Ana María Ibarra
Aunque sus vidas fueron distintas, ambos tuvieron un recelo contra la Iglesia en un momento de su juventud, sin embargo, fueron alcanzados por el amor de la Santísima Virgen María y abrieron su corazón y sus oídos escuchando el llamado y llevando el amor de Dios a través de María a todo el que lo necesita.
Salvador Iñiguez y Rubén García compartieron sus testimonios en el Congreso Diocesano Mariano.
Amor heredado por su abuela
Proveniente de una familia de 10 hermanos de sangre y tres adoptivos, Salvador Iñiguez aprendió a rezar el Rosario en su niñez al lado de su abuela.
“Por ser el menor ella siempre me hacía rezar y eso me caía mal. Mi abuela rezaba por todo a la Virgen y al Sagrado Corazón de Jesús, estaba enamorada del Sagrado Corazón”, compartió.
Salvador recibió de manos de su abuela un libro sobre las apariciones en Medjugorje y la vida del adolescente cambió.
“Hice mi vida con mi abuelita. Pero en la secundaria dejé de rezar por vergüenza. Después fui a una Pascua Juvenil y a un preSeminario”.
Ingresó al Seminario, pero la institución tuvo problemas de economía y le pidieron salir firmando una carta donde él aceptaba no tener vocación para continuar, ese acto lo alejó de la Iglesia lleno de resentimiento, durante quince años.
Regresó a la Iglesia
Hasta que un día encontró en su mochila un Rosario que le habían regalado y tuvo una visión.
“Vi a mi abuelita y a mí de niño rezando el Rosario. También miré un sacerdote con la Eucaristía y nadie comulgando. Fui a una capilla y mientras rezaba el Rosario le reclamaba a la Virgen su abandono”, recordó.
En esa capilla un sacerdote lo escuchó y le dio la absolución, le dio una tarjeta con su nombre invitándolo a que acudiera otro día a platicar.
“Cuando leí el nombre del sacerdote era el padre Tiberio Munari, el mismo que escribió el libro que me dio mi abuelita. Se convirtió en mi director espiritual y me ayudó a descubrir mi misión”, compartió.
La misión que Dios y la Virgen encomendaron a Salvador fue ser promotor del rezo del Rosario y predicar en prostíbulos.
“Hace tres meses me dio un derrame cerebral y pensé que no podría seguir predicando, pero continúo con el apostolado. Me buscaron para participar en la película Tierra de María y di mi testimonio. Jesús no viene a juzgarnos, sino a mostrarnos un amor incondicional. Yo no quiero que estas personas mueran sin conocerlo», expresó ante el público del Congreso.
Homosexual converso
Rubén García es otro testimonio del amor de Dios y de María. De niño siempre fue violentado por su tío y más delante en la escuela por sus compañeros que creció con tendencia homosexual a causa de los maltratos de quien creyó era su padre.
El predicador contó su historia cronológicamente, y cómo se convirtió en travesti.
En la parroquia a la que acudía lo invitaron a vivir un retiro y ahí fue donde su vida cambió.
“Me di cuenta de que Dios no despreciaba a los gays, ni a los travestis, como me dijeron muchas veces. Que podía estar en gracia si renunciaba a las prácticas homosexuales. Estaba a punto de operarme para cambiar de sexo. En el servicio Dios me pidió tiempo completo”, dijo quien escribió un libro sobre su vida, cuyo título, inspirado por Dios, fue la clave para que la Iglesia lo revisara y autorizara su publicación.
“Conocí a Salvador y le regalo libros para las personas de los prostíbulos y siempre que veo a un travesti o a una persona con tendencia homosexual, también les regalo el libro”.
Rubén pidió a los padres de familia a demostrar su amor a sus hijos e hijas, pues la homosexualidad es solo el reflejo de una carencia afectiva en la familia, sentenció.