Salvador Guerrero Chiprés/Contacto Ciudadano CDMX
La Basílica de Guadalupe y la Ciudad de México se han convertido en territorio estratégico para la construcción de la paz. Donde millones se congregan en busca de consuelo, protección y sentido de pertenencia, la autoridad civil decidió fortalecer uno de los programas más emblemáticos de pacificación: “Sí al Desarme, Sí a la Paz”.
Elegir el atrio del Templo Mariano para la convergencia de instituciones civiles, militares, eclesiásticas es una afirmación política de que la seguridad nacional comienza donde se unen el alma del país y la voluntad colectiva de vivir sin miedo.
La Iglesia ha asumido un rol central respecto a la construcción de la seguridad y en el terreno de la reconciliación social, como lo tuvieron en su momento los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín César Mora, asesinados hace tres años, junto con el guía de turistas Pedro Heliodoro, en el templo de Cerocahui, en el municipio de Urique dentro de la Sierra Tarahumara, en Chihuahua.
La Conferencia del Episcopado Mexicano ha convocado a sus Obispos a abrir los atrios como punto de entrega segura de armas, municiones y explosivos. Estrategia que contribuye a la prevención de la violencia y ayuda a la disminución en delitos relacionados con armas de fuego.
El programa “Sí al Desarme, Sí a la Paz”, impulsado a nivel nacional por la presidenta Claudia Sheinbaum, encontró en la Basílica de Guadalupe un punto de partida y en la autoridad eclesiástica un respaldo para el canje voluntario de armas.
Estas acciones representan dos caras de una misma moneda: el compromiso ciudadano. La oportunidad de crear entornos seguros no reposa únicamente en servidores públicos o en protocolos técnicos. Requiere una arquitectura participativa.
El pasado Día Internacional de la Destrucción de Armas de Fuego fue conmemorado con hechos: armas reales entregadas por ciudadanos, quienes decidieron no cargar más con el peso de la violencia. Este año, “Sí al Desarme, Sí a la Paz” ha recolectado más de dos mil armas.
“Cada arma que se apaga es un alma que se salva”, resumió la presidenta Claudia Sheinbaum en la conmemoración, junto a Monseñor Efraín Hernández, Rector de la Basílica; Monseñor Salvador González, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México; los secretarios de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez; de la Defensa Nacional, Ricardo Trevilla, y de Marina, Raymundo Pedro Morales, así como la Jefa de Gobierno de la CDMX, Clara Brugada.
En este contexto, el símbolo de la Basílica se vuelve poderoso. El atrio donde se funden las raíces indígenas y la fe mestiza del pueblo mexicano ahora también es territorio de reconciliación cívica. Ahí se ha elegido reiterar que la violencia no se combate con más violencia, sino con ciudadanía, con pedagogía de la paz, con construcción de comunidad.
La política de desarme voluntario no es un simple intercambio material, es una declaración ética. Cuando las y los ciudadanos acuden a los módulos renuncian a la lógica de la amenaza, intimidación y confrontación. Esa acción individual es el gesto de preferir la vida sobre el poder, la comunidad sobre el miedo.
El impacto de estas acciones se expresa también en datos duros. La Ciudad de México ha reducido sus homicidios dolosos en un 51 por ciento en el primer semestre de este año respecto al mismo periodo de 2019.
El ejemplo de la videovigilancia privada y el desarme voluntario define un nuevo paradigma: construir confianza y corresponsabilidad desde lugares accesibles, cercanos, significativos. Son los atrios de la seguridad.
La Basílica y la CDMX se consolidan como el epicentro de la construcción de paz.