Felipe de Jesús Monroy/ Periodista católico
Motivado por una persistente visión de un mundo que se rebaja mientras se consume, el papa Francisco ha presentado al mundo su tercera encíclica enfocada en la fraternidad y la esperanza de que el verdadero amor al prójimo mitigue los desafíos más apremiantes de la humanidad.
‘Fratelli tutti’ (Hermanos todos) es un texto que recoge y sintetiza mucho del pensamiento que el papa Bergoglio ha vertido a lo largo de más de siete años de pontificado. Desde su preocupación por la cultura global dominada por el utilitarismo económico y el descarte de los débiles, hasta los efectos deshumanizadores y devastadores del mundo que conlleva la lógica del poder, el egoísmo y la riqueza que escatima.
Es una encíclica en la que el pontífice elude los eufemismos; quizá para evitar lecturas diplomáticas que suavicen su profunda preocupación por los males que aquejan a la humanidad y que ponen al borde del colapso al planeta Tierra, nuestra Casa Común. En cada tema que aborda -economía, política, ecología o cultura-, Francisco desnuda el mal disfrazado de progreso o desarrollo; y menciona por su nombre las tendencias que aniquilan la fraternidad humana: racismo, nuevas esclavitudes, manipulación de la información, desprecio de la naturaleza humana, ideologías de ocasión, miedo al prójimo, violencias toleradas e individualismo indiferente y despiadado.
Francisco alerta de un “modelo cultural único” dominado por una especie de “libertad humana que pretende construir todo desde cero y con un consumo sin límite e individualismos sin contenido”; arremete contra ideologías que destruyen todo lo que es diferente y buscan reinar sin oposiciones. También alerta de un nuevo estilo político que siembra desesperanza y desconfianza, mientras maquilla la información para mantener en permanente confrontación a los pueblos.
A lo largo del texto, el Papa reitera uno de los leitmotiv de su pontificado: su exhortación por la salvaguarda de esa “humanidad sacrificable” que otro sector humano desprecia y descarta sólo porque se sabe “digno de vivir sin límites”. Incluye reflexiones sobre el invierno demográfico, el populismo, el proteccionismo ideológico, el ‘inmediatismo político’, el fundamentalismo religioso, el narcisismo localista, el utilitarismo ecológico y otros fenómenos contemporáneos.
La encíclica no deja de lado otros temas de emergencia coyuntural como la pandemia de SARS-Cov2, los complejos fenómenos migratorios, la comunicación que “hace pedazos” el respeto de la persona, las polarizaciones ideológico-religiosas y la pseudo política con la que las mafias suplantan perversamente la misión social de atender las necesidades de los olvidados por el sistema.
La columna vertebral, sin embargo, de esta carta encíclica es el abordaje del papa Francisco sobre el amor. Para el pontífice, el “amor social” y la fraternidad son las bases sobre las que se construyen las respuestas a todos estos retos de la humanidad. Es una llamada franca para mirar al otro, lograr esa “cultura del encuentro”, procurar un amor preferencial por los últimos, hacer propias las fragilidades del otro y abrazar con plenitud la dignidad del prójimo en toda su riqueza, su dolor y su pobreza.
En ‘Fratelli tutti’, Francisco enumera muchos de los “síntomas de una sociedad enferma que busca construirse de espaldas al dolor” y afirma que “es la hora de la verdad” para “salir de sí mismo” y alcanzar la verdadera “altura espiritual” de la vida humana que no puede sino estar “marcada por el amor”.
Es una encíclica para leerse y reconocerse en alguno de sus personajes. Es un texto que si bien no se limita a la comunidad creyente (de hecho, el Papa insiste en que reunió estos pensamientos justamente para no dirigirse en exclusiva a los católicos); sí parece estar dirigido en específico a cierta humanidad. A aquellos que miran en derredor suyo y advierten que algo falla, que no ajusta, que está fuera de lugar, que duele y gime en silencio, que incomoda o provoca indignación.
Sólo quizá valga una alerta. La encíclica es un llamado a la esperanza y a la alegría de abrir el corazón al otro; pero quizá los principales destinatarios no la atenderán porque ya están demasiado cómodos, muy complacidos y contentos con todos los márgenes de su vida; porque sólo están preocupados por sí mismos, por sus prejuicios y sus certezas; personas que temen perder sus privilegios cuando se ofrece siquiera un pensamiento por los necesitados.
Es decir: la encíclica es una brújula para todos, para navegar entre los escollos de la vida contemporánea compartida, pero hay que reconocer que algunas personas han sembrado los obstáculos y otros que hacen agujeros desde dentro a esta barca en la que boga la humanidad. ¿Cómo sensibilizarlos para que comprendan la riqueza, la pluralidad y la vastedad de horizonte que guarda el ‘nosotros’? ¿Cómo advertirles de los riesgos mortales de su encierro egoísta? Ese es el verdadero reto de la fraternidad.