seamos buenos carpinteros, u obreros de construcción, o técnicos de laboratorio, o higienistas dentales, o bibliotecarios. Esto no significa que nuestra vocación sea menos importante para los propósitos que Dios tiene para este mundo.
Dios nos hace un llamado, según nuestros dones, talentos y capacidades para que vivamos las palabras “hágase tu voluntad” en una multitud de contextos. Jesús sabía que su llamado era vivir una vida que consideramos fuera de lo común. No obstante, en este sentido Jesús nos mostró que incluso lo común se transforma en extraordinario gracias al poder de estas tres palabras: Hágase tu voluntad.
Una declaración de dependencia
En esencia el Padrenuestro es nuestra «declaración de dependencia»: «Venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad». Y, sin embargo, es esta declaración de dependencia, este someterse a la voluntad de Dios, lo que nos permite en verdad ser libres.
Pero, ¿de qué se trata esta voluntad de Dios a la que nos sometemos? Escuchamos decir «Es voluntad de Dios» cuando alguien intenta dar una explicación al sufrimiento. «¿Por qué tuvo que morirse?», «¿Por qué perdí mi trabajo?», «¿Por qué tengo cáncer?», «¿Por qué fracasó mi matrimonio?». A pesar de las buenas intenciones, todos aquellos que responden a estas peticiones de ayuda (no son preguntas, en realidad, sino expresiones de dolor) con un «Es voluntad de Dios» no hacen más que causar daño. Dios nunca desea que su pueblo sufra. Si bien es cierto que en los primeros escritos bíblicos el pueblo de Israel a menudo consideraba que el sufrimiento era parte de la voluntad de Dios para llevarlos al arrepentimiento, la tendencia general de las Escrituras es que se entienda que la voluntad de Dios proporciona plenitud a la vida de sus hijos. La voluntad de Dios puede resumirse en este pasaje del profeta Jeremías:
Yo conozco mis designios sobre ustedes: designios de prosperidad, no de desgracia, pues les daré un porvenir y una esperanza (Jeremías 29:11).
Cómo ceder a nuestro
deseo de controlarlo todo
Sacerdote: Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Pueblo: Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
De hecho, la mayor tentación es creer que la gloria nos pertenece. La mayor tentación es creer que se hará «mi voluntad» y que ello dará plenitud de vida y será la respuesta a nuestras plegarias. Decir «Hágase mi voluntad» es obrar como si fuésemos soberanos y que los demás están sujetos a nuestro dominio. El Padrenuestro nos enseña a someternos a la voluntad del único y verdadero Señor y a proclamar: «Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor».
Cuando decimos: «Hágase tu voluntad», abrimos nuestra vida al reino de Dios, dejamos de aferrarnos a esta vida y cedemos nuestro deseo de controlarlo todo. Cuando decimos que «el reino, el poder y la gloria» sólo le pertenecen a Dios, en cierto modo somos como Juan el Bautista, que al decir «Él debe crecer y yo disminuir» (Juan 3:30) preparó el camino para el Rey de gloria. Cuando reconocemos que la voluntad salvadora tiene el dominio, somos como la Virgen María, que al decir «Yo soy la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra» (Lucas 1:38) hizo posible que naciera el Mesías. La Virgen María es el ejemplo perfecto del verdadero discipulado porque rechaza toda gloria y honor y en cambio «canta la grandeza del Señor» (Lucas 1:46).
Palabras subversivas
En Jesús podemos entender con más claridad el sentido de la palabra ‘poder’. Para gran parte del mundo el poder es algo que se utiliza para coaccionar y controlar a las personas. Jesús, por el contrario, enseñó que el poder de Dios no puede ir separado de su voluntad de salvar. El poder de Dios se manifiesta en los milagros de Jesús, pero nunca para meramente exhibirlos o para amedrentar a otros. El poder que muestra Jesús al curar al ciego y al paralítico o al calmar la tormenta en el mar o al resucitar a los muertos nunca intenta atraer la atención hacia él, sino hacia la presencia salvadora de Dios en medio de las personas. Una de las ironías más grandes es que el símbolo del poder y la gloria de Cristo es la imagen de Jesús crucificado. Consideramos la imagen de alguien vulnerable y quebrantado, y nos regocijamos en el poder de la salvación. Si nos tomamos en serio el Padrenuestro, nos hallaremos orando con palabras subversivas -palabras que niegan los poderes de nuestro mundo y los reemplazan por el poder que viene solo cuando nos permitimos volvernos vulnerables-.
Ser como niños
Vivir para la mayor gloria de Dios es aceptar la humildad (baste recordar el acto penitencial). Jesús nos pide adoptar la actitud espiritual que todo niño tiene: la de dependencia.
La dependencia es algo beneficioso si aquel de quien dependemos es más fuerte que nosotros. Ser un niño delante de Dios es aceptar que Dios es más fuerte que nosotros y que necesitamos su protección. No es casualidad que inmediatamente después de que rezamos el Padrenuestro el sacerdote ora para que estemos «protegidos de toda perturbación». Cada vez que nos enfrentamos con algo o alguien y sentimos que no estamos bien preparados para lidiar con ello, esto trae como resultado perturbación o ansiedad. Cuando oramos que se haga la voluntad de Dios y reconocemos que todo el poder le pertenece solo a Dios, ya no tenemos más razones para estar ansiosos o perturbados. Y, como consecuencia, podemos tener esperanza y estar llenos de paz -la paz de Cristo, que ahora nos preparamos a compartir con los demás y con el mundo-.
Los otros días de la semana
Con respecto a la vida cotidiana, el Padrenuestro nos invita y nos desafía a
no seguir tratando de controlar la vida y, en cambio, someternos a la voluntad de Dios;
*Vivir con actitud como de niños, reconociendo que dependemos de Dios;
*Hacerlo todo para mayor gloria de Dios;
*Vivir con humildad;
*Extender a los demás la esperanza sobre la base de nuestra confianza en el Padre;
*Enfrentar fuerzas poderosas sabiendo que seremos librados de ellas y aún nos mantendremos en paz;
*Reconocer que el verdadero poder consiste en el servicio a Dios, no en dominar a los demás.