Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Buen domingo, queridos hermanos. Les saludo con mucho amor y alegría de poderles dar este mensaje con relación a este domingo segundo de Cuaresma. Avanzamos en este desierto cuaresmal, vamos dando pasos y lo importante es que tengamos secuencia, crecimiento de preparación para la Pascua en la oración, el ayuno y la caridad.
En este domingo de Cuaresma la Palabra de Dios es muy importante en el marco de la Transfiguración del Señor, una experiencia sin duda maravillosa, de tres de los apóstoles, que estuvieron con Jesús.
Vamos por partes, lo importante es que con tiempo, y calma, en momento de silencio y oración, puedas repasar el texto e ir metiéndote en la experiencia de los apóstoles, para vivirla tú
mismo.
Jesús tomó aparte a Pedro, Santiago y Juan, tres de los doce apóstoles. Hay que tomar eso personal: a cada uno nos toma aparte; vino para todos, pero también personalmente se ocupa de cada uno, nos toma aparte y nos lleva con Él, nos invita a una experiencia de encuentro con Él. La Transfiguración es eso, el Señor se transfigura, me invita a experimentar su Gloria, su amor.
Subió a un monte elevado, y sabemos que es señal de un lugar propio para el encuentro con el Señor. Un detalle litúrgico: en un templo siempre hay escaleras arriba, y ese es el sentido, tener un lugar en alto para el encuentro con el Señor.
Dice el texto que se transfiguró en su presencia. Cuando vamos a misa, sobre todo el domingo, el Señor nos conduce hacia Él para escucharlo para alabarlo, escuchar su Palabra y comulgar, estar en comunión con Él. La Eucaristía es un momento de transfiguración, ahí experimento al Señor y todo su Misterio Pascual que alimenta mi vida.
Algunos rasgos físicos que sucedieron: sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, de una blancura intensa, fuerte. Me pongo a pensar cuando estamos ante el Santísimo, en el momento de la Consagración o en la Hora Santa con el Señor, ahí está el momento de la Transfiguración: el Señor se muestra esplendorosamente en una experiencia única, intensa, alegre. ¡Que siempre la vivamos!
Aparecieron Elías y Moisés. Moisés, el liberador del pueblo de Israel, de la esclavitud de Egipto, y Elías, el gran profeta. Aparecen ellos conversando con Jesús, como para dar garantía y certeza de que la ley y la profecía se cumplen en Jesús.
Fue tan hermosa, intensa y grande la experiencia de estos apóstoles, que dijeron: ‘Hagamos tres chozas, ¡Qué a gusto estamos! Y qué a gusto es estar con Jesús, disfrutar la Eucaristía, disfrutar ese momento de adoración en la Hora Santa o en tu momento de oración personal.
Encontrarme con Cristo, desahogarme, pedirle, escucharlo también debe ser un momento esplendoroso para nosotros, vivir y expresar ¡Qué a gusto estoy con Cristo!
Lamentablemente a veces ni lo buscamos, no tenemos tiempo, no nos damos el espacio, nos ocupamos de tantas cosas. Creo que este texto debemos vivirlo todos los días: ¡Qué a gusto estoy con Jesús! Que así experimentemos la presencia de Dios en nosotros.
Y luego viene otro signo hermosísimo: aparece una nube que rodea la escena, como algo misterioso, extraño, sagrado; y de esa nube se oye una voz del Padre: “Este es mi Hijo muy amado”. Por una parte el Padre presenta a Jesús -muestra la unidad entre el Padre y el Hijo-, y luego viene la indicación: ¡Escúchelo! Yo diría que este es el momento importante del texto de hoy, la indicación: ‘Este es mi hijo muy amado. ¡Escúchenlo!’
Hoy tenemos dos textos impresionantes, el evangelio de san Marcos y el texto del Génesis con la prueba por la que pasó Abraham con su hijo; dos textos bellísimos, pero también muy fuertes.
Hay que meditar lo que nos pide nuestro Padre Dios: escuchar su Palabra, y que de verdad hagamos oración y dispongamos nuestra vida, mente y labios para escuchar al Hijo Amado del Padre, y que nosotros, también en esa respuesta a Dios de amor, fidelidad y obediencia, podamos convertirnos y contemplemos la Gloria del Señor.
La bendición de Dios permanezca siempre con ustedes. Un abrazo.