MC Luis Alfredo Romero/ Comunicólogo
Me resistía a salir de aquella librería sin haber comprado nada. Ya casi en la puerta vi un anaquel con pequeños libros de bolsillo de Ediciones Paulinas. Compré uno, más por costumbre que por interés. El pequeño ejemplar me impactó, lo he leído dos veces y comprobé lo que dice el dicho “los perfumes finos, vienen en envases pequeños”
A orillas del monte Parnaso se encuentran las ruinas del templo de Apolo, en Delfos, construido hace más de 2500 años. En una de sus antiquísimas piedras de mármol, se lee: “Conócete a ti mismo”. Sócrates también colocó esta frase como uno de los pilares de su filosofía.
Traída aquella sentencia a nuestra época hiperinformada, con exceso de tecnología, donde el placer, la apariencia física, la ropa de marca, los autos eléctricos, el internet, la computadora, el celular, el microondas y las antenas 5G dominan nuestro espacio, nuestro tiempo y nuestra vida, ¿qué utilidad nos reportaría hacer un ejercicio de introspección que nos acerque, aunque sea un poco, al autoconocimiento?
Pues mucho, nos dice Roque Schneider. Porque simplemente no podemos dar lo que no tenemos. La generalidad de las personas apenas si tienen una leve idea de lo que son y de lo que tienen dentro de sí. Las verdaderas riquezas no son las externas sino las de adentro. Las verdaderas riquezas son los valores internos y la reflexión introspectiva es la manera de descubrir lo que existe en nuestro interior.
Una vez descubiertos nuestros recursos interiores debemos desarrollarlos, potencializarlos y distribuirlos entre los demás.
Un camino hacia el autoconocimiento es la meditación reflexiva, de hecho “meditari” significa examinar o evaluar.
Los católicos hemos hecho este ejercicio al realizar el examen de conciencia previo a recibir el sacramento de la reconciliación, sólo que en ese momento buscamos los errores, las fallas de pensamiento, palabra, obra y omisión que hayamos cometido, lo negativo del yo, pudiéramos decir. Pero por qué no hacer un esfuerzo por encontrar en nuestro interior el lado positivo de nuestro ser, eso que nos puede lanzar y facilitar un encuentro constructivo y de cooperación caritativa con el otro. Esto lo podemos conseguir al conocer con más precisión nuestras capacidades, habilidades, destrezas y conocimientos que podamos desarrollar y potencializar para ponerlas al servicio del prójimo.
Esta práctica además de inducir al autoconocimiento y descubrir nuestras capacidades nos permitiría a cada uno, como cristianos, encontrar nuestra vocación laical y de servicio en la iglesia.
Las parroquias entrarían en una nueva dinámica con laicos comprometidos y conocedores de sus facultades, aptitudes y talentos.
En todo grupo o comunidad hay quien sabe organizar, otros sabrán liderar y motivar a las personas, unos conocen de aspectos técnicos, otros más de manualidades; habrá quien disponga de fuerza física o de capacidad intelectual, y todos sin excepción, podemos y debemos participar activamente en un grupo o comunidad parroquial.
Una meditación reflexiva, tranquila, pacificante, al margen de las preocupaciones diarias, la podemos realizar en nuestra habitación a solas y en silencio, en un parque, en una iglesia, en el patio de la casa o a bordo de un autobús urbano, lo importante es crear las condiciones y un clima favorable para encontrarnos a nosotros mismos.
Varios minutos de madura reflexión proporcionan sentido y dirección a nuestra vida, porque meditando sacamos una radiografía de nuestro sentir, de nuestro pensar y nuestro actuar. Mientras más nos descubramos, mayor será nuestro autoconocimiento.
Durante esta práctica de autoconocimiento, es muy lógico para los cristianos, encontrarnos en la ruta de la oración y eso sería excelente, ya que toda oración es de inspiración divina, pues como me decía un anciano sacerdote: “en este tiempo que nos tocó vivir, Luis, la fórmula de la felicidad sigue siendo, un progresivo acercamiento a Dios y poner todo lo mejor que somos al servicio de los demás”