En el marco del Día Internacional contra la trata de personas, presentamos los testimonios de dos mujeres centroamericanas que fueron víctimas de este delito en Ciudad Juárez, a donde llegaron intentando alcanzar el sueño americano.
Ana María Ibarra
Dolor, heridas físicas y emocionales quedan en la vida de quienes han sido víctimas de Trata, delito que sufren particularmente personas migrantes.
Aquí los testimonios de dos mujeres en esta situación, cuyos nombres reales han sido cambiados para el artículo, por razones de seguridad.
Tres mil dólares
Macrina salió de su país huyendo de la violencia a la que era objeto por parte de su pareja. Dejó tres hijos para buscar una vida mejor para todos.
Junto con otros paisanos atravesó Centroamérica y en balsas llegó a la frontera mexicana.
Allí los esperaba el “pollero”, la persona que los llevaría hasta Estados Unidos.
“Nos subieron a un tráiler y viajamos dos días. No nos dejaban bajar ni para hacer nuestras necesidades. Solo nos dieron unas cubetas para usarlas ahí mismo. Era algo desagradable”, recordó Macrina.
Recordó que una noche el tráiler sufrió un accidente, por lo que tuvieron que salir de él y varias personas migrantes aprovecharon para alejarse del grupo, duraron un día en el desierto.
“El “pollero” nos dijo que camináramos derecho y encontraríamos un hotel, que ahí nos quedáramos. Apenas íbamos a entrar cuando llegó un carro muy lujoso junto con dos camionetas nuevitas. Del carro se bajó un señor vestido elegante y nos preguntó que, si necesitábamos ayuda, le dijimos que no, pero él sabía que veníamos en el tráiler. El “pollero” nos vendió con él”, mencionó la entrevistada.
Esa noche, Macrina y otros migrantes fueron subidos a las camionetas con el argumento de que era para su protección.
“Nos llevaron a una bodega. Ahí estaban las otras personas que venían en el tráiler. Había de Marruecos, de Ecuador, unos morenos, no sé si eran haitianos, también de Nicaragua y de Guatemala. Nos hicieron que nos desnudáramos para revisarnos y al ver que no traíamos nada nos volvimos a vestir”, dijo la mujer.
Esas personas, identificadas luego como integrantes de un grupo delictivo, les quitaron los chips de sus celulares para poder comunicarse con los familiares y pedirles dinero.
“Mi familia no tiene dinero y cuando no pagaban nuestros familiares, abusaban de nosotras, y no solo un hombre, sino varios. Me comunicaron con mi hermano y le pedían tres mil dólares, no sé cómo le hicieron, pero depositaron una parte del dinero. No me soltaron, sino que me vendieron a otra mafia. Estuve ahí del 6 de junio al 19 de julio, lo sé porque en esas fechas cumplen años mis hijos”, afirmó.
De un grupo a otro
Al estar en posesión de otras personas, nuevamente le pidieron dinero a su familia. Para entonces, según lo poco que llegó a observar y recuerda, Macrina ya se encontraba en Ciudad Juárez.
“Salí con otros dos chicos. Dijeron que nos iban a botar por ahí, pero no fue así. Recuerdo que fuimos por un camino derecho. Era desierto. Y había un anuncio que decía: bienvenido a Benito Juárez, algo así recuerdo”.
En esa otra bodega, narró la mujer, los mantuvieron desnudos y amarrados de pies y manos.
“De ahí se escapó un compañero, aún era oscuro, serían las cuatro o cinco de la mañana. Cuando se dieron cuenta, me golpearon, porque pensaron que yo sabía algo de su escape. Eso fue un domingo. De ahí nos movieron a otro lugar, porque el compañero podía ir a la policía, aunque nos dijeron que la policía estaba de su lado”, agregó.
Macrina recordó que, al ser trasladada a una tercera bodega, vio una montaña con letras grandes, aunque no supo lo que decía.
“Llegamos a una casa, muy sucia y se escuchaban otras personas en la parte de arriba. Encontré unas cartas de compañeros que habían estado ahí y decían que sufrieron mucho”, recordó.
En ese lugar, compartió Macrina, había sangre seca en el piso y las personas secuestradas estaban golpeadas, desnudas y con los ojos vendados.
“A mí también me vendaron los ojos. La sangre en el piso era de las personas que mataban porque no pagaron. A una chica la mataron, le dieron un balazo en la cabeza, ahí delante de todos”, logró decir antes de soltar el llanto.
Otro recuerdo traumático que tiene la mujer de 38 años, es ver cómo a un hombre de tez morena lo golpearon y lo colgaron de las manos por haber intentado huir. El hombre murió y fue arrojado en una excavación semejante a un pozo.
Escape
Con las pocas fuerzas que tenía, pero armada de valor y confiando en Dios, Macrina aprovechó la oportunidad que se le presentó para escapar.
“Una noche los hombres que nos cuidaban se emborracharon, así amanecieron hasta como a las cuatro o cinco de la mañana. Aproveché y comencé a desamarrar mis manos. Cuando al fin estuve suelta, fui a la puerta principal, pero estaba cerrada. Vi en la cocina otra puerta y la pude abrir. Los hombres estaban borrachos, tirados. Regresé para desamarrar a mis compañeros, pero no quisieron huir”, lamentó mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Macrina se vistió con lo que encontró cerca de ella y salió corriendo del lugar sin voltear. Siguió así por varias calles, pidiendo ayuda para tomar el transporte o para hacer una llamada. Nadie la ayudó. Finalmente, se subió a un transporte sin pagar pasaje y llegó a un centro comercial. Desorientada, entró a una tienda y un guardia del local la ayudó.
“Me dejó llamar a mi hermano. Nos dio un número de tarjeta para que mi hermano me depositara dinero y comprarme algo de ropa. Le suplicamos al señor que no me fuera a vender y que me ayudara. Recordé que alguien habló de un albergue y pedí a este hombre que me llevara”.
Hoy, desde ese albergue, Macrina espera su cita para solicitar asilo, y aún con el trauma de lo sucedido, ya se siente segura y tranquila.
“Quiero que se sufre mucho. Ahorita ya puedo descansar un poco, pero en ratos siento miedo. Estoy agradecida con las personas del albergue y con la psicóloga que me están ayudando. Lo que he pasado no se lo deseo a nadie”, finalizó.
Debió regresar a su país para librarse de la Trata
Con la intención de mejorar su economía y de ayudar a su hijo a recuperar su libertad, ya que se encuentra en la cárcel desde hace un año como preso político de su país, Natalie decidió ir a Estados Unidos.
Sin embargo, las cosas no pasaron como pensó, pues llegando a México ella y el resto de migrantes que iban en la balsa fueron asaltados. Les robaron todo.
“Decidimos seguir el camino. Llegamos a Celaya, pero ahí nos cobraron para poder pasar. En el grupo había un venezolano que me quería pegar y decidí apartarme e irme por mi cuenta”, relató Natalie.
Una mujer de buena voluntad la ayudó en aquel lugar, por lo que su familia pudo enviarle dinero para que continuara con su viaje.
“La señora se compadeció, gracias a mi Padre Celestial, y me dio un lugar donde quedarme. De ahí me fui a Chihuahua y pedí rait. Caminé mucho, pero gracias a Dios llegué a Ciudad Juárez, eran las diez de la noche. Me encontré con una señora, después supe que era un travesti, Le pedí posada y me dijo que sí. Le dije que quería ir a Estados Unidos”, compartió.
Obligada a prostituirse
Al día siguiente, Natalie se adentró al Río Bravo junto con otros migrantes, pero no lograron cruzar.
“Volví con esa señora que me había dado posada y le pedí que me dejara quedar otra vez.
Pero fue entonces cuando me obligó a vender mi cuerpo para poder sobrevivir. Me peleé con un travesti y me echó aceite caliente en la cara”, afirmó.
Dijo que para obligarla a sostener relaciones sexuales le golpeaban las piernas.
“Nunca esperé que esa mujer me iba a pedir que me acostara con los hombres a cambio de darme un lugar para dormir. Es una situación triste la que sufrimos por alcanzar el sueño americano. Pasamos hambre. A veces pedíamos agua en las casas, y no nos daban. Duramos días sin bañarnos y con la misma ropa. Pero, así como topamos con personas malas, también topamos con personas buenas”, reconoció.
La mujer buscó ayuda en la Catedral y ahí la ayudaron a salir de ese lugar, la llevaron a un albergue y la apoyaron para regresar a su tierra.
“En Derechos humanos me dijeron que podía denunciar, pero como inmigrante tenía temor por mi vida y regresé a mi país. Al albergue llegaban carros sospechosos. Un sacerdote que iba ahí, vio un carro sin placas y nos dijo que no saliéramos”, recordó.
Persiste su sueño
Aunque la situación sigue complicada en su país, Natalie se encuentra viviendo con su hermano y su cuñada. Ha padecido de la vesícula y no ha podido ser intervenida.
“Cuando me alivie quiero irme otra vez. Aquí no tengo trabajo, no tengo casa. Tengo papá, mamá no tengo. El único apoyo es mi hermano, pero él tiene su familia y no quiero ser carga para él. A veces tiene para comida y a veces no. Aquí no hay trabajo”, señaló.
Con su fe puesta en Dios, espera salir nuevamente de su país, pues el presidente ha amenazado con encarcelar a quienes salieron y han regresado.
“Este presidente nos está haciendo mucho daño. Nos quiere echar presos con cargos de algo que no hemos cometido y tengo temor de eso. Solo le pido a Dios salir bien de mi operación y poder lograr nuestro sueño, mejorar nuestra situación, aunque sea un poquito”.
Natalie envió un mensaje de agradecimiento a las personas que le apoyaron estando en esta frontera.
“Deseo que todo lo que viví no lo pase otra mujer. Tengo mucho cariño a Ciudad Juárez y les mando muchas bendiciones”, concluyó.
Para saber…
En 2021, el Instituto Nacional de Migración (INM) rescató a 7 mil 329 migrantes que fueron víctimas de trata y tráfico de personas