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La bendición, considera el Papa Francisco, es una dimensión esencial de la oración y para ejemplificar esta afirmación, cita el libro del Génesis en los capítulos 1 y 2. “Dios continuamente bendice la vida. Bendice a los animales (1,22), bendice al hombre y a la mujer (1,28), finalmente bendice el sábado, día de reposo y del disfrute de toda la creación (2,3). En las primeras páginas de la Biblia es un continuo repetirse de bendiciones”.
La fuerza especial de la bendición
El Papa muestra que también los seres humanos participamos del acto de bendecir: “Dios bendice, pero también los hombres bendicen, y pronto se descubre que la bendición posee una fuerza especial, que acompaña para toda la vida a quien la recibe, y dispone el corazón del hombre a dejarse cambiar por Dios (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 61)”.
El pecado afecta al ser humano, afirma el Papa, y lo hace “capaz de propagar el mal y la muerte en el mundo; pero nada podrá borrar la primera huella de Dios, una huella de bondad que Dios ha puesto en el mundo, en la naturaleza humana, en todos nosotros: la capacidad de bendecir y el hecho de ser bendecido. Dios no se equivocó con la creación, ni con la creación del hombre. La esperanza del mundo está completamente en la bendición de Dios: Él continúa queriéndonos, bueno, Él primero, como dice el poeta Péguy, continúa esperando nuestro bien”.
La gran bendición de Dios es Jesucristo
Francisco subraya que la bendición para toda la humanidad es Jesucristo y afirma: “La gran bendición de Dios es Jesucristo, es el gran regalo de Dios, su Hijo. Es una bendición para toda la humanidad, es una bendición que nos ha salvado a todos. Es la Palabra eterna con la que el Padre nos bendijo «cuando aún éramos pecadores» (Rom 5:8) dice San Pablo: Palabra hecha carne y ofrecida por nosotros en la cruz”.
El Papa insiste en que “No hay pecado que pueda borrar completamente la imagen de Cristo presente en cada uno de nosotros. Ningún pecado puede borrar la imagen que Dios nos ha dado. La imagen de Cristo. Puede desfigurarlo, pero no puede apartarlo de la misericordia de Dios. Un pecador puede permanecer en sus errores por mucho tiempo, pero Dios pacientemente perdura hasta el final, esperando que al final ese corazón se abra y cambie. Dios es como un buen padre y como una buena madre, también es una buena madre: nunca dejan de amar a su hijo, no importa cuán equivocado esté”.
En este contexto, el Papa recuerda la siguiente anécdota: “tantas veces que vi gente haciendo cola para entrar en la cárcel, tantas madres haciendo cola para ver a su hijo encarcelado. No dejan de amar a su hijo y saben que la gente que pasa en el autobús (piensa): «Ah, esta es la madre del prisionero…». No se avergüenzan de eso. Sí, se avergüenzan, pero siguen adelante, el hijo de la vergüenza es más importante para Dios que todos los pecados que podemos hacer. Porque Él es padre, es madre, es amor puro, nos ha bendecido para siempre. Y nunca dejará de bendecirnos”.
La experiencia con la gente que está en prisión o en rehabilitación busca, afirma Francisco, “Hacer sentir a las personas que permanecen bendecidas a pesar de sus graves errores, que el Padre Celestial sigue amándolas y esperando que finalmente se abran al bien”.
La gracia de Dios cambia la vida, no nos deja como estamos
El Papa subraya el hecho de que una persona a los ojos de Dios, nunca puede ser considerada como irrecuperable porque “Porque la gracia de Dios cambia la vida: nos toma como somos, pero nunca nos deja como estamos”.
Ejemplo de esta afirmación, dice el Papa, es el pasaje de Zaqueo (Lc: 1-10). Este personaje “es un pecador público, hizo muchas cosas malas, pero Jesús vio esa señal indeleble de la bendición del Padre y de ahí su compasión. Esa frase que se repite tanto en el Evangelio, «tuvo compasión de él», y esa compasión lo lleva a ayudarlo y a cambiar su corazón”.
Respuesta al Dios que bendice
Al Dios que bendice, afirma el Papa, también respondemos con la bendición – Dios nos enseñó a bendecir y debemos bendecirnos a nosotros mismos -: es la oración de alabanza, de adoración, de acción de gracias. El Catecismo escribe: «La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: ya que Dios bendice, el corazón del hombre puede responder bendiciendo a Aquel que es la fuente de toda bendición» (n. 2626).
Si nos preocupáramos por bendecir a los demás, dice Francisco, “seguramente no habría guerras”, y añade: “Este mundo necesita una bendición y podemos dar la bendición y recibir la bendición. El Padre nos ama. Y todo lo que nos queda es el gozo de bendecirlo y el gozo de agradecerle y aprender de él no a maldecir sino a bendecir”.
El Papa finalizó la catequesis invitando a aquellos que tienen facilidad para maldecir a no hacerlo: “porque tenemos un corazón bendito y de un corazón bendito la maldición no puede salir. Que el Señor nos enseñe a no maldecir nunca, sino a bendecir”.