Dominicc Grassi y Joe Paprocki
Por desgracia, a medida que la misa llega a su fin, muchos se van más temprano, antes de la bendición final. Quizás creemos que, porque ya recibimos la Comunión, obtuvimos aquello para lo que vinimos. A lo mejor estamos apurados para llegar al estacionamiento antes de que se llene de gente o para llegar a la panadería antes de que se forme una fila demasiado larga. Cualquiera que sea el motivo, tenemos la tentación de irnos antes de la bendición final y la despedida. (¿Y qué?)
Un mensaje de salida
Cuando nos reunimos para la Eucaristía, la cruz nos guía hacia el altar en la procesión inicial. Nos reunimos como un cuerpo y, a lo largo de la misa y por nuestras acciones y respuestas compartidas, nos integramos al Cuerpo de Cristo. Estamos a punto de ser enviados, no como llaneros solitarios, sino como una comunidad de fe unida en Jesucristo. Irnos antes es separarnos de esa comunidad. Esperar la bendición, la despedida y la cruz de Jesús que nos guía a la salida de la iglesia en la procesión de cierre es un gesto final que hacemos para expresar firmemente lo que expresamos antes en el Credo: que la Iglesia es «una, santa, católica y apostólica».
Es una, pues estamos unidos. Nos vamos de la iglesia unidos para expresar esto de manera más profunda.
Es santa, pues somos seguidores del único y Santo: Dios. Nos vamos de la iglesia con la cruz que nos guía, la cruz que es símbolo de la santidad de Dios.
Es católica, pues es universal y se nos envía a proclamar las buenas nuevas a todas las naciones. Nos vamos de la iglesia de una manera que recuerda a un ejército enviado a cumplir una misión.
Es apostólica, pues no sólo tiene sus raíces en los apóstoles, sino que Jesús nos envía, es decir, nos da la misión, de proclamar su Palabra. Nos vamos de la iglesia de una manera que expresa nuestra misión apostólica: se nos envía a hacer las obras de los apóstoles.
Valiosos segundos
El Rito de Conclusión dura nada más que unos segundos, sin embargo esos segundos marcan el tono de cómo debemos vivir la misa cada día de nuestra vida.
Sacerdote: El Señor esté con vosotros.
Pueblo: Y con tu espíritu
Este intercambio de frases nos recuerda una vez más que estamos a punto de embarcarnos en una empresa enorme. Irnos antes de este intercambio significa minimizar la importancia de la tarea que se avecina. Lo que viene a continuación de este intercambio es algo que señala con mucha claridad de quién es la misión que estamos a punto de cumplir; recibimos la bendición de Dios. Una bendición es una señal de aprobación y afirmación. En la misa tenemos el privilegio de recibir esta abundante bendición antes de ser enviados.
Sacerdote: La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
Pueblo: Amén.
Nuestra credencial
La bendición puede considerarse como el momento en que recibimos nuestra credencial. Reflexione. Cuando un embajador es enviado a visitar a un dignatario extranjero, lo primero que hace es presentar una cartera diplomática. Esta es una manera explícita que tienen los embajadores para expresar que no hablan ni obran en nombre propio, sino en nombre del país y el líder que los envió. La bendición final de la misa deja claro que se nos envía a irnos, no en nombre propio, sino en nombre de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. San Pablo dijo que cada uno tiene el llamado de ser embajador de Cristo. La bendición final de la misa es el momento en que nos entregan esa credencial. Irnos antes de esta bendición es indicar que estamos obrando en nombre propio y según nuestros propios propósitos.
Cómo podemos ir en paz
Todos los gestos, la música, las respuestas y los momentos de silencio de la misa inexorablemente nos llevan a este momento en que se nos dice que «podemos ir en paz». Y es porque nos nutrimos de la presencia del Dios vivo tanto en las palabras de las Escrituras como en el sacramento de la Eucaristía, porque pedimos y recibimos perdón en el acto penitencial, porque recibimos aliento en las perspectivas brindadas en la homilía, porque traemos nuestras necesidades y esperanzas al altar para ofrecerlas en sacrificio a nuestro Dios y porque en esta comunidad reunida recurrimos unos a otros en paz, se nos da una orden: «Pueden ir en paz».
¿Cuál es el significado de esas cuatro poderosas palabras? ¿Cómo logramos cumplir esa orden?
Al «ir en paz», lo hacemos con un plan de acción, sabiendo cuál es nuestra misión y dirección. También vamos con la aprobación de Dios, como embajadores del Evangelio.
Agradecemos el ser considerados dignos de que se nos envíe a hacer la obra de Dios en el nombre mismo de Dios.
Agradecemos el saber que tenemos una función fundamental en el plan de Dios. Por supuesto, en la vida las cosas no suelen ir exactamente como se previó en el plan. La vida no sigue un guión. Aun así, es bueno saber que nosotros, como católicos, estamos armados de un plan básico cuando nos vamos de la iglesia.
Un plan básico para vivir la misa en el mundo
Cuando en el Rito de Conclusión de la misa se nos envía a irnos, no es con un guión. Pero sí se nos envía con un plan básico. Debido a su brevedad, el Rito de Conclusión nos deja jugar con la imaginación. Se nos bendice y se nos envía a trabajar. Si bien la misa nos envía en una dirección en general, es decisión nuestra poner la Palabra de Dios en práctica todos los días.
La Iglesia brinda una gran ayuda y una guía para hacer esto de manera más eficaz. Gracias a la catequesis, es decir, el aprendizaje de nuestra tradición de fe, adquirimos el conocimiento y las capacidades necesarias para vivir como discípulos de Cristo en el mundo. Primero y principalmente, la Iglesia nos provee algunas fórmulas básicas de la fe, que guían nuestros pensamientos y acciones: los Diez Mandamientos y las Obras de misericordia corporales y espirituales.
Además de enseñarnos qué hacer en nombre de Jesús, la Iglesia también enseña cómo hacer todo esto. Los seguidores de Jesús debemos tener una actitud que impregne nuestras acciones. Por medio de los dones del Espíritu Santo, el fruto del Espíritu Santo y las siete virtudes podemos desarrollar esa santidad de la cual provienen las buenas obras.
*Los dones del Espíritu Santo
Jesús sabiamente nos dio un «consejero» para ayudarnos a convertirnos en discípulos: se trata del Espíritu Santo. Ya que vivir como discípulos de Jesús es tarea compleja, el Espíritu de Jesús permanece con nosotros y brinda los siguientes dones para ayudarnos cuando se nos envía a cumplir con nuestro llamado:
Sabiduría. Entendimiento. Consejo (Sensatez). Fortaleza. Ciencia. Temor de Dios. Piedad (Reverencia).
*Los frutos del Espíritu Santo
Las personas que están llenas del Espíritu Santo demuestran los efectos de su presencia en su vida. A estos efectos los llamamos frutos del Espíritu Santo. Cuando los cristianos son un ejemplo de los frutos del Espíritu Santo, atraen a otros para que sean también discípulos. Cuando se nos envía a hacer la obra del Evangelio, lo hacemos de modo tal que expresamos ciertas cualidades conocidas como los frutos del Espíritu Santo.
Caridad. Fidelidad. Alegría. Modestia. Mansedumbre. Bondad. Paz. Paciencia. Templanza. Castidad. Generosidad. Afabilidad.
Las virtudes
Al salir de misa para glorificar a Dios con nuestra vida, cumpliremos con la misión más eficazmente si dependemos de los siguientes hábitos o virtudes. Las primeras tres se conocen como virtudes teologales, pues provienen de Dios y nos conducen a Dios.
Fe. Esperanza. Caridad.
Las otras cuatro -virtudes cardinales- son virtudes humanas, adquiridas por medio de la educación y las buenas obras. Se llaman así por la palabra en latín cardo que significa «bisagra», es decir, el punto de apoyo de una puerta o ventana. Asimismo, las virtudes cardinales son aquellas sobre las que se apoyan el resto de las virtudes.
Prudencia. Justicia. Fortaleza. Templanza.
Católicos practicantes todos los días
El Rito de Conclusión nos recuerda que debemos practicar la fe día a día, del mismo modo en que un médico practica la medicina día a día. Si nos concentramos en estas responsabilidades y en el modo en que las llevamos a cabo, podremos comprometernos a ser «católicos practicantes», no solamente los domingos, sino todos los días.
Cuando aceptamos el Bautismo, nuestra vida cambia. Cuando recibimos la Eucaristía cada domingo en misa, cambiamos. No obstante, ese cambio no se mide en términos de cuánto tiempo pasamos dentro de la iglesia o en la parroquia. Tampoco es que ese cambio esté relacionado con nuestras actividades cotidianas. El cambio tiene más que ver con hacer cosas por una razón nueva y distinta, con un enfoque nuevo y distinto, y desde una fuente nueva y distinta.
Cuando nos vamos de la iglesia después de la misa, con un mayor convencimiento de nuestro llamado a vivir como discípulos de Cristo, no debemos pensar que es necesario hablar más de religión en el trabajo. En su obra Espiritualidad del trabajo Gregory F. A. Pierce dice que la espiritualidad «puede practicarse en medio de nuestras actividades diarias; se trata más de conciencia que de prácticas piadosas». Explica que algunos creen que ser discípulo de Jesús significa «hacerse notar y convertir a otros o hacer proselitismo para que los otros se unan a su secta o denominación». Pierce afirma que la evangelización católica «es más acerca de obras que de palabras. No hace falta disfrazarla con vocabulario religioso para que sea eficaz».
Nuestra vida en relación con Dios
¿Qué significa esto en términos de cómo vivir el mandato de «ir en paz»? Cuándo Jesús nos dice: «Hagan esto en memoria mía», ¿qué es exactamente lo que quiere que hagamos? Muchos piensan que debemos ser más espirituales. Pero, ¿qué significa ser espiritual? ¿Qué es la espiritualidad? Si tuviéramos que pedirles a varias personas que elaboren una gráfica circular que muestre la proporción de tiempo que dedican a asuntos espirituales, muchos dibujarían una fina tajada para indicar cuánto tiempo pasan en la iglesia, en oración, leyendo las Escrituras o participando en algún ministerio o actividad en la iglesia. El resto de la gráfica se compondría de trabajo, familia, recreación, descanso, etcétera. Por desgracia, como malinterpretamos lo que significa la espiritualidad, solemos creer que el objetivo es agrandar esa tajada «espiritual» de la gráfica dedicando más tiempo para ir a la iglesia, orar, leer las Escrituras y participar en actividades de la iglesia. No obstante, la espiritualidad no se trata de agrandar una tajada de una gráfica que muestre en cuántas actividades participamos en la iglesia. Se trata de mirar la gráfica completa, es decir, vida, en relación con Dios.
Misa y Salvación
Cuando Jesús dice «está cerca el reino de Dios», nos dice que la salvación está alrededor de nosotros. La Eucaristía nos revela la realidad de la salvación que está por encima, por debajo, por delante y por detrás, y a todo nuestro alrededor. Como seguidores bautizados de Jesús, nos comprometemos a revelar esta verdad a los demás.
Esto requiere práctica; práctica diaria. Esto es lo que significa ser católicos practicantes. El discipulado no es algo que practicamos por un tiempo preparándonos para comenzar a trabajar «de verdad». Ser católicos «practicantes» significa que tratamos de hacer la obra del Evangelio a diario. Quizás lo hagamos mal al principio, pero lo hacemos. No hay una medida de éxito cuando de discipulado se trata. Se trata solo de fidelidad.
Los otros seis días de la semana
Con respecto a la vida cotidiana, el Rito de Conclusión nos invita y nos desafía a
* Llevar las buenas nuevas de Jesucristo en cada área de nuestra vida cotidiana: hogar, empleo, recreación, familia, amigos, barrio, país y el mundo; vivir cada día según el plan de Dios revelado por Jesús;
* Andar por la vida de manera tal que atraigamos a otros hacia Jesús;
* Vivir nuestro llamado bautismal;
* Practicar nuestra fe católica a diario;
* Considerar cada aspecto de nuestra vida como algo espiritual.