Iniciamos esta serie de reflexiones por la Cuaresma, como un camino de preparación a la conversión a la que estamos llamados para llegar a la Pascua renovados en espíritu y verdad.
Pbro. Eduardo Hayen Cuarón/ Párroco de la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe, Ciudad Juárez
(Basado en la obra de Adolph Tanquerey )
Es necesario morir en estado de gracia para salvarse. La cuestión está en saber si podemos conservarnos en estado de gracia sin trabajar por ir adelante en él. La Iglesia nos enseña que mientras que estamos en estado de naturaleza caída, no podemos permanecer por mucho tiempo en estado de gracia, si no trabajamos por adelantar en nuestra vida espiritual, y ponemos por obra, de vez en cuando, algunos de los consejos evangélicos.
Lo pide el mismo Dios
La Sagrada Escritura vuelve muchas veces sobre el tema de la santidad de la que debe vivir el cristiano. Nos pone adelante un ideal tan elevado de la santidad, predica claramente la necesidad de hacer renuncias y de practicar la caridad. Estos son elementos esenciales de la santidad. Para salvar el alma es necesario, entonces, en algunas ocasiones hacer más de lo que nos está mandado y, por lo tanto, esforzarnos por adelantar.
El Señor nos pone el ideal de la santidad del Padre Celestial: “Sean perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Todos los que tengan a Dios por Padre deberán entonces procurar acercarse a la santidad divina. Por eso es necesario adelantar. El Sermón de la Montaña es un comentario y el desarrollo de ese ideal.
El camino es de renuncia, de imitación del Señor, y del amor de Dios. Lucas 14, 26-27 dice: “Si alguno viene a mí, pero quiere, más que a mí, a su padre y a su madre, a su mujer, a los hermanos, a las hermanas, y aún a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
Es necesario en ciertos casos anteponer a Dios y a su voluntad a nuestros parientes, a la mujer, a los hijos, y aún a la propia vida, y sacrificarlo todo por Jesús. Esto supone un valor heroico que no tendremos en el momento preciso, si antes no nos hubiéramos preparado con sacrificios.
Lucas 13,24 dice: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos tratarán de entrar y no podrán”.
Lo dicen los Apóstoles
San Pablo repite a menudo a los fieles que fueron escogidos para ser santos (Ef 1,4). Esto no lo podemos conseguir si no es dejando al hombre viejo y vestirnos del hombre nuevo, lo que quiere decir que hay que mortificar las malas inclinaciones de nuestra naturaleza y copiar en nosotros las virtudes de Jesús.
Crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor. (Ef 4,15-16)
San Pedro quiere que todos los discípulos sean santos como quien los llamó para salvarlos. “así como aquel que os llamó es santo, así también sed vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1Pe 1,15). ¿Podremos serlo, si no adelantamos en la práctica de las virtudes cristianas?
Lo mismo se deduce de la naturaleza de la vida cristiana. El Señor dice de continuo a sus discípulos que la vida cristiana es un combate, y que para triunfar son necesarias la vigilancia y la oración, la mortificación y el ejercicio positivo de las virtudes. “Velen y oren para no caer en tentación” (Mt 26,41).
Es necesario armarnos espiritualmente porque estamos luchando no solamente contra la carne y la sangre, sino también contra los demonios que la atizan. Es necesario dar la pelea.
En un combate largo es cari seguro que seremos vencidos si nos mantenemos siempre a la defensiva. Es necesario también atacar, mantanerse a la ofensiva. Es decir, la vida cristiana nos llama a mantenernos positivamente en las virtudes, en la vigilancia, en la mortificación, en la fe y en la confianza.
A esta misma conclusión llega san Pablo cuando después de describir la lucha que hemos de sostener, declara que hemos estar armados de pies a dabeza como el soldado romano: “ceñidos los lomos con la verdad, vestidos con la loriga de la justicia, calzados los pies, prontos a anunciar el Evangelio de la paz, con el escudo de la fe, el casco de la caridad y la espada del Espíritu Santo” (Ef 6, 14-17).
Lo dice la Tradición de la Iglesia
Los SSPP insisten en que durante el camino que nos lleva a Dios no podemos quedarnos parados. No se puede sino adelantar, o retroceder.
San Agustín indica que pararse es retroceder. San Bernardo dice: “¿No quieres ir adelante? No. ¿Quieres ir hacia atrás? Mucho menos. ¿Qué quiere, pues? –Quiero vivir de tal manera que no me mueva un punto del lugar a que llegué. –Cosa imposible deseas, porque nada hay en el mundo que permanezca en el mismo estado”…. Y añade: “Es necesario subir o bajar; quien intentara detenerse, caerá infaliblemente”.
El Vaticano II dice: Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre. (LG 11)
Lo dice la razón
La vida, por ser movimiento, es esencialmente progresiva. En el mismo punto en que se deja de crecer, comienza a debilitarse. La razón de esto es que en todo ser vivo hay fuerzas de disgregación, las cuales, si no se las tuviera a raya, acaban por causar la enfermedad y la muerte. Lo mismo sucede en la vida espiritual: junto con nuestra tendencias buenas, hay otras que nos llevan al mal. Para vencerlas, el único medio eficaz es aumentar las fuerzas vivas que hay en nosotros, o sea, el amor de Dios y las virtudes cristianas, para debilitar las malas inclinaciones.
Pero si dejamos de esforzarnos en ir adelante, volverán a levantarse los vicios, cobrarán fueras, nos acometerán más dura y frecuentemente, y si no despertáramos de nuestro sueño, llegará el momento en que, de concesión en concesión, vendremos a terminar viviendo en pecado mortal. Es la historia de muchas almas.
Por los peligros que tiene la vida en todos sus ámbitos, es necesario hacer un poco más de lo estrictamente mandado, para que la voluntad se fortalezca con obras generosas, para que cobre vigor para no dejar arrastrarse a cometer injusticias.
Tres razones fundamentales para aspirar a la santidad
- El bien de nuestra alma:
Está en juego nuestra propia felicidad, la seguridad de nuestra salvación, el gozo de vivir con una conciencia tranquila y en paz.
La obra grande que hemos de realizar en la tierra, la única necesaria, es la obra de la salvación del alma. Lo que perdamos aquí en la tierra por la salvación del alma se recuperará en el cielo al ciento por uno, lo dice el Señor.
Así podremos acrecentar de día en día la gracia santificante que tenemos, así como también los grado de gloria que Dios ha prometido en el paraíso. Ya hemos visto que cuando hacemos actos sobrenaturales, hechos por Dios, se acrecientan nuestros méritos para la vida eterna. Así crece nuestro caudal de gracia y de gloria.
La paz del alma, la alegría de la buena conciencia, la dicha de estar unido a Dios, de crecer en su amor, de llegar a una intimidad más honda con el Señor, son algunos de los premios que Dios regala a sus amigos fieles en medio de sus tribulaciones, junto con la esperanza consoladora de la vida eterna.
- La gloria de Dios:
No hay cosa más noble y más digna que trabajar para que se manifieste el esplendor de la belleza de Dios y su perfección. Un alma que se esfuerza por ser santa da a Dios más gloria que mil almas que no salen del camino ordinario.
Nuestros actos de amor, de agradecimiento, de reparación, de ofrecimiento de obras ordinarias… todo eso da gloria a Dios desde la mañana hasta la noche.
- La edificación del prójimo:
Para hacer el bien alrededor no hay cosa más eficaz que practicar la vida cristiana. Un cristianismo tibio y mediocre solamente traerá críticas de los incrédulos, mientras que la verdadera santidad mueve a otros a admirar el cristianismo, y produce frutos admirables. Por el fruto concerán al árbol, dijo el Señor. La mejor persuasión es el ejemplo, ciuando este va junto con la observancia de los deberes sociales. También las almas fervorosas son un excelente estímulo para los tibios, para despertarlos de su modorra.