P. Benjamin Cadena / Párroco de San Pedro y San Pablo
El tema de la voluntad humana es de los preferidos en todo estudio sobre el hombre. Y ello porque se conecta directamente con la libertad. El mundo de hoy es celoso de este bien o valor, y lo defiende a capa y espada, cual debe ser, hasta casi, en el extremo, de convertir la voluntad y libertad humana en valores absolutos, es decir, sin referencia a nada ni a nadie, y por lo mismo, sin el más mínimo deseo de dar cuentas de sí a Nadie…todo gira sobre sí, y esto ha ocasionado graves crisis y grandes daños. La voluntad de poder y la libertad como absolutos están a la raíz de los crímenes más atroces con el ‘ daño’ colateral’ que siempre aplasta a los más débiles.
El escándalo de la Conversión
Ante un ser humano, que se pensó a sí mismo como dios, el cristianismo propuso el cambio radical que impicaba a toda persona acoger como don la libertad, y poner la voluntad al servicio de Dios. Es decir, entrar en otro esquema de pensamiento para vivirse, adecuada y verdaderamente libres que es la Voluntad de Dios para sus hijos. Por ello, enfatizó en su predicación la obediencia perfecta de Cristo, quién ciñó su voluntad a la del Padre; vivió verdaderamente libre, y nos abrió a un mundo deseable e inimaginable: vivir no como vencedores ni vencidos, sino con humildad, bondad, amabilidad. En Jesús tenemos el proyecto del Hombre Nuevo.
La voluble voluntad humana
En la parábola “de los dos hijos” se menciona la imperfecta respuesta de ambos a la petición y voluntad de su Padre, que les pide ir a trabajar en la viña. El primero, se queda en la palabra elegante asintiendo a la petición, pero incumpliéndola. No obedece; no depone su voluntad más que de palabra. Es el riesgo de una religiosidad que abre los labios para pronunciar bellezas a Dios y ante Dios, pero que en la práctica la vida lleva otro rumbo, el del propio capricho, ética o criterio. El segundo hijo espeta rápidamente una negativa: No quiere ir. No acepta nada por encima de sí. A Dios sólo lo conoce por sus órdenes y no está dispuesto a ‘someterle’ su voluntad. Ante Dios hemos de conocer el estado real de nuestra voluntad y el rumbo que lleva o que le hemos dado a nuestra libertad.
Cambio sorprendente
En lo que puede ser motivo de su ruina, ahí mismo encuentra el hombre la posibilidad de cambio existencial: la voluntad de Dios cómo brújula y don para su vida. Como el único asidero para no irse a precipicio y comenzar una vida digna y vivida en el Amor. Es lo que Dios quiere para nosotros. Es la repuesta de fondo al anhelo del corazón humano. “Algo” pasó en el segundo hijo que le hizo reconsiderar su actitud rebelde y arrogante. Fué lo que pasó con los publicanos y las prostitutas que escucharon a Juan y luego a Jesús, hablando el primero de la justicia y el segundo de la misericordia. ¡Las conversiones empezaron a llegar con aquellos que decidieron caminar de acuerdo a la voluntad de Dios: El Reino!
Se dieron cuenta, que fuera de ella, la vida había perdido consistencia y significado. El Amor de Dios en Cristo llenó a plenitud su búsqueda angustiosa ante una vida gris y resignada, aplastada por culpabilidades y remordimientos, reconocidos o no; daba igual.
El hoy de nuestra vida
Jesús nos muestra en espejo la realidad de nuestra vida; el estado de nuestra voluntad y el valor precioso de nuestra libertad. Nos pide ir a la viña del Padre; a trabajar con alegría en su Obra. Es la prueba a nuestra obediencia y voluntad. Si hasta ahora hemos dicho “sí” sólo de palabras, o francamente nos hemos negado, es el momento del paso a una Conversión verdadera. Él, nos deja el testimonio de una obediencia que nos hace libres. Es la obediencia al Padre de hijos amados. No es la obediencia servil de esclavos a tiranos.
En Jesús están perfectamente unidos voluntad humana-voluntad divina; Obediencia-libertad y todo ello en el Amor que plenifica; que no humilla sino que engrandece al hombre sin adularlo y sin rebajarlo en lo que es: hijo de Dios.
Conversión
Es la respuesta en positivo de cada día al proyecto de Dios en Cristo. Y hemos de pedir la Gracia, no sólo de reconocernos necesitados de ella, sino de permanecer hasta el final, recorriendo nuestra vida en la voluntad de Dios-Padre.