Mtro. Ramón Enrique Rodríguez/Caridad y Verdad
En el horizonte de cada momento político se vislumbran, por un lado, divisiones, polarizaciones, traiciones; por el otro, oportunidades para el diálogo, la participación ciudadana y la aceptación del otro.
Estos momentos, a pesar de todo lo que conllevan, son fundamentales para mantener o encaminar la política, la economía, la cultura, etc. al servicio de la sociedad; sin embargo, se desvirtúa la finalidad de los mismos cuando volteamos a ver sólo las necesidades personales y dejamos de lado otro tipo de necesidades quizás igual o más importantes que las que alcanzamos a percibir. Esto, en conjunto con nuestra concepción de la realidad, provoca división al interior de la comunidad católica.
Para algunos integrantes de nuestra comunidad estos momentos no son importantes porque dicen, con una acepción negativa, que todos los políticos son iguales, estimulando la omisión de otros, un pecado que constantemente pasa desapercibido, la no acción también es acción. Esta concepción evidentemente es pesimista y no distingue el buen trabajo que realizan algunos. Para otros, sí son importantes, aunque su participación se limita a un solo momento, cuando ésta debería ser un continuo.
Esta participación política continua, que todos los católicos deberíamos de promover independientemente de la jerarquía que ocupemos en la iglesia, que no es perfecta, que a veces pasa por la polarización, por la omisión, por la división, debe llegar a mostrar una madurez tal, que lleve al diálogo con el otro, aunque no esté de acuerdo con su visión política y, de esta manera, construir una sociedad más justa, más equitativa; es decir, hacer comunidad.
Hacer comunidad y generar el bien de la misma es la finalidad de la política y erróneamente en el círculo de la iglesia católica, tanto presbíteros como laicos, a veces promovemos la no participación en la misma cuando debería de ser lo contrario, aquellos que estamos al frente de algún grupo y que podemos aportar al tema, según nuestra vocación propia, tenemos una gran deuda con nuestros hermanos de fe por no enseñar ni motivar la partición política con prudencia y con criterio.
La participación activa en la política partidista, y en su sentido amplio, por parte de los laicos es indispensable para transformar la realidad y promover el bien, a tiempo y a destiempo. Es tan importante la participación porque es en ella donde se toman las decisiones que impactan positiva o negativamente a la sociedad.
Más allá de los momentos políticos debemos buscar siempre la verdad, la paz, la justicia, la unidad, debemos buscar establecer el Reino de Dios con cada una de nuestras acciones, sabedores que en esta vida no alcanzará su plenitud, sino hasta el final de los tiempos. A modo de reflexión me gustaría cerrar con la siguiente frase que aparece en la encíclica Spe Salvi y que siempre debemos de enseñar con nuestras acciones: “A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo… nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios”(n.30-31).