Diana Adriano
El discernimiento es una herramienta espiritual imprescindible para quienes buscan actuar conforme al corazón de Dios, especialmente cuando se trata de servir a los demás desde contextos complejos y desafiantes.
Así lo compartió Marisa Ivette Marín Guevara, quien ha encontrado en la espiritualidad ignaciana una guía clara para no dejarse engañar por voces ajenas al bien.
“Creo que el discernimiento ha sido clave para identificar el lenguaje de Dios en mi vida”, afirmó la entrevistada, quien durante años sirvió en la parroquia San Mateo y actualmente forma parte de una comunidad de vida de espiritualidad ignaciana.
Para ella, el discernimiento no es simplemente una capacidad racional, sino un ejercicio constante de escucha espiritual.
“Dios nos habla todo el tiempo, pero muchas veces no sabemos identificarlo. El discernimiento me ha ayudado precisamente a eso: a saber cuándo es Dios quien me está llamando… y cuándo no”, expresó.
Pero dijo que esta claridad no se obtiene de la noche a la mañana, sino que se cultiva con tiempo, oración y acompañamiento comunitario.
Brújula interior firme
Actualmente, Marisa se desempeña como responsable del equipo de protección del Servicio Jesuita a Refugiados, una organización internacional dedicada a acompañar a personas en situación de movilidad, muchas de ellas desplazadas forzadamente.
Su labor humanitaria exige no solo compromiso y profesionalismo, sino también una profunda sensibilidad espiritual.
“El discernimiento me ha acompañado muchísimo en mi trabajo. Es esencial para saber cómo acompañar de la manera más digna y segura posible, a personas vulneradas, que viven en riesgo constante”, compartió.
En entrevista con Presencia explicó que quienes trabajan en terreno muchas veces también se exponen a los mismos riesgos que enfrentan las personas refugiadas, y por ello es crucial actuar con sabiduría y con una brújula interior firme.
Para Marisa, el discernimiento no solo es un recurso para tomar decisiones, sino una manera de vivir con los ojos abiertos al amor y a la voluntad de Dios, incluso en medio del dolor humano.
Acompañar no es solo estar: es elegir cómo estar, cuándo hablar, cuándo callar, cómo responder con compasión, pero también con responsabilidad.
Contacto que la transformó
Fue en un campamento en 2014 cuando Marisa Ivette conoció por primera vez la espiritualidad ignaciana. Recordó que al coordinar el un grupo de Confirmaciones en la parroquia San Mateo, recibió una invitación que cambiaría profundamente su forma de relacionarse con Dios.
Aquel primer encuentro, sencillo, pero profundo, plantó en ella una semilla que, con los años, se ha convertido en una guía para su vida personal, profesional y espiritual.
“Fuimos unas cuantas personas de la parroquia San Mateo. Era un campamento de espiritualidad ignaciana donde hablamos sobre el principio y fundamento de la vida. Desde ese momento, todo me hizo mucho sentido”, recordó Ivette.
Aquel primer acercamiento la llevó a participar en más campamentos y ejercicios espirituales, y pronto descubrió que esta forma de espiritualidad no solo le acercaba más a Dios, sino que también le ofrecía una manera más consciente y razonada de vivir su fe.
Motivada por ese encuentro, Ivette comenzó a profundizar más. Actualmente forma parte de un programa de formación de largo plazo de espiritualidad ignaciana en América Latina, a través de la Pontificia Universidad Javeriana, una universidad jesuita.
“Me ha gustado mucho, me ha dado sentido. Así fue como empecé: en un campamento, pero ahora es parte esencial de mi vida”, compartió.
Una espiritualidad que transforma
Frente a decisiones complejas y ambientes difíciles que vive desde su trabajo, Ivette recurre a herramientas ignacianas para discernir. Una de las principales, dijo, es el examen diario, una práctica espiritual que le permite reflexionar sobre los acontecimientos del día y reconocer en ellos la presencia —o ausencia— de Dios.
“El examen diario me ayuda a identificar emociones, pensamientos, y a discernir si lo que experimento viene del buen espíritu o del mal espíritu. Lo hago en las noches, elijo un momento del día que me haya marcado y desde ahí comienzo a reflexionar”, explicó.
Al cabo del tiempo, al revisar los registros, puede notar patrones, como una constante preocupación por la familia o la necesidad de trabajar en su seguridad emocional.
Además del examen diario, también practica la conversación espiritual, una herramienta de discernimiento comunitario que emplea junto a su equipo de trabajo.
“Es un espacio donde compartimos nuestros discernimientos personales y, con una metodología clara, vamos dialogando, llegando a consensos y resolviendo conflictos. Nos ayuda a hablar de cómo nos sentimos, especialmente cuando hay desgaste emocional”, expuso.
Estas herramientas, propias de la espiritualidad de San Ignacio de Loyola, no solo le permiten crecer espiritualmente, sino también servir con mayor sabiduría, empatía y compasión.
Así, Ivette ha comprobado que el discernimiento no es algo que se improvisa, sino que se cultiva cada día.
“El discernimiento ha sido un medio para acercarme a Dios, pero también una forma concreta de vivir mi fe en lo cotidiano, en el trabajo, en la vida familiar, en los momentos difíciles. Me ha enseñado a escuchar a Dios y a responder con libertad”.
Frutos concretos
La entrevistada señaló que ha podido reconocer frutos concretos que impactan profundamente en su vida cotidiana y laboral.
“Para mí uno de los principales frutos ha sido la claridad”, expresó.
“Claridad para identificar qué viene del buen espíritu y qué no, y desde ahí poder tomar decisiones con más seguridad de que vienen de Dios. Esa certeza me da mucha tranquilidad, porque sé que al menos estoy haciendo el esfuerzo por responder lo mejor posible a lo que Dios espera de mí”.
Agregó que esa claridad interior no solo le ayuda a decidir con paz, sino que ha despertado en ella una mayor conciencia de sus propios actos, pensamientos y emociones.
Otro de los frutos que destaca es la humildad pues el discernimiento le ha enseñado a mirarse con profundidad, a hacer introspección sincera, y desde ese trabajo interior, poder comprender mejor a los demás.
“He aprendido a comprender cosas de mí misma que me ayudan a comprender a otros, especialmente a mis compañeros de trabajo y a mi familia, que son con quienes más convivo”, concluyó.