Jaime Septién/Periodista Católico
Un mes de mayo de hace 500 años, comenzó el sitio que, posteriormente, hiciera caer la gran ciudad México-Tenochtitlán. Los primeros años de la Conquista fueron traumáticos.
El obispo de México, fray Juan de Zumárraga, escribió una carta a Carlos V en la que decía que solo un milagro podría salvar a los naturales de la voracidad de los españoles.
En 1531, el gobierno impuesto por España era un gobierno despótico. La aparición de Santa María de Guadalupe fue el sello que faltaba para que fuera posible una nación.
Poco después llegó la Segunda Audiencia, encabezada por Vasco de Quiroga. El cambio vino de estar dispuestos a renunciar a privilegios y trabajar por el desvalido. Entonces, y sólo entonces, comenzó la otra Conquista, la Conquista Espiritual, y con ella, se fundó México.
La morenita del Tepeyac dejó como herencia el amor a los más pequeños. Misioneros y civilizadores como Tata Vasco, Las Casas o Sahagún trabajaron para edificar la “casita sagrada” que pidió Guadalupe para que cupiéramos todos.
Hoy los mexicanos estamos divididos. El poder político nos tiene enfrentados. Derribemos, con el voto y con la participación democrática, esa división: somos hermanos, no adversarios. Ése fue el legado del acontecimiento del Tepeyac y es el legado que tenemos que dejar a las próximas generaciones.