Felipe Monroy/Periodista Católico
En la cultura occidental se tiene al episodio en que el rey Salomón da la orden de partir a un bebé en dos para terminar una disputa de maternidad entre dos mujeres como el paradigma de la justicia en la verdad. En el relato se especifica que Salomón pidió a Dios el don de la sabiduría y es dicho regalo el que le ayuda a descubrir a la verdadera madre y a impartir justicia.
El juicio salomónico representa desde entonces un acto de sabiduría para descubrir una verdad a la que es difícil acceder y sin la cual es imposible ejercer la justicia; sin embargo, la complejidad de la vida social, sus instituciones y los desafíos a los que se enfrenta una humanidad en discordia parecen exigir criterios aún más audaces que los del Antiguo Testamento.
En su más reciente encíclica (‘Hermanos todos’), el papa Francisco aseguró contemplar un mundo en permanente conflicto y en terrible polarización para el cual quiso ofrecer criterios orientados a superar las pugnas. Más que un método, el Papa Bergoglio plantea un ‘estilo’, una ‘actitud’, cuyo primer momento es justo el juicio salomónico (descubrir la verdad y aplicar la justicia); pero que posteriormente apunta a una sociedad en proceso de sanación, que reintegre al dolido y construya paz gracias a estructuras que promuevan el bien común mientras a ras de suelo se vive una convivencia de armonía artesanal.
Como no es un método, sino una actitud, la sugerencia del pontífice vale para cada conflicto social que nos venga a la mente. De diferentes maneras Bergoglio recomienda, ante todo, el compromiso con la verdad, contemplar la realidad sin anteponer los propios intereses, reconocer las injusticias y el dolor histórico causado a sectores marginados o discriminados.
Y sólo desde allí, re-enaltecer el principio de que todo ser humano posee una dignidad inalienable, que esa dignidad es una verdad unida a la naturaleza humana que no cambia, aunque la cultura sí lo haga; después, recuerda a los actores sociales a aportar desde ‘el amor elícito’ que es la “voluntad de hacer por amor instituciones más justas, sanas y funcionales”.
El planteamiento del Papa no es ingenuo, reconoce las muchas violencias que mantienen la tensión y el conflicto social. Sin embargo, Francisco no las prejuzga todas ni las califica igual: para él hay violencias ‘eticistas’ que juzgan a los demás, que desprecian al diferente, que acallan las búsquedas de justicia o que discriminan el parecer de los pobres, los heridos y los marginados.
También asegura con crudeza que no es igual la violencia ejercida desde las estructuras, las instituciones o el Estado que la violencia de los grupos particulares; incluso señala que en ocasiones las reacciones con actitudes antisociales desde los pobres y descartados “tienen que ver con una historia de menosprecio y falta de inclusión”.
Miremos a detalle cualquier conflicto vigente que nos polariza hasta el tuétano y podremos reconocer que, en gran medida, nos radicalizamos precisamente por la falta de diálogo, porque definimos la realidad desde nuestros deseos y no desde la verdad, y porque privilegiamos nuestra cómoda seguridad antes de ceder un poco de posición con aquellos que padecen profundas injusticias.
Ojalá este estilo se convierta en una experiencia comunitaria e institucional frente a los muchos desafíos que tiene el mundo y la humanidad frente a sí. Hay esperanza. Lo expresó así la Dimensión Fe y Compromiso Social del episcopado mexicano, el pasado 20 de febrero cuando se celebró el Día Mundial de la Justicia Social: “Un justo puede iluminar desde su persona; una familia puede iluminar desde su hogar a toda una ciudad, una nación iluminará desde su verdad al mundo, para promover la justicia”.
En el relato salomónico, este estilo trascendería al episodio de la disputa y de la espada: hablaría de cómo ese bebé creció en el amor de una familia y comunidad, que aquella mujer del hijo muerto encontró perdón y compasión, y que la paz brilló en la cotidianidad con pequeños gestos de responsabilidad, ternura y solidaridad. @monroyfelipe