José Mario Sánchez Soledad/Autor
El rey Felipe V de España
La Guerra de Sucesión española (1701-1713) llevó al poder al partidario francés, Felipe V, que era mucho más proclive a favorecer al clero secular. Los obispos, para hacer patente su autoridad, recurrieron a nombrar vicarios foráneos, a lo que también se opondrían los franciscanos. La nueva monarquía tenía otras pretensiones y favorecía a los obispos frente al clero regular.
Así, en el asunto de los vicarios, el nuevo monarca en una cédula dirigida a todos los prelados de las Indias, de 7 de septiembre de 1701, alentaba al nombramiento de tales vicarios. El 7 de diciembre de 1719, encargaba a los diocesanos visitar las misiones de los regulares; y el 30 de julio de 1721, el rey ordenaba poner visitadores en aquellos lugares demasiado alejados de la cabeza episcopal, como era el caso de Nuevo México.

Los obispos Benito Crespo y Monroy y Martín de Elizacoechea
El investigador Jesús Paniagua Pérez, de la Universidad de León, España, nos hace una detallada relatoría en su escrito sobre el “Proyecto fracasado del último obispado del norte de la Nueva España”. Sería el obispo Benito Crespo y Monroy (1723-1737) quien definitivamente intentase hacer valer su autoridad, con una visita que inició en 1725, provocando las protestas de los frailes franciscanos. Para no herir la susceptibilidad de los misioneros, Crespo había nombrado vicario y juez eclesiástico al vice custodio de las misiones de El Paso, fray Salvador López. Este sería removido en 1728 por el comisario de su Orden, poniendo en su lugar como juez eclesiástico al custodio de Nuevo México, a pesar de que fray Benito Crespo le recordara sus derechos sobre aquella custodia en territorios de su diócesis, lo mismo que se lo haría saber al virrey marqués de Casafuerte. En 1729, el obispo Benito Crespo y Monroy, creyendo secularizada la importante parroquia de la villa de El Paso, mandó al padre Salvador López a ocuparla, pero los franciscanos se lo impidieron por la fuerza.
Martín González de la Vara, en su escrito sobre “La visita eclesiástica de Francisco Atanasio Domínguez al Nuevo México (1776) y su relación” nos cuenta como, en 1730, el obispo Crespo arribó a la Misión de Guadalupe para realizar una visita pastoral a su grey nuevomexicana, pero el entonces custodio fray Andrés Varo le exigió que le mostrara las cartas reales que lo acreditaban como obispo; sin hacerlo, y ante el disgusto de los misioneros, Crespo pudo realizar su visita a toda la provincia. Ante aquella situación, los frailes, en reunión de aquel 18 de agosto, amenazaron con abandonar el territorio para no provocar un cisma, lo que se comunicó al gobernador Juan Domingo de Bustamante. No llevaron a efecto su amenaza, pero los franciscanos seguían descontentos y pensando en la solución de crear un obispado, tal y como lo solicitaba el comisario general, Francisco Alonso González.
El obispo Crespo contra los intereses de los frailes, había colocado como su vicario en Santa Fe a Santiago Roybal, a pesar de las protestas del procurador general, que insistía en que la custodia de Nuevo México no era jurisdicción del prelado. Roybal se mantuvo hasta 1731, en que se le destinó a la localidad de El Paso y se nombraba nuevo vicario en Santa Fe a José Bustamante.
Las tensiones hicieron que desde España se pidiese al prelado, el 1 de octubre de 1732, que retirase a su vicario a la vez que se pedía al virrey que mediase en la discordia (“Real despacho para que el obispo de Durango retire al juez o vicario foráneo de las misiones de Nuevo México”, Sevilla, 1 de octubre de 1732).
Crespo, de todos modos, no estaba dispuesto a ceder y nadie pudo evitar que iniciase otra visita en 1734, de lo que, como era de esperar, se volvieron a quejar los franciscanos a su provincial.
Las dificultades frente a los diocesanos continuaron hasta 1737 con la visita de Martín de Elizacoechea. Este obispo consideró que los franciscanos no estaban realizando yaninguna labor misionera, sino que se conformaban con administrar las misiones o parroquias ya establecidas, según su punto de vista. Pensaba que, tal cual lo hicieron durante los siglos XVI y XVII, deberían de buscar otros núcleos indígenas y lograr las “conversiones vivas”, el supremo objeto de su labor misional. Como por el momento Elizacoechea no logró la secularización de ninguna parroquia, se conformó con dejar en la villa de Santa Fe, cabecera de la provincia, a un vicario episcopal con poderes para administrar el sacramento de la confirmación y para fungir como juez eclesiástico.
Los franciscanos rechazaron lo que consideraban una grave intromisión en los asuntos de la custodia y, tras un larguísimo debate que concluyó hasta 1749, lograron que el obispo retirara momentáneamente a sus subalternos, aunque acordaron franquearles la entrada a los obispos en sus visitas pastorales.
Estos conflictos indican claramente que Paso del Norte sin duda era la frontera entre Nuevo México y la Nueva Vizcaya. Pero con el tiempo, se fortalecería la inserción de Paso del Norte con las instituciones eclesiales y cívicas del sur del país.
Por cédula real del 1 de febrero de 1753 se ordenaba secularizar todas las doctrinas o misiones de indios bien cristianizado. El clero secular logró que el rey de España aceptara su argumento de las conversiones nuevas y que decretara la secularización de las comunidades o misiones formadas con indios ya bien cristianizados.
Apaches y comanches
Entre el siglo XVIII y finales del siglo XIX, la beligerancia de algunas tribus indígenas generaba riesgos para toda la región del Nuevo México y el hoy estado de Chihuahua. El 24 de agosto de 1726, teniendo como referencia el presidio de El Paso, escribe el militar Rivera:
“Todos los años, se introduce en aquella provincia de Nuevo México, una nación de indios tan bárbaros como belicosos, su nombre Comanches. Nunca bajan de mil quinientos su número, y su origen se ignora porque siempre andan peregrinando y en forma de batalla. Por tener guerra en todas las naciones, y así se acampan en cualquier paraje, armando sus tiendas de campaña, que son de pieles de cíbola, y las cargan unos perros grandes que crían para ese efecto. Su vestuario de los hombres no pasa del ombligo, y el de las mujeres les pasa de las rodillas; y luego que concluyen el comercio que allí los conduce, que se reduce a gamuzas y pieles de cíbola, y los indios de poca edad que cautivan (porque los grandes los matan), se retiran continuando su peregrinación hasta otro tiempo. Y habiéndose parecido ser singular esta nación, la puse en esta descripción para su noticia.”
También describe Rivera: “A los apaches se les llamaban gileños o chafalotes, porque así se llamaba su antiguo jefe. Sus tres hijos: Natenejui, Asquelile y Brazo Quebrado azotaban a la región. Estos viven separados y andan vagueando para sustentarse de la caza y el mezcal de las sierras. También existen otros capitancillos de menos nombre, con quienes se unen para entrar a robar, repartiendo luego los despojos”.
Los indios Pueblo de Nuevo México, que siempre habían sido víctimas de las hostilidades de los apaches y de los comanches, auxiliaban a los españoles a combatirlos.
Los peligros para los moradores de Nuevo México y para los viajeros dentro del territorio motivaron al establecimiento de la línea de presidios. Desde principios del siglo XVII, se urgía al rey a establecerlos, pero no fue hasta finales del XVIII que se fortalecieron con mayor formalidad los auxilios a la zona. Por lo que el esfuerzo realizado por estos primeros pobladores es casi inconcebible. Lo que motivó el apoyo fueron el comercio ilegal realizado por los comanches con la Luisiana y la expansión circunvecina de los intereses irlandeses y franceses.
Pie de foto
Felipe V, quien apoyó la secularización de las misiones. (biografiasyvidas.com)


































































