Gustavo Méndez/ Abogado y contador
En entregas anteriores hablamos del “instinto paternal” y reflexionábamos en el momento cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le anunció que María, su mujer, estaba en cinta por obra y gracia del Espíritu Santo; y que José, como hombre justo, obedeció a Dios, convirtiéndose en padre del Jesús, a quien cuidó y educó.
Hoy traigo esto a colación para hablar sobre la tarea nada sencilla de ser padre. Hoy podemos ver cómo muchos no tienen interés de ningún tipo, de estar y velar por sus hijos, ni como figura paterna, ni visitando, mucho menos conviviendo y menos aún, cumpliendo con sus obligaciones alimentarias.
Hay también otros que quieren estar siempre presentes, pero las madres toman a sus hijos como si fueran rehenes, impidiéndoles cumplir con esa gran responsabilidad y enorme privilegio de ser padre.
Pero existe otra razón por la cual los padres no están presentes: por voluntad de Dios. En efecto, así como José, en obediencia a Dios, hizo lo que se le pidió, también existen padres que, aceptando el plan de Dios, escucharon su llamado a su presencia y ahora habitan a su lado y desde allá, se hacen cargo de ser padres, cuidando desde el cielo a sus hijos e intercediendo ante Dios para que siempre los proteja.
Al tenor de este último supuesto e inspirados por un caso especial, me permito compartir estos pensamientos de un padre para su hija, por sus quince años:
Querida hija, hoy estas celebrando tus quince años, no tienes idea de cuánto hubiera deseado estar a tu lado acompañándote y junto a mi amada esposa, darle gracias al buen Dios por tu vida. Sin embargo mi realidad es otra, pues apenas tenías dos años, cuando tuvimos que separarnos, y desde entonces no estoy presente físicamente, pero me aferraré siempre a vivir en tu corazón, a pesar de que mis recuerdos sean pocos y cada vez más lejanos.
Hoy que cumples tus 15 años recibirás muchas muestras de cariño, afecto y regalos materiales, los cuales yo no podré darte presencialmente, pero sí debo decirte que te dejo el mejor regalo que un padre puede darle a una hija: mi amor. Lo recibirás a través de una madre que, igual que yo, te ama inmensamente, te cuida y te protege.
No tengo duda de que los tiempos y el plan de Dios son perfectos, Él no se equivoca, por eso me dio como esposa a tu mamá; Él sabía que me llamaría muy pronto a su presencia, como igualmente sabía que ella se quedaría a tu lado con esa doble función: de madre y padre para ti, y estoy cierto que cumple con ese doble rol como pocas madres lo pueden hacer, ya lo ha dicho tu hermana: ¡Tienen la mejor mamá del mundo! y ese, mi niña hermosa, es el más preciado regalo que te he podido dar.
Hoy lo que te quiero decir es: vive tu vida, haz con ella lo que creas que es mejor; yo sé que los valores cristianos aprendidos en la familia están muy arraigados en ti. Disfruta las cosas bellas de la vida y, sabiendo que en el mundo lo más importante es que querer vivir y ser feliz, ¡Vive, hija! y recuerda siempre que ¡Te amo!
También quiero que sepas que hoy, mañana y siempre te amaré, porque eres lo más grande y hermoso que Dios me ha dado. Siempre estaré contigo, así que cuando quieras platicar, mira al cielo y en esa estrella del firmamento a la que te dirijas, ahí estaré yo para escucharte y aconsejarte a la distancia, para que siempre tengas paz en tu corazón. Créeme: de alguna forma me haré presente, quizás a través del viento rozaré tu rostro y lo acompañaré con un beso para ti. ¡Feliz cumpleaños, amada hija!..
Y no es que yo sea un aguafiestas, pero ojalá esta reflexión nos ayude a todos a esforzarnos por ser mejores padres y madres.