Felipe de J. Monroy/ Periodista católico
Excepto lo siguiente, a estas alturas seguro se ha dicho y escrito casi todo respecto al vergonzoso episodio en la premiación del Oscar 2022 que se cristalizó en la bofetada del actor Will Smith al comediante Chris Rock; por desgracia, ha sido un tema que generó una inmensa maleza de polémicas. Afrontémoslo, ese microsegundo parece que desplegó tentáculos hacia infinitos rincones del diálogo popular y de sus obsesiones sociales.
Cada espectador, en su fuero personalísimo, ha decidido qué creer respecto al citado episodio.
Para algunos -y no les faltará razón-, todo formó parte del mismo show. Es comprensible. Por una parte, la magia cinematográfica es capaz de crear secuencias narrativas que nos quitan el aliento; por otro lado, la inmensa industria que comercializa el séptimo arte ha sido perennemente cuestionada por utilizar el sentimentalismo barato, el patetismo melodramático o la heroicidad chovinista para predicar ciertos rasgos de cierta agenda ideológica norteamericana.
En estas personas se confirma cierto cinismo ilustrado; el mundo para ellos está explicado y la comedia humana no es un escenario en el que les gustaría figurar. Volveremos a ellos más adelante.
Sin embargo, para otros -que también tendrán razón-, el episodio guarda una inquietante espontaneidad y autenticidad que nos hace cuestionar los márgenes de los valores de la moral. Pero, atención: no sólo los valores de los dos actores involucrados, sino la moral propia y la de aquellas personas con las que convivimos: ¿Qué es lo correcto? ¿Dónde está la frontera de la tolerancia? ¿Cuánto de mal hay en las palabras crueles e hirientes del cómico? ¿Cuánto de mal hay en la agresión física del ganador del Oscar? ¿Qué de estas acciones me podría permitir yo mismo? ¿Hasta dónde podría permitirle a alguien más censurarme o reprenderme un pésimo, pésimo chiste? ¿En dónde está la frontera para silenciar con el puño o con la ley al prójimo? ¿Opinaría igual si yo soy el silenciado?
Sobre el singular episodio se han montado todas las inquietudes, teorías y obsesiones narrativas contemporáneas que pretenden explicar el acto en sí: la masculinidad, la violencia, la tolerancia, las fronteras del humor, el imperio de la ley, la agresividad, la superioridad, el orden público, el conservadurismo, el neofeminismo, el post anarquismo y un largo etcétera. Ensimismados en nuestras manías o agendas ideológicas no damos espacio a una disciplina hoy casi olvidada: la moral.
Y hay que ser enfáticos en lo siguiente: hay ausencia de ‘debate moral’ porque la vida mediatizada contemporánea está llena de ‘afirmaciones moralizantes’. Todos los debates surgidos de aquel episodio parecen conducirnos exclusivamente a ‘juzgar’ los acontecimientos pero no necesariamente nos ayudan a ‘comprenderlos’. La ‘hiper-mediatización’ de lo cotidiano y de lo extraordinario ejerce cambios sensibles en nuestra cultura y nuestra sociedad, en la manera en cómo explicamos los conflictos y la facilidad con la que nos ubicamos siempre en el bando de la superioridad moral. Por ello, la forma de comunicar el episodio entre Smith y Rock es de gran trascendencia; porque no es exagerado señalar que también refleja la manera en que nos aproximamos a otros conflictos, no menos complejos pero sí más devastadores.
Jake Lynch en ‘Reflexiones sobre el periodismo de paz’ apunta que la comunicación pretendidamente ‘objetiva’ en un conflicto suele estar afectada ya por tres prejuicios que privilegian “al evento por encima del proceso”; a “las fuentes oficiales” y a “la narrativa del dualismo”. ¿Cuáles han sido las causas y los efectos del episodio en cuestión? ¿Es suficiente que las fuentes institucionales expliquen el acto? ¿Cómo hacer para no simplificar en dos polos el conflicto?
Además, para comunicar estos actos de violencia (no descarto que el chiste de Rock esté exento de agresión) no se puede tampoco invisibilizar la mayoría de las argumentaciones sobre la bofetada a mitad de la ceremonia del Oscar que o bien juzgan el derecho a ‘defenderse de una ofensa’ o la incapacidad emocional del ofendido de expresar su legítima ira a un agresor verbal por medio de un recurso ‘justo’ o ‘equilibrado’.
En el fondo, debemos ser capaces de incomodarnos y reflexionar sobre lo que el escritor y periodista Tadeusz Borowski apuntó alguna vez: “Para los hombres que sufren la injusticia, la justicia no es suficiente. Quieren que los culpables sufran también la injusticia. Eso es lo que creen justo”; pero también sobre lo que el sabio proverbio irlandés enseña: “No existe palabra capaz de tumbar dos dientes”; y, sí, también lo que León Trotsky llegó a afirmar: “La gente suele echar mano de ‘sus reservas morales’ sólo cuando es lanzada fuera de su cómoda cotidianidad”.