Hoy es un maravilloso domingo, lleno de bendiciones, Dios nos ama y nos reúne en este día del Señor, domingo 32 del tiempo ordinario. Se acerca ya el final del año litúrgico, estamos a unos días y la Palabra de Dios comienza a tocar temas del Juicio final de la vida eterna, de rendirle cuentas al Señor y hacer como una evaluación de cómo hemos vivido este año litúrgico que culminará con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.,
Hoy reflexionamos un tema muy especial en relación al punto central de nuestra fe. Nuestra fe está centrada en Dios: Dios Padre, Dios hijo, Dios Espíritu Santo , creemos en Cristo estamos cimentados en Cristo que murió y resucitó.
El tema es la resurrección precisamente a raíz de que algunos niegan la resurrección, y le plantean un caso sobre un tema de la vida, sobre unos casados, hombre y mujer, y muere el hombre y por ley los demás hermanos toman por esposa a la viuda, y todos murieron sin dejar sucesión. La pregunta que le hacen es ¿de cuál de ellos es esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella? Jesús afirma claramente que en esta vida hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán, ni podrán ya morir. Son dos afirmaciones muy claras muy importantes de la vida futura.
Ahí claramente Jesús deja bien en claro que después de esta vida aquí en la tierra, en la que desempeñamos una misión, hombres y mujeres se casan, tenemos actividades muy diversas, cada quien tiene su misión y vocación, pero allá en la vida futura ni hombres ni mujeres se casarán y ya no morirán.
En la otra afirmación afirma claramente la resurrección de los muertos, la vida eterna. Nuestra fe está cimentada en Cristo resucitado. Cristo murió y resucitó. Nosotros fuimos creados para la vida eterna, para la resurrección. Esa verdad de fe nos debe animar a desempeñar nuestra vida y vocación con amor, vivir bien, amar, cumplir con nuestras tareas con rectitud, ser buenos cristianos, buenas personas, buenos hijos de Dios, vivir bien en santidad, como decíamos la semana pasada. Ser santos para ir cumpliendo fielmente nuestra misión aquí en la tierra; un día resucitaremos y gozar de la vida eterna.
Impresionante el testimonio de los siete hermanos que nos narra el Libro de los Macabeos, cómo aquel malvado rey Antíoco Epífanes los azota, empezando por el mayor, pretende obligarlos a comer carne de puerco prohibida por la ley, ofrecérsela a los dioses falsos. La respuesta del primer hermano, y de todos los siete es firme: estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.
Pero también afirman: el rey del universo, Dios, nos resucitará a una vida eterna. Ya los macabeos hablan de la vida eterna. Pero aquí hay que resaltar la fe de aquellos hombres que prefieren morir o el martirio, antes que quebrantar la ley, pero más que eso, antes que ofender a Dios. Aquí está su amor a Dios, su fidelidad a Dios por encima de todo. Cada uno de los siete hermanos iba diciendo: vale la pena morir a manos de los hombres cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará ¡que gran testimonio!
Y aquí viene la aplicación para ti, para mí, para todos. Hoy el mundo nos presenta seducciones a las cuales nos invita a postrarnos: a ideas, ideologías, posturas, actitudes, situaciones… ¿qué estoy dispuesto a hacer para mantenerme fiel a Dios, fiel a mi fe, fiel a Cristo?
Aquellos hombres macabeos prefirieron morir, los otros prefirieron ser fieles, pero morir en el día a día siendo fieles a Dios, nunca dejarme seducir y caer en manos del pecado del demonio. Lo que se nos pide es ser fieles a Dios, a Cristo, porque creo en Dios, por que espero la vida eterna, espero la resurrección. Por eso mi vida tiene que ser santa, honesta, recta, amar a Dios y a mis prójimos, ser bueno, no postrarme ante nada ni nadie sino ser fieles a Dios porque creo, porque mi fe está firme, porque creo que Cristo está vivo y creo en la resurrección.
Pidamos a Dios la fortaleza en nuestra fe, la valentía y el coraje para renunciar a todo aquello que nos aparte del amor de Dios y así, con el salmo responsorial contemplar ahora y siempre el rostro de Dios: así dice el salmo: “Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro”… postrarme nada más ante Dios para un día, en la resurrección, en la vida eterna, postrarme ante él y contemplarlo para siempre. Que Dios nos fortalezca y nos cuide, María Santísima nos proteja y anime.
Como les comentaba hace ocho días, mañana iniciamos nuestra asamblea los obispos de México. Me encomiendo a sus oraciones tanto por mí, como por todos los obispos de México. Que el Señor nos ilumine en los trabajos de esta asamblea, que redunden en frutos buenos para nuestra Iglesia que peregrina en México.
Los abrazo, los bendigo siempre con todo amor de padre y pastor. La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo permanezca siempre con ustedes. Un abrazo, buena semana a todos.