Mons. J. Guadalupe Torres Campos
Queridos hermanos, buen domingo. Les saludo con cariño de padre y pastor. Estamos en el tercer domingo de Cuaresma , avanzamos en el camino del desierto, camino cuaresmal, acercándonos poco a poco a la Semana Santa para celebrar el misterio pascual.
El texto del evangelio de este domingo es, digámoslo así, un poco frío, seco, y al mismo tiempo fuerte. Jesús llega a Jerusalén, la capital y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas, a los cambistas en sus mesas, es decir, un desorden dentro del templo por la presencia de estas personas. Y entonces Jesús se molesta, se enoja. Son de los pocos momentos donde explota, valga la expresión, de manera muy fuerte.
Dice el texto que hizo un látigo de cordeles y volcó las mesas, tiró al suelo las monedas de los cambistas. Mas allá del hecho mismo de la actitud de Jesús, la enseñanza es doble: primera: un templo es sagrado y si yo voy al templo, voy a encontrarme con Dios, ya sea para el culto, para escuchar la palabra de Dios, para orar, quiero encontrar paz tranquilidad. Es un encuentro de amor con el Señor, un momento sagrado que exige respeto de todos, del ministro, del sacerdote, de los fieles que acudimos.
Por eso siempre se pide silencio, respeto, inclusive, ir bien vestidos, por el lugar tan sagrado que es, por lo que significa el lugar del encuentro con Dios, y con mis hermanos. Por eso Jesús se molesta y arremete contra todos aquellos que han convertido la Casa de Dios en una cueva de ladrones. Así lo dice Jesús.
Aquí este texto fuerte debe cuestionarme con qué actitud voy yo al templo. ¿Cómo me presento en el templo? ¿Con devoción con respeto?
Si voy a la misa, como decimos, ¿Voy bien vestido, con mucha fe, voy a participar, voy bien despierto, voy bien dispuesto? porque pudiera ser que no voy con las monedas como los cambistas, pero ¿cómo es mi actitud? Estoy en un lugar sagrado para encontrarme con Dios, por ello la palabra me invita a que vaya al templo de buena manera, con fe, bien tanto interior como exteriormente.
Cuando Jesús se comportó así, los apóstoles recordaron un texto ‘El celo de tu casa me devora’, y eso lo podemos trasladar no solo al templo físico, porque tú y yo somos templo del Espíritu Santo. También en ese sentido respeto mi cuerpo, el cuerpo del otro, en sentido de Iglesia, tú eres y yo soy templo del Espíritu Santo y por lo tanto nuestro cuerpo es sagrado y debemos cuidarlo en todo sentido, no solamente en la alimentación, salud física, sino en el alma, estar en gracia.
Y luego viene la afirmación que a la gente le incomodó: ‘Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré’, claro que los ahí presentes se ofendieron diciendo, ‘hemos tenido tantos años la construcción del templo para que tu digas eso, que en tres días lo vas a reconstruir’, para ellos resultó un escándalo, una ofensa, humillación, puesto que consideraban el templo de Jerusalén un lugar muy importante, al cual no le estaban dando la importancia.
Pero dice el texto de san Juan que Jesús se refería al templo de su cuerpo. Esto lo entendieron cuando Jesús resucitó, se acordaron de lo que en aquel momento había dicho Jesús.
Estamos preparándonos para la Pascua con oración, ayuno, limosna, vamos caminando para, unidos a Cristo, padecer en la Cruz, y resucitar nosotros con Él. Hermosamente al final, el evangelista dice: los discípulos creyeron en las Escrituras, en Jesús. Finalmente este tiempo cuaresmal es arrepiéntente y cree en el evangelio, en Jesús.
La segunda lectura también nos plantea la actitud ante Jesús de algunos: Los judíos exigen acciones milagrosas y los paganos piden sabiduría. Y dice san Pablo: ‘pero nosotros predicamos a Cristo Crucificado’, el que quiera venir conmigo, que tome su cruz y me siga.
Para llegar a la Pascua tengo que abrazar la cruz, un cristo crucificado y resucitado, nosotros predicamos a ambos y ahí está la respuesta a los judíos y a los paganos: este Cristo que es escandalo para los judíos y locura para los paganos. Abrazar la cruz exige renuncia, conversión, ser mejores y este tiempo de Cuaresma nos ayuda a esa conversión
Los mandamientos del Señor son rectos, y nos llenan de alegría, que te sean gratos, y gratas las palabras de mi boca, dice el Señor. Ahí está, escuchar la Palabra, a Jesús que es el Verbo. Y en el Antiguo Testamento la Palabra eran los mandamientos, los preceptos promulgados por el Señor y que él los resume en uno: el amor. Ama a Dios con todo tu corazón con toda tu mente, con toda tu fuerza y ama a tu prójimo como a tí mismo.
Hay que dignificar el templo de Dios y tú eres templo de Dios. Unidos a Cristo crucificado nos invita al cambio a la conversión y a vivir en el mandamiento del amor.
Queridos hermanos Siempre habla el Señor y espera de nosotros una respuesta. Que tengan excelente domingo, maravillosa semana llena de bendiciones y alegrías. Un abrazo.