Juan Andrés Elías Hernández/ Profesor universitario
Recientemente se difundieron los resultados de México en la prueba PISA y desde entonces hemos visto toda clase de interpretaciones que nos dicen más de la forma de pensar de quienes hablan, que de la supuesta “objetividad” de los datos estadísticos. Vamos a reflexionarlo un poco.
La prueba PISA o Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, por sus siglas en inglés, es un examen aplicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) a estudiantes de 15 años, en los campos de lectura, matemáticas y ciencias; este examen se aplica cada tres años y pretende medir si los participantes tienen la capacidad de reproducir lo que han aprendido en su trayecto escolar previo, básicamente en su educación básica.
Hasta aquí ya hay varios aspectos que nos debemos preguntar: ¿cuál es la visión de la educación que tiene un organismo de carácter económico como la OCDE?, y de acuerdo con esta visión, ¿porqué se prioriza la lectura, las matemáticas y las ciencias? Pero, además, ¿puede una prueba estandarizada medir a países tan desiguales?, más aún, ¿la prueba PISA mide exclusivamente lo que se aprende en la escuela? Aquí van algunas respuestas.
A la OCDE le preocupa la educación, en tanto ayude al desarrollo económico, es decir, que colabore en entregar al mercado trabajadores más competentes (capital humano), por eso mide lo que se necesita para desempeñarse en el ámbito laboral. Pero ¿podemos reducir la labor de la escuela a eso?, la respuesta es no si concebimos a la educación de forma integral, es decir, que ayude en la formación de seres humanos para la vida personal y social, y no sólo para el trabajo.
En las escuelas se trabaja día a día en atender problemáticas más importantes, como la violencia, la salud mental, el cuidado de la salud física, la lucha contra toda forma de discriminación, entre otros grandes retos. Estos aprendizajes, que quizá son más valiosos, no son evaluados por la prueba PISA, así que, de entrada, este examen es incapaz de valorar el esfuerzo realizado por miles de trabajadores(as) de la educación por coadyuvar en la conformación de mejores comunidades.
Ahora, ¿puede la prueba medir lo que se aprende en la escuela?, una respuesta científica es que sólo parcialmente. Me explico, los factores asociados al aprendizaje se pueden clasificar en dos tipos, los externos a la escuela y los internos a ella; en términos sencillos los internos son todo lo que la escuela es y hace en su interior, y los externos lo que pasa en la familia, el grupo social y la comunidad en general. ¿Cuáles influyen más en que una persona aprenda?, esta es una pregunta que se ha buscado responder hace décadas y los resultados de cientos de estudios lo reiteran, los factores externos son los más determinantes para que una persona aprenda; qué significa esto, que los estudiantes que provienen de familias o grupos sociales con mejores condiciones de vida y culturales, estadísticamente tienen mayores probabilidades de ser exitosos en la escuela; y lamentablemente, quienes provengan de contextos deficientes enfrentarán mayores retos y en términos probabilísticos tendrán peores resultados académicos. Lo que la prueba PISA mide, en última instancia, es una especie de sustrato cultural, y no propiamente lo que la escuela hace o el estudiante aprende en ella. Por eso es tan evidente que, estadísticamente, los países ricos con mejores condiciones económicas —Producto Interno Bruto e índice de Desarrollo humano—, tienen excelentes resultados y los países pobres, como el nuestro, no los tienen.
Por último, ¿puede una prueba estandarizada medir a países tan desiguales?, pues la respuesta nuevamente es que sólo de forma parcial; evidentemente se puede aplicar la prueba y obtener resultados, pero los países diversos y pobres —como el nuestro— estarán en desventaja frente a países con poblaciones muy similares y con un alto ingreso por habitante.
Otro aspecto, no menos importante, es que la prueba se aplicó en el año 2022, es decir, recién salíamos de la contingencia por el COVID-19 y retomábamos la presencialidad, y cualquiera con el mínimo conocimiento de cómo funcionó la escuela pública mexicana en ese periodo podrá constatar los innumerables retos por los que pasó la población y el magisterio para continuar estudiando: falta de condiciones para la impartición de clases, carencias en cuanto a equipos tecnológicos y conexión a internet, entre otros. Era de esperarse una caída en el rendimiento —y lo fue en el promedio general obtenido por los países de la OCDE—, aquí lo valioso es que dicha caída, no fue tan grande —como sí lo fue en países como Finlandia o Alemania—, y esto es algo que debemos reconocer en relación con la labor del magisterio; nuevamente, fueron las y los docentes que, de forma creativa, entusiasta, comprometida, y arriesgando en ocasiones su salud, continuaron llevando educación a los hogares mexicanos, algunos(as) de ellos(as) incluso perdieron su vida.
Los datos puedes leerse de múltiples formas, quien quiera ver aspectos negativos, seguramente tendrá argumentos para sostener sus ideas; yo sólo puedo hablar de lo que conozco y he visto con mis propios ojos, las escuelas están habitadas e impulsadas por trabajadores(as) de la educación comprometidos(as) y con una alta vocación, en quienes descansa la escuela pública mexicana, y no me merecen más que respeto.