Mons J. Guadalupe Torres Campos, obispo de Ciudad Juárez
Les saludo con gran cariño. Estamos comenzando un nuevo mes, el tiempo corre. Por la gracia de Dios aquí estamos. Este domingo es muy bello por la fiesta: ‘La Transfiguración del Señor’, es un pasaje hermosísimo que les invito a meditar cada signo, cada expresión, la experiencia de los apóstoles, que debe ser la experiencia de cada día cuando vamos a la Eucaristía, a la oración; la vida misma debe ser como la experiencia de los apóstoles aquel día de la Transfiguración del Señor.
Vamos paso por paso.
Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan. No a los doce, solo a tres. Hoy te toma a ti y nos toma a todos, apliquemos esa expresión ‘me tomo a mí con Él’, me hace suyo, me lleva con Él, me conduce, me acompaña. Todo lo que significa esa expresión hoy para todos.
Y los hizo subir a un monte elevado. Dos aspectos: subir, que implica un esfuerzo, un caminar hacia un lugar específico, un monte elevado. Jesús nos invita a caminar junto a Él. Subir es un esfuerzo hacia algo grande que es Dios mismo, que es el Reino de Dios, como hemos escuchado en domingos pasados. El monte alto simboliza el lugar por excelencia del encuentro de Dios. Subir, caminar, esforzarme, dejarme conducir, y yo, docilidad, obediencia. El monte alto es ese momento de la Eucaristía, y toda la vida es un monte alto, pero el momento privilegiado desde la fe, es la Eucaristía, el encuentro precioso y sublime con Jesús.
Y se transfiguró en su presencia. ¡Que experiencia para los apóstoles ese momento! Lo ven cada día de manera ordinaria, pero ese día se transfiguró. El texto habla de dos rasgos importantes: un rosto resplandeciente y vestiduras blancas como la nieve.
Nuestro encuentro diario, sobre todo en la Eucaristía, es una transfiguración. En la Creación se transfigura, en todo, pero sobre todo en la Eucaristía, ese momento precioso del encuentro con Jesús… ojalá percibamos y seamos sensibles a esa presencia radiante de Cristo en nuestras vidas.
Aparecieron Moisés y Elías como avalando que lo que ellos anunciaron se cumple en Jesús. En ese momento Pedro -y sin duda nosotros también- dice: ‘Señor, qué a gusto estamos aquí’.
Creo que cuando estamos en la oración, en la Eucaristía, en la contemplación, en la vida desde la fe, hemos experimentado y podemos exclamar como Pedro, ¡Qué a gusto estamos aquí!
Aun en la dificultad, en la prueba, en la enfermedad también, ¡Qué a gusto estamos! porque es la presencia de Dios entre nosotros que se transfigura cada día. Que siempre tengamos ese gusto y expresarlo con nuestra voz, palabras, miradas, ¡Qué a gusto estamos aquí contigo, Jesús!
Y luego viene un momento de un signo extraordinario: una nube los envolvió: El Espíritu Santo, es la luz, el Señor y dador de vida. El Espíritu Santo nos envuelve como una nube luminosa en encuentro con Jesús. Y en medio de esa experiencia de Moisés, Elías, de Jesús transfigurado, se oye la voz imponente del Padre que dice: ‘Este es mi hijo muy amado’. ¡Qué revelación tan preciosa del Padre para los apóstoles y hoy para ti y para mí!, es Dios que nos dice: es mi Hijo muy amado al que le he confiado todo, todo se lo he dado. Esto representa esa comunión de amor y vida del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo.
Y luego la indicación. Hay una indicación muy clara que es clave en las lecturas de este día: ¡Escúchenlo! Hoy por momentos nos es difícil saber escuchar, estamos con ruido, ensimismados, con radio, tv, celular, y damos poco tiempo o nada para escuchar a Dios y escucharnos entre nosotros…y qué bueno que hoy Dios Padre, en relación a su Hijo, nos da esta fuerte indicación: ¡Escúchenlo! El Señor me habla de muchas maneras, abre tu corazón y mente para escucharlo.
Obviamente los apóstoles se asombraron…que a nosotros también nos mueva el sentimiento de asombro para responderle al Señor.
Y qué hermosas palabras con las que concluye el texto: Jesús los toma de la mano y les dice levántense, no teman. Esa luz, esa presencia nos da confianza y fuerza. Levántate, no caigas, no te desanimes, no tengas miedo, porque aquí estoy. La confianza grande en el Señor.
¿Y qué le pedimos ahora en la oración?, fortalecernos en la fe. Por eso hay que ir a la Eucaristía, a la exposición con el Santísimo, orar, contemplar y ver a Dios en la Creación para que nos fortalezca en nuestra fe con el testimonio de los profetas, de los sacerdotes y descubriendo su gloria, presencia, amor y fuerza, escuchemos su voz.
Señor: Aumenta nuestra fe, que seamos capaces de percibir y experimentar ese encuentro con Cristo transfigurado en nuestra vida, en la oración, en la Eucaristía, pero también en la caridad, en el enfermo, en la familia, en todas partes.
Textos bellísimos de este domingo que debemos meditar. Que el Señor les fortalezca en la fe, esperanza y caridad. La bendición de Dios Todopoderoso permanezca siempre con ustedes. Un abrazo.