Carlo Mejía Corona/ Misionero y cantante católico
Decía un gran santo: -A este mundo no venimos a sufrir ni a gozar, sino a realizar el bien-
A muy pocos seres humanos nos gusta hablar del sufrimiento saliéndonos por la tangente, porque en gran medida es un tema que incómodo y forzosamente nos obliga a recapacitar y ver a lo más profundo de nosotros mismos. Sin duda, es algo doloroso y molesto; algo que estorba a la comodidad e inmadurez humana. No obstante, absolutamente todos somos seres sufrientes a raíz del pecado. Bien se dice en la palabra de Dios: El aguijón de la muerte es el pecado (1 Corintios 15:56-58).
Es por ello, que, en las pruebas, la enfermedad, crisis familiares, financieras, la pérdida de algún ser querido, guerras, violencia en la sociedad, persecuciones de toda índole, tenemos la oportunidad de reflexionar acerca de nuestro proceder en esta vida terrenal; el sufrimiento es una herramienta o un medio que nos pule como a un diamante en bruto; es una preparación hacia la vida eterna. Y, aunque nos quejemos de éste o nos incomode su compañía a lo largo de nuestro atravesar por el camino del vivir, tarde que temprano tocará a nuestra puerta y no tendremos escapatoria; llegará a nosotros como un visitante, como un purificador para nuestra alma, como un cincel que le da forma a una piedra, de la misma forma golpeará nuestra fragilidad humana. El sufrimiento, no respeta estatus social, nacionalidad, color de piel; no le importa que niveles de estudios hayamos tenido. Hemos sido testigos de que éste tiene diversas caras y una amplia variedad de colores. Es un gran mosaico de distintas circunstancias o hechos que nos hacen doblegarnos y reconocer que somos seres con limitaciones y admitir que hay cosas que se nos pueden escapar de las manos, y que el único que puede poner solución a éstas es directamente Dios; mas no por ello, nos retirará el aguijón que todos llevamos clavado en la carne, según lo describía el gran apóstol, San Pablo.
Si Jesucristo, nuestro redentor, sin tener aguijón ni el más mínimo margen de error, vino a pagar por nuestros pecados clavado en esa cruz, sufriendo hasta derramar la última gota de sangre, exclamando: ¡Padre! ¿Por qué me has abandonado? (Mateo 27:46). Entonces ¿Qué es lo que nos espera a todos nosotros frente al dolor o la soledad?
Para los que tenemos esperanza y vivimos de acuerdo con el evangelio de Cristo nos resta no caer en el desánimo ni la desesperación o derrotismo, ya que el dolor no puede ser extirpado o retirado de nuestra fragilidad humana, pero es en la debilidad la que nos hace más fuertes en el espíritu asemejándonos a Cristo sufriente. Y, si Jesucristo no renegó de su cruz, todos estamos llamados a cargar con ella, con la cruz que nos corresponda recorrer el camino de la vida. Procurar no renegar de ésta, sino viendo en ella una salvación para nuestras almas, contrario a como hoy por hoy visualiza el mundo al sufrimiento o a los que sufren.
¿Cuántas veces hemos ido a consolar el enfermo o el necesitado? !Y, resulta que los más consolados hemos sido nosotros mismos a raíz de la actitud positiva o entusiasta de aquella persona! ¡Lo más certero es que ese prójimo esté lleno de Dios en su vida y en su agonía!
Recordemos: Un Cristo sin cruz no es Cristo, una cruz sin Cristo no es cruz.
Sin Cruz y sin muerte, Jesucristo no habría podido vencer a la muerte y el pecado; tuvo que morir, sufrir y finalmente resucitar al tercer día.
Es por ello que, si sufrimos a sabiendas de que tan sólo será algo pasajero, podremos refugiarnos en la esperanza y en la fe dónde Dios mismo es el que nos cobija en esa pena o prueba.
Mitigar el sufrimiento del prójimo, es un acto de misericordia. Por lo tanto, un deber cristiano.