Ing. Julio Fernández/ Instituto Diocesano de Teología
A pesar de que san Agustín no es uno de los padres de la Iglesia más estudiados en lo que a Cristología se refiere, lo cierto es que su pensamiento es Cristocéntrico, esto es, que su comprensión de Dios, de la gracia, de la Iglesia y de la vida cristiana tienen a Cristo, su persona y su vida, como su punto de partida.
En sus Confesiones, Agustín relata su conflicto para aceptar que Cristo había nacido en carne, es decir, de la Virgen María, de manera que prefería pensar que no era totalmente hombre sino solamente Divino (Confesiones 5,20), cayendo así en la herejía docetista. Esta evolución de su pensamiento en su camino de fe, al tocar el tema de la naturaleza de Cristo, es lo que nos permite hablar de una cristología agustiniana. Por eso, afirmará después:
«Pero qué misterio encerrarán aquellas palabras: El Verbo se hizo carne, ni sospecharlo siquiera podía. Sólo conocía, por las cosas que de él nos han dejado escritas, que comió y bebió, durmió, paseó, se alegró, se estremeció y predicó, y que la carne no se juntó a tu Verbo sino dotada de alma y razón». (Confesiones 7,25)
Así, antes del año 395, de acuerdo con Daley (2001), Agustín solía utilizar expresiones como homo Deus, Deus Homo, Deus nascens, y en algunos, homo dominicus (cf. s. Denis 4, 2; c. Faust. 13, 8; cat. rud. 4, 8; f. invis. 3, 5; en. Ps. 4, 1; 7, 13; 7, 20). Pero, a partir del año 411, tiene ya un periodo de madurez teológica, por lo cual, aprovechando la celebración de la Navidad, hablaba profundamente de la encarnación. En el sermón 86 decía:
«Regocijémonos, hermanos; alégrense y exulten los pueblos. Este día no lo ha hecho sagrado para nosotros este sol visible, sino su creador invisible, cuando una virgen madre, de sus entrañas fecundas y virginalmente íntegras, trajo al mundo a su creador invisible, hecho visible para nosotros. Fue virgen al concebir, virgen al parir, virgen grávida, virgen encinta, virgen siempre. ¿Por qué te maravilla esto, oh hombre? Una vez que Dios se dignó ser hombre, fue conveniente que naciera así».
Es, entonces, a partir del año 411 que se puede notar en Agustín un nuevo énfasis en la palabra «persona» como unidad subjetiva de Cristo que incluye las dos realidades, Homo y Verbum, según H. Drobner. De hecho, en la carta al senador pagano Volusiano, escrita entre el 411 y 412, argumenta que Jesús actúa como mediador entre Dios y la humanidad «uniendo ambas naturalezas en la unidad de su persona» (Ep. 137, 9).
Todo parece indicar que es a partir del 411 que habla de la unidad de las dos naturalezas de Cristo en una sola persona, definiendo así, lo que hoy llamaríamos “su cristología”.
A partir de ahí, sobresalen el Libellus enmendationis, del cual muchas de sus afirmaciones fueron tomadas por el Papa León y, de este modo, parece haber influido en las formulaciones cristológicas del Concilio de Calcedonia en el 451; y el Enchiridion sobre fe, esperanza y caridad, en el cual dice:
«Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y hombre juntamente. Es un solo Hijo de Dios, y al mismo tiempo hijo del hombre; un solo hijo del hombre, y juntamente Hijo de Dios; no dos Hijos de Dios, Dios y hombre, sino uno solo: Dios sin principio, hombre en un determinado tiempo, que es nuestro Señor Jesucristo» (Enchir. 10, 35).
En la carta 137 a Volusiano (entre el 411 y 412), es donde se ve más claro el cambio en su pensamiento cristológico. En ella afirma:
«Mas he aquí que apareció del modo dicho el Mediador entre los hombres y Dios, uniendo en una única persona ambas naturalezas, sublimando lo ordinario con lo extraordinario y templando lo extraordinario con lo ordinario» (Ep. 137. 3,9).
Y más adelante, ante los cuestionamientos que le hacían sobre cómo puede ser la unión de las dos naturalezas en la persona de Cristo, dice en su carta a Volusiano:
«Algunos piden que se les dé razón de cómo Dios pudo mezclarse con el hombre para formar la única persona de Cristo […] Porque, así como en la unidad de la persona un alma se une con un cuerpo y tenemos un hombre, del mismo modo en la unidad de la persona Dios se unió con un hombre y tenemos a Cristo. En la persona humana tenemos una composición de alma y cuerpo; en aquella persona divina tenemos una composición de hombre y de Dios. […] Luego la persona humana es una mezcla de alma y cuerpo; la persona de Cristo es una mezcla de hombre y de Dios. Cuando el Verbo de Dios se unió a un alma que ya tenía su cuerpo, tomó conjuntamente el alma y el cuerpo» (Ep. 137. 3,11).
Luego, en el Sermón 26, hace una interesante exposición cristológica, que completa la citada Carta 137 a Volusiano y, en los sermones 184 al 196, se puede encontrar un corpus que gira en torno a Cristo único Mediador, donde explica magistralmente que el motivo de la encarnación es, atención aquí, la divinización del ser humano.
Con estas afirmaciones, Agustín da un salto en su comprensión de persona y, sobre todo, de la Encarnación.
Así pues, la visión agustiniana de Cristo como Mediador de la Salvación es el centro de su Cristología: Cristo es mediador entre Dios y los hombres porque es Dios y hombre; es Dios porque es el Hijo eterno del Padre, y es hombre porque se hizo carne en el vientre de María; por lo tanto, la mediación tiene su centro en la Encarnación. En otras palabras, Dios se hizo hombre, para que el hombre pudiera llegar a ser Dios.
Por lo tanto, para Agustín, tanto el misterio de la Navidad, como el de la Pascua, están unidos entre sí. «¡Navidad ya es la fiesta de nuestra salvación!»